La semana pasada tuve una experiencia, por decirlo así, en el Tinder. Fue algo que me tomé muy a la ligera, como un juego, como una forma de buscar alguna mujer en otros círculos distintos al mío. Hace un mes había usado la aplicación y me había aburrido un poco, le decidí dar oportunidad otra vez, ese mismo día hice tres matches con otras mujeres (que es cuando coincide que tanto tú como la otra persona le han dicho a la aplicación que se interesan mutuamente aprobando una fotografía). De esas tres a una no le respondí, otra persona no me respondió y sí logré establecer una conversación con la tercera. Por principios no daré el nombre real de la mujer (la llamaré María) y no describiré rasgos que la puedan delatar porque mi intención no es exhibir públicamente a nadie.
Comencé a conversar con María en el chat que tiene Tinder. En pocos minutos nos pasamos a Whatsapp debido a la deficiencia del chat de la aplicación, lo que implicó que ella me diera el teléfono. Me sorprendió un poco que me pasara su número telefónico tan rápido cuando ni siquiera habíamos conversado bien, pensé que podría ser una mujer desinhibida, o bien que de verdad el chat de Tinder es tan malo (que podría pensar que es a propósito para que los interesados den el siguiente paso y así no gasten tantos recursos de sus servidores). Empezó la conversación, fue algo que yo me tomé muy a la ligera, no es que presuma ser un «don Juan», para nada, ni siquiera soy muy hábil en el tema femenino; pero le he perdido el miedo a las «citas a ciegas» y tal vez en los últimos años haya adquirido cierta seguridad personal como para ver en esta dinámica algo meramente cotidiano.
Al principio María me parecía un tanto interesante. Le gustaba leer, parecía ser una mujer inteligente (siento decir que la ignorancia es una razón de peso para que considere a una mujer como no atractiva), a juzgar por las fotos era una mujer un tanto gordita con bonita cara. Hablamos de varios temas y cuando comenzó a hablar de películas, pensé en invitarla al cine. Es cierto, es una regla no escrita no invitar a una mujer al cine por primera vez, pero fue algo sumamente espontáneo, tanto que ni me di cuenta que la había invitado cuando al mismo tiempo ella denotó algo de nerviosismo; lo cual asumí como normal, porque es algo que a mí me ha pasado. A pesar de ello, ella aceptó y nos veríamos el día siguiente.
El desencanto llegó precisamente ese día antes de verla. La busqué por Whatsapp para recorrer una hora la cita dado que me agendaron una cita de trabajo. A partir de ahí se empezó a mostrar sumamente nerviosa e insegura. En repetidas ocasiones me dijo que se sentía nerviosa, yo le decía que no se preocupara que no pasaba nada. Me preguntó cuantas veces «había ligado» en Tinder, ella asumiendo que tenía experiencia dado que me sentía muy tranquilo y ella no. Me contó brevemente sus experiencias en Tinder (me las relató como un fracaso) y me preguntó por qué ella era «la afortunada» (no sé si se pueda considerar afortunado alguien que apenas vas a conocer y casi no tienes idea de como es) y para redondear, se ofreció a pagar los boletos del cine. Todo eso en conjunto me friqueó. No es que sea necesariamente malo que una mujer sea sincera y te diga que se encuentra algo nerviosa, o que te pregunte en son de broma por qué es la afortunada, tampoco que ofrezca pagar las entradas como un detalle, el problema es el contexto que se deja entrever con todos estos eventos. A partir de ahí perdí casi cualquier atisbo de ilusión y asistí por educación y esperando con una mínima ilusión, valga la redundancia, que el concepto que me había formado de ella fuera erróneo.
