Los atletas tienen derecho a fallar

Ago 1, 2021

Simona Biles tiene derecho a hacerse a un lado, Arantxa Chávez tiene derecho a fallar. El problema no es la presión, sino olvidar que son seres humanos que se pueden quebrar y que tienen derecho a hacerlo.

Los atletas tienen derecho a fallar

Las olimpiadas son emocionantes. Ver competir a atletas que, en muchos casos, parecen salidos de otro planeta, que están ahí rompiendo records mundiales, ganando medallas de forma dramática tal cual dioses del olimpo, hace que quienes estamos detrás de la pantalla pasemos un buen rato disfrutando de estas hazañas heroicas.

Pero, a pesar de que los atletas tienen una cabeza, dos brazos y dos pies, a veces olvidamos que son seres humanos, que el hecho de practicar deportes de alto rendimiento no los hace inquebrantables. La gente suele dar ese alto rendimiento por dado y no repara en que para llegar a serlo, y ya no digamos llegar a unas olimpiadas, se requiere una dosis increíble de esfuerzo, sacrificio y dolor. Estar ahí en la tele compitiendo ya es por sí mismo un mérito.

Los atletas también se quiebran, sí, así como nos quebramos nosotros, ya sea física o mentalmente. Una persona que nunca se ha quebrado «de algo» en su vida es alguien que nunca ha vivido. El simple hecho de abrirnos a experiencias, a tomar riesgos o decisiones hace que la posibilidad de quebrarnos sea inminente: ya sea la pareja que nos engañó y nos deprimió, esa vez que nos dio un ataque de pánico o un terrible sentimiento de frustración que nos hizo pensar que no había nada más adelante. ¿Quién en su vida no se ha sentido una mierda algún día? ¿Quién no se ha lesionado o roto una pierna? Somos de carne y hueso, y la vida se encarga de recordarlo.

Los atletas de alto rendimiento, a diferencia de muchos de nosotros, se exponen a situaciones límite: ello es parte de la alta competencia. La presión puede ser abrumadora: si a nosotros las presiones familiares o del trabajo nos pueden llegar a tumbar, ahora imaginen la presión de la trascendencia, de la opinión pública, los entrenadores, los compañeros, que tienen grandes expectativas sobre ellos, patrocinadores (que, a diferencia de los futbolistas, no tienen siquiera el privilegio de ganar mucho dinero) y la carga sobre sus hombros que han puesto muchas personas que desean satisfacer en ellos un gran deseo de victoria.

Y cuando una persona se quiebra no hay nada que hacer. La debilidad de carácter implica negarse por cobardía a hacer algo que el individuo está en su capacidad de hacer, pero cuando la gente se quiebra, cuando la psique falla, cuando la pierna se rompe, lo primero que se tiene que hacer es hacerse a un lado. Si el individuo decide «seguir adelante», incapacitado ya para seguir su camino, empeorará el problema, como ocurrió con la gimnasta Elena Mukhina quien quedó parapléjica después de entrenar con la pierna rota tras la presión de sus entrenadores para vencer a Nadia Comaneci.

Por ello Simone Biles no se equivocó. Mucha gente la criticó porque les pareció un absurdo que sacrificara el éxito, las medallas y su equipo por un «capricho mental». Pero lo ocurrido no fue un «capricho mental», ella estaba quebrada, lo reconoció y se hizo a un lado: ese reconocimiento de sus límites es un acto de valentía y de amor propio. Basta ver su apariencia antes de que la crisis se desatara: se veía perdida, no estaba ahí (como ella misma afirmó posteriormente). Algunas personas comenzaron con la cantaleta de la «generación de cristal», pero dudo mucho que una persona débil de espíritu haya ganado lo que ella ganó.

De seguir, Biles podría haberse puesto en riesgo. La gimnasia es un deporte que implica cierto riesgo y donde perder el sentido del equilibrio y el espacio puede derivar en una lesión casi fatal (como ocurrió con Elena Mukhina). En el mejor de los casos, habría tenido un mal desempeño que habría perjudicado más a su equipo que con su ausencia.

En un artículo publicado en Letras Libres, León Krauze quiso hacer una defensa de la presión. Pero la presión como tal no es el problema, el problema no es el espíritu competitivo, eso es parte de la esencia del alto rendimiento; el problema es que los atletas no siempre van a estar en la capacidad de no quebrarse por la circunstancia porque son seres humanos. Sí, aprender a gestionar la presión es importante, y justa esa es una de las razones por las cuales es importante hablar de la salud mental para reducir la aparición de este tipo de estos problemas. Hasta la persona más preparada mentalmente puede llegar a colapsarse, nadie es perfecto.

Hablar sobre salud mental no está peleado con el espíritu competitivo como algunos parecen creer. Hablar de salud mental no implica esperar que se «reduzca el espíritu competitivo para que los atletas ya no tengan amsiedad«, trata de reconocer a los atletas como seres humanos falibles que pueden llegar a colapsar, trata de procurar el bienestar de los atletas.

Algunos de los críticos de Biles hicieron referencia a las palabras del tenista Novak Djorovic quien, a raíz de lo ocurrido con Biles, afirmó que la presión es un privilegio y que es necesario saber manejarla. Apenas unos días después, en su derrota con Pablo Carreño, destrozó su raqueta y golpeó los aros olímpicos que estaban en la red de tenis para después dejar sola a su compañera en dobles mixtos. Ello no es más que una prueba fehaciente de nuestra imperfección como seres humanos, de que podemos llegar a fallar.

Algo parecido se puede decir de la clavadista mexicana Arantxa Chávez, quien tras una mala salida, perdió su clavado y obtuvo una calificación de cero. Ella es otra circunstancia donde la presión límite puede hacerte una mala jugada. Mucha gente se burló y la humilló por su error, como si ese hecho hablara mal de ella. Curiosamente, en la siguiente ronda, a la que no calificó, una de las canadienses que iba en primer lugar y era clara contendiente a las medallas falló de igual forma su último clavado y quedó eliminada. En otra competencia de clavados, uno de los rusos que peleaba por una medalla falló. Simplemente pasa, estos malos juegos le pueden pasar hasta al atleta más grande.

Y la cuestión es que entre la integridad del individuo y la competencia, la integridad va siempre por delante. Lo contrario implicaría negar su dignidad como ser humano. Ni los patrocinios, ni los intereses ni las expectativas valen más que el bienestar del individuo. No se trata de suprimir la presión ni la competitividad en lo absoluto, se trata de hablar de salud mental, se trata de que los atletas estén lo mejor preparados y acompañados posible en este ámbito para reducir este tipo de riesgos, ya no sólo en pos de la competitividad, sino, sobre todo, en pos de su integridad.

Porque los atletas son personas, no meras máquinas al servicio de los espectadores.