En las redes sociales siempre hay un tema que circula y al cual todos se suben. Estos temas cambian constantemente y no suelen durar mucho en la conversación (aunque en algunos casos resurgen de forma periódica, sobre todo cuando se trata de temas políticos). Eso sí, cuando están presentes, generan mucho ruido, todos quieren opinar y hacer análisis, como este humilde escritor ahora está haciendo.
Hoy el tema es Javier Milei. Hace pocos días fueron los «libros comunistas», luego las agresiones verbales del oligarca Salinas Pliego y después será otro, pero este me llamó mucho la atención. Muchos se sorprendieron del resultado que tuvo el libertario en las elecciones primarias (PASO). Yo no tanto, me parecía consecuente que un populista con su discurso radical y contestatario emergiera dentro del desastre que es Argentina hoy a causa ya no de un gobierno, sino de todo un legado peronista que convirtió a una potencia mundial en un país latinoamericano típico con récords de inflación mundial.
No soy en absoluto simpatizante de Javier Milei, con todo y que sí creo que el estado argentino, sumido en una inflación tremenda y en periódicas críticas, necesita una buena sacudida. Más allá de que puedo concordar con algunas cosas que propone como el adelgazamiento de un estado argentino muy obeso y patrimonialista (sin que yo sea minarquista y mucho menos libertario) o los vouchers educativos. Por otro lado, su personalidad impulsiva me genera mucho escepticismo e incluso preocupación, no digamos de posturas polémicas como la venta de órganos o el hecho de que sea un negacionista del calentamiento global.
Milei ha sido definido constamentente como de ultraderecha o fascista, pero ¿realmente lo es?
Milei, aunque cercano a la tradición populista de derechas de este tiempo, es un fenómeno relativamente nuevo, sobre todo por su propuesta económica. A diferencia de los otros movimientos de derecha, su discurso de inspiración anarcocapitalista se centra en reducir el Estado al mínimo y, a diferencia de esos otros movimientos, no contiene algún elemento xenófobo o nacionalista que hace que esos otros movimientos tengan más vasos comunicantes con el fascismo: digamos que, sin poder ser definidos como fascistas, movimientos como Vox, personajes como Donald Trump o Viktor Orban tienen más puntos en común con el fascismo que Javier Milei.
La presencia de Milei también ayuda a ver que la gradualidad «izquierda – derecha» es bastante problemática porque son muchas cosas las que se engloban en este gradiente. Peor aún, históricamente estos términos han cambiado: en su origen francés, la izquierda tenía que ver más con el liberalismo y la derecha con la monarquía, luego se le relacionó con la economía y últimamente con la cultura. Muchas veces se incluyen varios factores (como los que propone Norberto Bobbio relativos a la igualdad contra desigualdad, al progreso contra tradición, la libertad negativa contra la libertad positiva o su relación con el Estado). El problema es que en estos distintos factores pueden haber variaciones y traslapes que hacen la definición problemática. Por ejemplo, una persona puede ser estatista y, a la vez, tradicionalista o conservadora.
A Javier Milei se le define como ultraderecha por muchas razones: una de ellas tiene que ver con este supuesto de que si la derecha representa el mercado o la libertad económica, entonces promover reformas de gran calado te hacen de ultraderecha. Pero esa «ultraderecha» en la teoría es bastante diferente e incluso contrapuesta con lo que conocemos cotidianamente como ultraderecha y que relacionamos con el fascismo; aunque, como señala Roger Griffin, el fascismo es solo una de las distintas expresiones de la ultraderecha y no es toda la ultraderecha. La que conocemos tradicionalmente como ultraderecha, generalmente de carácter conservador, requiere del Estado para «conservar» las tradiciones, para defender el nacionalismo, para expulsar a los diferentes: los migrantes, los opositores, los gays etc, lo cual no se respira al día de hoy en las propuestas de Milei. Estas diferencias son incluso más notorias en el fascismo per sé: en el movimiento de Milei no hay algún militarismo, xenofobia o nacionalismo, por lo cual sería equivocado decirle fascista. No es casualidad que el propio Mussolini dijera que «todo dentro del Estado, nada fuera del Estado».
El libertario Juan Ramón Rallo afirma que la prensa usa estos calificativos para referirse a Javier Milei, ya sea para referirse de él de forma peyorativa y atacarlo, o porque para ellos si ser liberal económico te ubica algo a la derecha, serlo en extremo debería considerarse de «ultraderecha» como comenté anteriormente. Este diagnóstico suyo me parece acertado, pero dado que Rallo es simpatizante de Milei, el natural sesgo producto de esta simpatía no le permite ver otras consideraciones:
Javier Milei cabe muy bien dentro del estereotipo de un demagogo populista antisistémico de la era posmoderna. La prensa y la opinión pública suelen clasificar a los populistas del lado derecho del espectro político como de ultraderecha, ya que ese populismo suele estar generalmente relacionado con el desprecio a la institucionalidad, la confrontación y se conduce (tanto en izquierdas como derechas) al margen sino es que fuera de la ley. Ese «no apegarse», ese dividir a la opinión pública entre nosotros y ellos, hace que al político en cuestión se le coloque en un punto más extremo del gradiente político-ideológico.
Otra razón que Rallo no consideró es que Javier Milei dice estar inspirado en figuras como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Santiago Abascal, que representan movimientos que sí tienen un componente nacionalista más notorio y con los cuales el propio Rallo suele ser crítico. Si esos son «de ultraderecha» (en el entendido del párrafo anterior) entonces Javier Milei también lo debe ser.
Otros, como el economista mexicano Macario Schettino, señalan que Milei dice ser libertario pero que en realidad es un fascista. Es decir, sabe que el ideario que presenta es libertario pero parece creer que detrás de eso se esconde un personaje más oscuro y autoritario (lo cual sólo podríamos saber una vez que se consolide en el poder y hoy no podemos nada más que especular).
¿Por qué piensa eso Schettino? Si algo podría tener en común Milei con los fascistas es su figura como tal, su forma de plantarse en los escenarios, su forma de manejar los tonos de voz, de gritar, de «excitar» a la audiencia con discursos incendiarios, pero eso no es exclusivo de los fascistas y tampoco lo califica como fascista. Posiblemente Schettino tenga preocupaciones bastante genuinas sobre el personaje, pero ello no implica que la definición sea acertada.
Decir que Javier Milei es fascista es fácil, es igual que decir que los libros de texto de la SEP son comunistas: esas definiciones tienen un contenido retórico con el fin de movilizar a opositores en su contra. Sin embargo, éstos términos no están bien empleados y estirarlos de forma tan grosera puede traer muchos problemas. ¿Qué va a pasar cuando un fascista o un comunista de verdad llegue y ya no tengas cómo alertar a la opinión pública porque ya usaste esas etiquetas con cualquier persona que iba pasando?
No sé qué va a pasar en Argentina si gana Milei, estoy muy incierto y su gestión será más difícil de predecir que lo que tanto sus más ardientes seguidores como sus más férreos opositores creen. Yo guardo bastante escepticismo hacia el personaje y hay rasgos que me parecen preocupantes. Pero dentro de esto, me parece adecuado tener una mayor seriedad con los términos y comprender los matices y distinciones entre las distintas figuras políticas en vez de conceptualizarlas como una sola cosa para así poder hacer un mejor análisis.