Llegué al centro comercial que elegimos por mutuo acuerdo y la busqué en el establecimiento acordado. La mujer era más gordita de lo que pensaba (que no necesariamente tiene que ser un problema, alguna vez he llegado a desfallecer por una mujer con sobrepeso), y su cara, a pesar de que tenía bonitos ojos y en general era un tanto bonita, no la percibía como atractiva, concordaba con la idea que me hice de ella, no era un prejuicio mío. Cuando caminé con ella me sentía incómodo, no era una mujer que me hiciera sentir orgulloso; por el contrario, pasó por mi mente huir de ahí, esconderme, pero soy lo suficientemente respetuoso como para no hacer eso, traté de ser cortés, platicamos un rato, pero la incomodidad seguía ahí y nunca se fue. No era su sobrepeso, no era su aspecto físico, era, la inseguridad que irradiaba.
Y yo soy lo suficiente malo para fingir que me la estoy pasando, que a pesar de que fui amable, ella se dio cuenta de mi desinterés y entonces percibí una decepción progresiva de su parte.
No puedes usar a otra persona para que «llene» tus vacíos. Son pocas las personas que desarrollan una infancia perfecta, la mayoría de los mortales tenemos cierto tipo de complejos mentales (o traumas) y en varias ocasiones buscamos que sean otras personas las que llenen el vacío que estos problemas dejan, que si el papá fue de esta forma, que si la madre no ponía mucha atención, que si teníamos problemas en la escuela. Pero muchas personas aprenden a sobrellevar esos problemas y a pesar de ellos, logran tener una vida sana y estable. Es totalmente notorio que María tiene un gran vacío que necesita ser llenado, lo peor para ella, es que después de cada fracaso (tomando en cuenta sus historias previas que narró) alimenta más esos rasgos y malas estrategias que la hacen fracasar.
María muy posiblemente sea una muy buena persona, posiblemente sea una persona interesante; pero la realidad es que en las relaciones sentimentales, quienes tienen más éxito son las personas más fuertes y aptas y no quienes intentan aparentar ser buenas personas. Conmigo se exhibió como una persona insegura y dejó de ser atractiva. Posiblemente si la hubiera conocido en otro contexto donde ella no se exhibiera como insegura, como «amiga de alguna amiga» y no en plan de ligue en una fiesta por un ejemplo, podría haber llegado a otra conclusión, – ¡Ah, esta María tiene buena conversación o es inteligente o sus ojos son bonitos!, pero no, el contexto es que nos conocimos en un ejercicio donde conocemos varias personas hasta dar con la indicada para formar una relación sentimental, esa era la dinámica, y a mis ojos, perdió.
Cuando dicen (de forma errónea) que a las mujeres hay que maltratarlas, tiene que ver más bien con que las personas seguras de sí mismas, que se dan su espacio y se respetan son mucho más atractivas que las personas que usan todas sus energías en buscar la aprobación de la otra persona. Simples leyes biológicas.
Sentí a María urgida de formar una relación para llenar esos vacíos y me dejó de interesar, las personas que denotan eso dejan de ser atractivas y tienen constantes problemas para encontrar pareja. En algún momento eso me ha llegado a pasar, no puedo verlo desde una perspectiva egoísta e improvisada dado que yo alguna vez en mi vida tuve el problema de María y me preguntaba por qué no era interesante para las mujeres y tenía pocas amigas. Tal vez se me hizo familiar el problema de María porque se parecía un poco a mi «yo» de hace unos años, y al «yo» que muchas personas (posiblemente la mayoría) llegan a ser alguna vez en su vida.
Ambos sexos (en lo ideal) buscamos una pareja con quienes tengamos cosas en común, con quienes podamos compartir proyectos y nos complementemos, de quienes nos sintamos orgullosos. María debería de saber que si con esa autoestima baja logra involucrarse en una relación sentimental, se va a decepcionar completamente; posiblemente más que «llenar esos vacíos» padezca más la relación, y estos vacíos se hagan más grandes. María debería ocuparse más en ella antes de pensar en buscar alguien que la quiera. Si fuera así, no se sentiría forzada a quedar bien con quien pretende salir.
Al final salimos del cine, la acompañé al lugar donde se había quedado y nos despedimos con un beso cuyo mensaje era que nunca nos volveríamos a ver y en ese momento terminaba todo (aunque en mi caso, la historia había terminado mucho antes).