¿Deben los niños regresar a clases presenciales?

Ago 7, 2021

Pregunta difícil de contestar. Está en juego la salud y la vida de las personas, pero también el futuro de los niños, de su desarrollo personal y emocional, y hasta del futuro económico y social de México.

¿Deben los niños regresar a clases presenciales?

No me atrevo a dar una postura categórica sobre si los niños deben o regresar o no a clases presenciales porque habría que analizar a profundidad el costo-beneficio y para ello se necesitaría consultar a profesionales y epidemiólogos (expertos de verdad, no Nick Riviera o López-Gatell), aunque si me pidieran mi opinión, me decantaría más por el sí (con muchas, muchas acotaciones), y voy a explicar por qué.

Creo que queda claro que la pandemia es un problema serio del que ya queremos salir (la verdad no tenemos ni idea de cuándo va a terminar) y queremos hacerlo a toda costa (bueno, no, mucha gente no toma medidas, asiste a lugares atiborrados de gente en medio pico de la pandemia y ni se quiere vacunar).

Es cierto también que el hecho de que los niños no tomen clases presenciales va a comprometer a gran parte de las generaciones que están en edad escolar, sobre todo a los menos privilegiados.

El problema con los niños

Sobre todo en edades tempranas, las clases presenciales son irremplazables. Dentro de nuestra burbuja privilegiada pensamos en el Zoom, pero ahí ya existen muchos problemas. El aprovechamiento escolar nunca va a ser el mismo para un niño y se está perdiendo de algo importantísimo: la socialización. Estudios hay de sobra que muestran cómo el hecho de que los adolescentes y jóvenes se recluyan en la tecnología en vez de socializar tiene efectos negativos sobre el desarrollo de la personalidad y la tolerancia a la frustración. Ahora pensemos en que estos niños van a privarse del espacio por excelencia donde aprenden habilidades sociales. Dentro de lo ridículo que puede sonar López Obrador satanizando al Nintendo tal cual señora copetona de los ochenta, tiene un punto, y es que no es sano que los niños se queden en casa en vez de ir a estudiar y socializar.

Y hasta ahora he hablado sobre los sectores «privilegiados»: de nuestra burbuja clase-mediera-alta, de aquellos que toman clases por Zoom y cuyas mamás revisan que estudien y hagan sus tareas. El problema es que la mayoría de los niños de México tienen que tomar clase por televisión y ahí el aprovechamiento del aprendizaje es muchísimo menor (si de por sí la educación en México ya es deficiente): no hay interacción con los maestros, menos hay socialización con alumnos. La mayoría de los niños están perdiendo mucho, y por más tiempo se encuentren en ese estado, el daño social va a ser mayor. Exista la posibilidad de que la pandemia dure varios años. ¿Entonces, qué vamos a hacer?

Este bache educativo, que va a afectar a toda una generación que abarca sobre todo desde quienes están en preescolar o primero de primaria hasta la secundaria (hay ahí 9 grados escolares), puede tener consecuencias muy nefastas para el país que no vamos a observar hoy pero sí en unas pocas décadas, cuando los hoy niños sean adultos que tengan que salir a ganarse la vida con una preparación más deficiente que las generaciones actuales con todos los problemas económicos y sociales que ello puede traer. Además, es probable que esos adultos del futuro posean menos habilidades sociales y sean más proclives a desarrollar cuadros de depresión y ansiedad (como si no fuera un tema ya importante el día de hoy). Literalmente, ello puede comprometer el futuro de nuestro país en muchos sentidos.

El problema no termina ahí. Si México ya es un país desigual, este problema lo va a agravar aún más. Cierto que, de alguna u otra forma, todos los niños se van a ver afectados, pero los que no tienen el privilegio de tener clases virtuales y atención personalizada de los maestros se van a ver mucho más rezagados que los niños que sí lo tienen. Los niños «no privilegiados» van a tener aún más problemas ya no digamos de poder subir en el escalafón social, sino de abandonar la trampa de la pobreza (en el caso de quienes se encuentren ahí o caigan ahí): más desigualdad y más pobres.

