Fifís contra chairos

Nov 12, 2018

La marcha del domingo mostró que nuestra sociedad está dividida. Pero no es nada nuevo. ha estado dividida desde siempre y nunca hemos hecho casi nada para tender puentes de diálogo.

Fifís contra chairos

Bastó la organización de una marcha para ver cuán polarizado está nuestro país.

Algunas personas me insistirán en que López Obrador ha polarizado a la nación. No estoy completamente de acuerdo con esa aseveración porque creo que más bien lo que ha hecho es explotar la polarización ya existente, no crearla.

Quienes dicen eso están aseverando de forma tácita que nuestra población anteriormente estaba unida. ¡Nada más falso! En nuestro país existen dos realidades completamente diferentes y para entenderlas tendríamos que irnos hasta atrás, muy atrás. Tal vez a los tiempos de la colonia.

La polarización está latente y solo le hace falta una chispa para manifestarse. Está latente en un país donde el color de piel llega a predecir en cierto grado el poder adquisitivo del individuo. Está latente en un país donde la desigualdad es abrumadora y donde la movilidad social es escasa. Quien ignore este problema estructural está siendo intelectualmente irresponsable. 

¿Pero saben? Me da gusto que la gente de clases acomodadas se manifiesten. 

Y me da gusto que se involucren en lo público y que entren a un terreno que les era desconocido. Y considero que en este caso tienen razón en la mayoría de las peticiones que hicieron. Considero acertada la crítica a las consultas a modo de AMLO y considero que el aeropuerto de Texcoco no debería cancelarse.

El problema, lo que genera indignación no es, creo yo, el mero hecho de la protesta, sino que la gente de arriba sale a la calle con su cosmovisión del mundo, una que pertenece a un México que le es muy ajeno a los demás, y eso se hace palpable.

Por ejemplo, el hecho de que salieran vestidos de negro a muchos nos generó conflicto. Muchos se cuestionaron por qué entonces muchos de ellos no salieron para manifestarse en contra de la violencia o la matanza de los estudiantes de Ayotzinapa. Tal vez esa pregunta se responda con el hecho de que varios de quienes pertenecen a las clases acomodadas sienten ajeno el otro México (y no quiero generalizar, porque me consta que, al menos acá en Guadalajara, si vi a una que otra persona «privilegiada» sumándose a la marcha por el asesinato de los estudiantes).

Cierto que hubo quienes salieron con unas pancartas muy desagradables que iban contra la caravana migrante. Pero también es cierto que era una ridícula minoría, y me parece injusto juzgar a toda una marcha por lo que hacen unas pocas personas. Igual de injusto que cuando se decía que las marchas de este sexenio eran violentas por lo que hacían algunos pocos porros (tal vez hasta pagados por el gobierno). De igual forma también otros pidieron no polarizar a la sociedad (aunque ya está polarizada de antemano). 

En una sociedad tan polarizada como la mexicana, es natural que este resentimiento recíproco se manifieste. Son pocos los puentes tendidos entre los dos Méxicos. Los de arriba son vistos como aquellos privilegiados que no obtuvieron su riqueza por mérito sino por la tranza y la corrupción, los de abajo son percibidos como inadaptados, vagos, güevones y tal vez hasta como delincuentes. Tal vez esas calificaciones sean injustas, pero en un estado de las cosas así es muy fácil que alguien explote esta división.

Por eso lo más común es el señalamiento de incongruencias en ambos bandos: unos critican que adoraban la libertad de expresión cuando AMLO bloqueó Reforma y ahora critican una protesta porque no están de acuerdo con ella. Otros critican que les valía madre lo que ocurría en el país y se la pasaban criticando las protestas e incluso pedían que se regularan, y ahora insisten en la «participación de la sociedad civil». Posiblemente ambas acusaciones tienen algo de verdad, y son producto más que nada de la misma polarización social, de los dos Méxicos que son tan ajenos. Pero creando una etiqueta binaria para confrontar a las dos entidades no va a ayudar en nada, por el contrario. 

La realidad es que el conflicto solo se va a terminar al momento en que se tiendan puentes entre los dos Méxicos de tal forma que las fronteras se vayan difuminando y tengamos un solo México. Pero esto implica ir contra parte de nuestra cultura e idiosincrasia, contra nuestros prejuicios históricos, y ello es muy difícil de desterrar. Pero la realidad es que una sociedad tan profundamente dividida tiene menos posibilidades de crecer y desarrollarse que una cuyas divisiones sean más tenues y donde exista comunicación entre las distintas clases sociales (que, por consecuencia, son menos desiguales). 

El problema es que tender puentes también implica ceder y comprometerse, reconocer que ciertas actitudes y acciones perjudican a los demás y cambiar la conducta y ciertas prácticas. Implica también reconocer conductas muy normalizadas, implica tener un mejor control de las emociones (ya que cuando el individuo se vuelve esclavo de sus pasiones, tiene más razones para odiar y dividirse). Pero sobre todo, y lo que es más difícil de todo, implica tener la voluntad de hacerlo. 

Dejemos de ignorar el problema, dejemos de decir que la división es una creación de López Obrador, dejemos de hacer como que no pasa nada y dejemos de pensar que no tenemos ninguna responsabilidad. Dejemos incluso de dejar de reconocer que esta división y estos prejuicios afectan incluso a los de arriba (aunque no lo reconozcan) y que por ello se atrincheran dentro de muros, vallas perimetrales y vigilancia. Si esta profunda división sigue, bastará cualquier chispa para que se prenda y para que se destruya la paz, y ahí perdemos todos.

Y si eso pasa, y si no hicimos nada, entonces no nos quejemos.