Ocio o barbarie

May 1, 2019

En un mundo contemporáneo que tendemos a medir mediante métricas de productividad, es importante comenzar a hablar del derecho al ocio, uno donde el individuo pueda ejercer su libertad.

Ocio o barbarie

¿Qué te viene a la mente cuando alguien menciona la palabra ocio? Posiblemente asocies el término con conceptos como: flojera, improductividad, pérdida de tiempo. Esto porque en nuestra cultura de la producción se ha demonizado el concepto, porque no genera riqueza y porque se considera que el ser humano más útil es el que produce más. Al ocio se le recluye y solo se le da permiso de existir cuando tiene la función de descansar al cuerpo y la mente para volverse a incorporar a la vida productiva (como parte del proceso productivo y no como algo ajeno a ello).

Con la Revolución industrial, como bien decía Hannah Arendt, el ser humano pasó de ser aquel homo faber que fabricaba sus propios productos y los hacía suyos (cuyas reminiscencias podemos ver en los artesanos o en algunos artistas) al animal laborans que ya no hace sus propios productos, sino que tan solo forma parte de una cadena productiva. Así, al ser humano se le despojó ese sentimiento de trascendencia a través de su labor. Además, tenía prohibido quedarse a contemplar porque eso le significaba prácticamente la muerte (vita contemplativa) ya que tenía que utilizar el mayor tiempo posible para poder adquirir los recursos necesarios para sobrevivir. Fue en esta transición cuando se manifestaron los descontentos dentro del sector obrero, que derivó en los sindicatos y en la misma obra de Karl Marx.

Todos sabemos que el propio capitalismo rebasó la cruda realidad descrita por Marx (dejando algunas de sus tesis obsoletas) a través de muchos de los derechos ganados por las luchas sindicales y por las concesiones que el capitalismo le hizo al sector obrero para evitar que la sociedad cayera en las garras del comunismo o de alguna corriente radical que amenazara seriamente los intereses de los propios capitalistas.

También cambió la naturaleza del trabajo (al menos en las clases medias), sobre todo con el advenimiento de la sociedad del conocimiento. Me atrevo a decir que retomó (de forma meramente parcial) algunas de las características del homo faber y en menor medida de lo que Hannah Arendt llamaba vita contemplativa. Por una parte, el ser humano sigue formando parte de un proceso más grande que su propia actividad, pero también hay un cierto esfuerzo para que su trabajo tenga más significado (lo cual no siempre sucede, de ahí a que no sea poca la gente que dice no disfrutar de su trabajo), ya sea por mecanismos que utilizan las empresas para motivar a los empleados y reconocerles, porque la labor de un individuo esté estrechamente ligada con la profesión que eligió y que le apasiona, o porque puede, en algunos casos, ver su creatividad plasmada en algo tangible (aunque solo forme parte de un proceso).

El animal laborans moderno sigue siendo, en sentido estricto, parte de un proceso, e incluso la labor de muchos de los llamados trabajadores independientes (autoempleados, freelancers e incluso muchos emprendedores) sirve no como fin en sí mismo, sino que se integra a uno o varios procesos. Así, un contador independiente hace servicios indispensables para que procesos de varias compañías funcionen, o un desarrollador web desarrolla sitios que son parte del proceso de producción y ventas de varias compañías. A diferencia del animal laborans tradicional, del que se sirvió Marx para desarrollar sus conceptos de alienación y plusvalía, el animal laborans moderno encuentra en el trabajo no solo un mecanismo de supervivencia, sino también de trascendencia.

Es evidente que el progreso es significativo. Si bien este no ha sido uniforme (basta comparar el tipo de empleos de la gente de clases altas y medias a la de las clases bajas que se parece un poco más al animal laborans tradicional) debe reconocerse que las condiciones de trabajo han mejorado significativamente tanto en lo cuantitativo (horas de trabajo e ingresos) como en lo cualitativo si lo comparamos con los trabajos del siglo XIX que inspiraron a Marx a escribir su obra. Pero concuerdo con aquellas voces que dicen que la esencia de los seres humanos no debería limitarse tan solo a la realización personal a través de la integración a estos procesos productivos.

Es aquí donde viene la importancia del ocio como algo más valioso que el mero descanso del cuerpo y la mente (que visto como tal, sería tan solo una función más del animal laborans), uno que le dé mayor significado a nuestras vidas y nos termine de autorrealizar como seres humanos.

Esto implica redefinir el término, o más bien, limpiarlo de los conceptos viciados que le hemos adjudicado. El ocio no puede ser visto como parte del proceso productivo, como parte de la mera rutina: como los tradicionales viernes de ir al bar con los colegas a hablar de trabajo, ni como una forma de evadir la realidad. Contrario a la definición que muchas veces se le ha dado (no seas ocioso, dicen), no significa no hacer absolutamente nada, no significa quedarse tirado en la cama, sino se trata de darle al cuerpo y a la mente esa posibilidad de emanciparse temporalmente del proceso productivo al que está atado.

Evadir la realidad (ser parte de un proceso productivo) no es lo mismo que emanciparse del proceso productivo. La evasión implica su negación, pero el individuo sigue estando atado a ese proceso, porque sus actividades fuera de las horas laborales están condicionadas por el mismo proceso (sale a beber o juega videojuegos para huir de la pesadumbre del trabajo, para después odiar los lunes). La emancipación es la capacidad de salirse de ella de tal forma que el ocio mismo no esté determinado por el proceso productivo.

El ocio, en este sentido, significa que la gente tenga la posibilidad de contemplar (a través de la lectura, de las artes), de meditar, de caminar, de pensar, de convivir con la familia y los amigos, de practicar un deporte como hobby (y no solo con el fin de mantener un cuerpo más sano y apto para el proceso productivo del cual es parte), de tal forma que el ser humano pueda vivir de forma más plena, donde el proceso productivo del cual es parte sea «parte de su vida» y no «su vida».

Dicho esto, habría que preguntarnos si el tiempo que asignamos para el ocio es suficiente, si la manera que vivimos el ocio es la adecuada, si los seres humanos tenemos la capacidad de emanciparnos de ese proceso productivo al que pertenecemos de tal forma que nuestra vida tenga un significado que vaya más allá de ese proceso y que no sea absorbida por éste.

El ocio es ignorado porque estamos ya muy acostumbrados pensar en términos de productividad. Pero tal vez habría que colocar dicho concepto en una dimensión real, en aquella donde es un medio y no un fin en sí mismo. La productividad debe servir al ser humano, no a la inversa. Es decir, que éste sea una mera herramienta que sirve a aquella. Tal vez sea hora de concebir al ser humano como algo más que un mero ente del cual esperamos que produzca rendimientos.

El ocio no debe de verse como un defecto, sino como un espacio en el que el ser humano pueda ejercer su libertad e independencia. Por ello es importante hablar del derecho al ocio.