Mi historia. El libro de Margarita Zavala y su ambición presidencial

Abr 14, 2017

Margarita Zavala quiere ser presidenta y se quiere presentar en sociedad. Pero parece que les ha dado la razón a quienes dicen que ella no brilla por sí misma.

Mi historia. El libro de Margarita Zavala y su ambición presidencial

Cuando puedo leer un libro de más de 200 hojas en una sola sentada (en una mañana en este caso) lo hago por dos razones: porque el autor escribió un libro de lectura fácil, o porque el libro es lo suficiente malo como para no pararte en seco varias veces y razonar lo que quiso decir el autor. La obra de Margarita Zavala tiene un poco de lo primero y un mucho de lo segundo. Vamos pues, a analizar su libro:

Como todos sabemos, Margarita Zavala aspira a ser la candidata del PAN a la Presidencia de la República. Ella, junto con Ricardo Anaya, ya se han involucrando en una suerte de contienda interna, y seguramente de entre ellos dos saldrá el candidato o la candidata del PAN.  

Pensando en sus aspiraciones, Margarita decidió escribir un libro donde no habla de sus propuestas sino de su persona: Margarita «se presenta en sociedad» para que todos la conozcamos, para que empaticemos con ella y conozcamos ese «lado humano» de una ex primera dama que quiere tomar las riendas de este país. 

¿Lo logra? A mi juicio, no. 

Margarita Zavala no logra establecer eso que llaman rapport, o al menos yo no logré sentir empatía alguna con su texto. Si algo he criticado de Margarita Zavala es su falta de pasión; me parece una persona muy mediana que no destaca, que parece no ser muy brillante y que no defiende sus convicciones con ahínco. Eso queda muy patente en cada una de las letras que componen su libro «Mi Historia». Incluso el mismo título de su libro, predecible y obvio, habla mucho de su contenido.

No sé si a ustedes les ocurrió como a mí cuando iba en la primaria o secundaria: en algún momento el maestro me pidió que escribiera una especie de ensayo sobre la historia de nuestra vida. Naturalmente a esa edad mis habilidades literarias eran poco menos que nulas y para eso (ante mi natural incapacidad de expresar mis sentimientos con respecto a mi historia) recorría muchos lugares comunes, obviedades y anécdotas:

Por ejemplo, solía escribir algo así: «Mi papá siempre iba a trabajar temprano, mi mamá nos llevaba a la escuela y en la tarde me pedía que hiciera la tarea. Tenía dos perritos y en la tarde jugaba con ellos». Algo así es el libro de Margarita Zavala, relata su vida como si se tratara de un ensayo de secundaria y no de alguien que quiere contender por la Presidencia de la República. Sólo hasta que habla de su trabajo en el PAN y su rol en favor de las mujeres, se llega a sentir un poco (poco y nada más) de esa pasión, de esa convicción que uno esperaría de un político al cual le quiere dar su voto.

En su libro, Margarita pocas veces toma partido sobre algún tema más allá de aquellos que son universales (el Estado de derecho, el combate a la corrupción y la legalidad). Cuando intenta abordar algún tema que pueda generar polémica se resbala, lo cual inclusive afecta a la redacción de tal manera que uno puede no entender muy bien qué quiso decir (aunque también habría que criticar al editor porque también llegué a encontrar a algunos errores de ortografía como pronombres propios que no tenían acento):

«Mi preocupación es que les hemos ido restando densidad al tema al convertir todo en cuestión de derechos humanos; es decir, les quitamos peso cuando, por ejemplo, catalogamos como derecho humano fumar marihuana. Si los derechos humanos pierden peso específico, su violación pierde transcendencia.»

Eso no solamente ocurre en su libro, basta con observar algunas de sus entrevistas:

Margarita Zavala puede presumir haber tenido un bisabuelo que conoció a Benito Juárez, y a un abuelo que apoyó a Juan Andreu Almazán, el cual perdió las elecciones contra el general Manuel Ávila Camacho con un sonado fraude; y quien, por apoyar a Almazán, fue acusado hasta de simpatizar con el nazismo. La sangre política corre por las venas de Margarita Zavala, originaria de una familia materna cristera; pero a la hora de mostrar sus convicciones pareciera ser más bien una «mujer chapada a la antigua» que no hace ruido ni llama la atención.

Margarita Zavala tiene problemas para brillar con luz propia, y tal vez con excepción de su involucramiento en temas relacionados con los derechos de la mujer, casi todo su andamiaje político ha estado íntimamente ligado al de Felipe Calderón.

«Beijing marcó mi vida también en otros aspectos; en lo cultural, por ejemplo. En un principio quería que mi primer hijo fuera hombre, lo cual es una auténtica tontería: queremos que sea varón para que se llame como su papá o para que cuide a la hermana más chica. En cambio, volví de ahí con ganas de que fuera mujer; me divertía llevarme a mí misma la contraria.» 