Pero no solo está el problema de la desigualdad interna, también está la externa. Un país como México se va a rezagar más frente a los países más desarrollados cuya mayoría de infantes pueden al menos acceder a clases virtuales o incluso frente a los países en desarrollo que decidan regresar a clases presenciales. Así, México se va a volver menos competitivo internacionalmente, lo cual crea otros problemas.

Pero regresar no es fácil.

El problema con la pandemia

Un argumento de peso a favor y es el hecho de que la posibilidad de que un niño fallezca de Covid es muy baja. Si contrastamos con el número de muertes de los adultos jóvenes (que son una minoría comparados con los mayores que excluí de esta gráfica) es posible ver que el riesgo es muy bajo.

El problema no son los niños en sí, el problema es que van a ser un grupo de contagio fuerte que puede propagar el virus a otras personas en estado de mayor riesgo, a menos que se logren tomar medidas de sana distancia en las escuelas para reducirlo (las cuales sabemos que no se van a acatar en muchas de las escuelas, y en otras van a ser difíciles de implementar).

Para aminorar el riesgo los padres tendrían que estar vacunados con dos dosis y esperar a que la gran mayoría de los adultos lo estén, pero, además de la reticencia de algunos adultos a vacunarse, la edad de los padres de los niños suele oscilar entre los veintes y los cuarentas: apenas se ha comenzado a vacunar a las personas de treinta años y en la gran mayoría de las entidades no ha comenzado la vacunación de aquellos que se encuentran en sus veintes. Incluso vacunados, los padres tendrían que tomar medidas de sana distancia contundentes para reducir la probabilidad de que transmitan el virus que los niños posiblemente traigan de la escuela.

Cuando hablamos de negocios o restaurantes parece ya existir un consenso en nuestro país donde no se puede evitar que dejen de operar para evitar más golpes a la economía y se pierdan más empleos y por lo tanto se pide que los establecimientos tomen medidas de sana distancia o limiten su capacidad cuando el semáforo va adquiriendo un tono más «rojizo». Para la opinión pública y para los políticos es más fácil de comprender y dimensionar porque las afectaciones a la economía y a la vida cotidiana se perciben casi al instante: los políticos saben que si la economía cae ellos caen con ella. Pero en el caso de los niños y las clases presenciales no ocurre así, porque las afectaciones no van a ser inmediatas y el porque como bien relata Daniel Kahneman en su libro Thinking Fast and Slow, los seres humanos tenemos más problemas en imaginar los beneficios o perjuicios en el futuro que los del presente. Por esta misma razón, los políticos que están en el poder por un periodo dado, tendrán menos incentivos para regresar a los niños a clases.

¿Solución?

Al hacer un balance costo-beneficio se tiene que poner en un lado de la balanza la pandemia, inserta en el presente, pero que, a la vez, contiene una gran cantidad de incertidumbre porque no sabemos a ciencia cierta cuándo vaya a terminar o cómo vaya a evolucionar. En el otro lado debe ponerse el futuro de los niños, las consecuencias psicológicas, sociales y económicas que no serán cualquier cosa. ¿Dónde está el punto de equilibrio? ¿Cómo podemos llegar a ese punto de equilibrio si muchas de las variables que podrían acercarnos a un punto de equilibrio óptimo (como medidas de sana distancia o vacunación casi absoluta) parecen estar casi fuera de nuestro control? Son preguntas muy difíciles de contestar. Con todo lo dicho, yo intuyo (y digo intuir porque no tengo toda la información y conocimiento disponible a la mano para hacer una afirmación categórica) que la mejor idea sería regresar a clases presenciales. Ello tendrá un costo evidente, porque no hay forma de tomar una decisión que no vaya a acarrear costo alguno: no hay «mejoría de Pareto posible», pero es posible que el costo de tener a los niños privados de clases presenciales y de socializar con sus pares durante un buen rato sea mayor ya que puede tener consecuencias mayores para ellos, para la sociedad, para la economía y para el bienestar de las siguientes generaciones.