Si Margarita tiene algún rasgo que la diferencie de Felipe Calderón es su sentido de justicia social. Margarita trabajó dentro de organizaciones civiles (católicas) ayudando a la víctimas de las explosiones de San Juanico y el terremoto de 1985. Su activismo dentro de estas organizaciones que le hizo adoptar este sentido de justicia (heredado del activismo propio de la madre) propició que en la Escuela Libre de Derecho (de donde conoció a su esposo) se burlaran de ella y le dijeran que estaba «a la izquierda» del salón. Ella era la única que abordaba el tema de la justicia social en el aula.

Aunque se trata de una persona evidentemente conservadora, es posible advertir algunos rasgos en ella que pueden ser más identificados con la izquierda, como su molestia con la desigualdad, su preocupación por los derechos humanos y los de la mujer (los cuales, ciertamente, desde una postura bastante más edulcorada y vaga que los líderes de izquierda). Ahí terminan las diferencias con su marido.

Como mujer conservadora (lo cual no es una incongruencia al ser parte de un partido conservador como el PAN) tiene una relación estrecha con la religión. Margarita es una mujer profundamente religiosa (me atrevo a decir que bastante más que su marido). Nació en una familia tradicional donde en Semana Santa estaba prohibido ver televisión y salir con los amigos, donde las películas que veían en el cine eran «Los Diez Mandamientos» y «Ben Hur» (las cuales, dice, vieron más de diez veces), y sólo tenían permitido ver ciertas caricaturas como «Don Gato y su Pandilla» (aprobadas a los ojos de los padres). En el libro deja patente esa relación con la religión. Por ejemplo, ella narra que acudía a misa por el estrés que le causaban las acusaciones de López Obrador a su hermano Juan Ignacio y su empresa Hildebrando. No faltaba el padre o el pastor que le diera su bendición. 

La corriente política conservadora no está casada necesariamente con la idea de la «mujer seria y reservada». Un ejemplo es Margaret Thatcher. Se simpatice o no con la ex primer ministro del Reino Unido, todos coinciden en que fue una política confrontativa que se formó desde abajo y que se paraba en Westminster a pelearse por las cosas en que ella creía. Margarita tiene el mismo nombre, pero no sólo no es confrontativa, sino que también, de vez en cuando, muestra rasgos de sumisión:

«Decidí no dar entrevistas a ningún medio de comunicación, entre otras cosas porque el equipo de Comunicación determinó que debía quedarme muy calladita. En eso no se equivocaron, pienso que fue lo más sano; podía ocasionar más problemas que beneficios con un perfil muy público».

Margarita no muestra en su libro algún sentido de autocrítica hacia ella misma (que dijera que tal vez fue mejor idea meter a sus hijos a otras escuelas fue lo más cercano a alguna forma de autocrítica) ni al gobierno de su esposo. No sólo se no se distancia de su marido en algunos temas para mostrar autonomía, sino que gasta algunas páginas para defender la gestión de Felipe Calderón y deslindarlo de algunas acusaciones (como la tragedia de la Guardería ABC). Incluso su crítica hacia el PAN (de la poca que hay) va en ese sentido: Nosotros, los calderonistas, representamos al PAN verdadero, las otras facciones representan una desviación de los preceptos originales del PAN.

 «La pobreza, por ejemplo: de repente se actualizan las estadísticas y ocurre que hay un millón de pobres más y te cuestionas por qué, si hiciste lo correcto, si impulsaste las políticas públicas necesarias, si cumpliste con esto o con lo otro o si fue únicamente por la crisis mundial.»

Si Margarita quería convencernos de su profunda fe religiosa, posiblemente lo haya logrado. Si Margarita quería vendernos la idea de que es «buena», tal vez haya convencido a algún despistado, pero en política como en las relaciones sentimentales los niños buenos suelen perder. 

Dudo que Margarita logre, con este libro, convencer a los independientes (masa cada vez más grande y que posiblemente determine el resultado de las elecciones del año que viene). Tan sólo, y en el mejor de los casos, logrará reafirmar la postura de los más férreos calderonistas.

Ante un panorama político mundial turbulento (del cual México no está exento), y sobre todo, ante una sociedad mexicana que está harta de la corrupción, de la impunidad y de la inseguridad, una figura como la de Margarita Zavala, que se muestra endeble, titubeante, que no tiene dotes de liderazgo, que no tiene ninguna trayectoria destacable, y que tampoco tiene grandes capacidades intelectuales como para compensar la ausencia de carisma o personalidad, resultará muy poco rentable. En este sentido, su rival, Ricardo Anaya, quien tampoco es alguien carismático que muestre algún signo real de ruptura ante lo que México está viviendo, sería una mejor elección dentro un PAN que cada vez escasea más de líderes. 

Para terminar y para que no se malinterprete lo que he dicho (mis argumentos son conclusiones de una obra), mi crítica a Margarita no tiene que ver con su género. De hecho, si algo me gustaría mucho es ver a una mujer en Los Pinos. Una mujer que defienda a capa y espada sus convicciones, determinante, y que se la raje para el país. Por el contrario, ver a una mujer cuyo proyecto estará muy influenciado por su marido y que es incapaz de brillar con luz propia, no ayuda mucho a la causa. 

Ella es Margarita, ella quiere ser presidenta y este es su libro. No sólo no logró cabalmente su propósito de abrirse sinceramente, sino que reforzó la percepción (sobre todo los rasgos negativos) que yo tenía de ella.