¿Por qué el revisionismo literario de la obra de Roald Dahl es un despropósito?
Introducción
La sociedad en la que vivimos tiende a ser dinámica a través del tiempo. Sobre todo, a raíz de la Revolución Industrial y la Ilustración, hemos visto cómo las normas y los paradigmas han estado cambiando constantemente, generalmente más para bien que para mal (claro, sin dejar de ignorar fatales experimentos como el comunismo, el fascismo y el nazismo). Los cambios tecnológicos han traído consigo cambios económicos, cambios sociales y culturales, y son precisamente los cambios culturales los que más han politizado (y polarizado) a los individuos en estos últimos tiempos.
Pero más allá de este debate, lo cierto es que lo que debería ser aceptado y lo que no o la forma en que usamos el lenguaje para significar la realidad ha estado en constante movimiento. Muchos de estos cambios buscan mejorar el estado de cosas de tal forma que la mayor cantidad de personas se beneficien de ello y quienes se oponen temen que se laceren las tradiciones y la estructura social que les da certidumbre. Mucha de la discusión actual gira en torno a la inclusión de las minorías, y es que los seres humanos hemos mostrado una tendencia a abrazar aquello que es normal y previsible (aquello que se repite más veces) y rechazar la anormalidad (lo que es poco común y se repite poco) sin que, en muchas ocasiones, haya un razón justificada.
Al mismo tiempo, valores liberales como la democracia, la libertad de expresión y asociación y el hecho de que el individuo es digno por solo el hecho de ser un ser humano han establecido la arena o el campo de batalla dentro de los cuales los individuos dirimimos estos conflictos. Es decir, más allá de nuestros conflictos y diferencias de carácter ideológico e idiosincrático sabemos que no tenemos derecho de censurar a alguien o atentar contra la integridad y la dignidad de otra persona porque sostiene una forma de pensar distinta que la nuestra.
En este sentido y en este contexto debe analizarse la decisión de Puffin Books de contratar a «lectores sensibles» para reescribir la literatura original de Roald Dahl entre cuales se encuentran obras como Charlie y la Fábrica de Chocolate y de las cuales esta editorial tiene los derechos. Aunque la decisión pareciera bienintencionada, debería ser más bien preocupante y, en lo particular, no puedo estar más en desacuerdo con esta decisión.
El problema de la censura
Mi primer argumento es que este revisionismo literario implica una suerte de censura hacia el propio autor (lo es aunque ya no se encuentre con nosotros). No es lo mismo publicar una edición especial escrita en lenguaje inclusivo o qué sé yo a reescribir la edición original de tal forma que la obra que escribió Dahl termine en el ostracismo mientras que aquella publicada no sea exactamente la escrita por el autor y se publique como si fuera la que él escribió.
Imagina que escribes un libro y, sin previo aviso, la editorial con la cual habías firmado le cambia cosas porque algunos de tus argumentos no empatan con su visión del mundo. Ciertamente, una editorial puede decidir no publicarte y están en su derecho comercial de hacerlo. En ese caso, vas y buscas otra que sí lo quiera hacer, pero otra cosa es que tergiversen lo que escribiste sin tu consentimiento. Ello es una forma de censura.
El problema de la descontextualización
Mi segundo argumento va en sintonía con esa tan conocida frase que dice que «si no conoces tu historia estás condenado a repetirla». Es cierto que el lenguaje y los paradigmas cambian con el tiempo, pero de ahí no se sigue que debamos de censurar todo aquello que nos parezca repudiable o criticable a nuestros ojos contemporáneos. Esto, además de ser reprobable por sí mismo, es muy peligroso. Si lo hiciéramos nos perderíamos de casi todo nuestro acervo histórico: ni Aristóteles (quien a nuestros ojos descontextualizados sería un misógino y promotor de la esclavitud) ni Karl Marx ni mucho menos Schopenhauer estarían permitidos en las librerías.
Roald Dahl escribió Charlie y la Fábrica de Chocolate en 1964. Muchas de las convenciones sociales eran distintas en aquél entonces, así como Aristóteles o Marx se desenvolvieron en contextos muy distintos a los nuestros. Al censurar sus obras se está privando al individuo de conocer cómo eran aquellos contextos y, de la misma forma, de comprender por qué de 1964 a la fecha muchas de las formas de usar el lenguaje o de incluir a las minorías han cambiado. Las obras deben de juzgarse en su contexto y no como si la realidad absoluta fuera nuestra circunstancia. De lo contrario, surgiría una terrible paradoja y es que, a más evolucione una sociedad dada, más prohibitivo se convierte su pasado y más argumentos habría para censurarlo y borrarlo de un plumazo.
Si nuestra sociedad actual ha decidido no llamar gordo de forma despectiva a alguien que tiene «unos kilos de más» esta debe comprender que en el pasado sí se hacía y debe comprender por qué ya no se hace. Igual con los personajes «colonialistas» que se mencionan en las obras. De igual forma, es enriquecedor saber que Aristóteles apoyaba la esclavitud porque así comprendemos por qué se apoyaba y por qué decidimos abolirla y repudiarla categóricamente sin que ello implique que reprobemos a Aristóteles porque comprendemos que se desarrolló en un contexto bastante diferente.
Ciertamente, hay un debate sobre aquellos cambios culturales que se encuentran detrás de estos cambios. No es necesario siquiera debatirlos porque estar de acuerdo o en desacuerdo con ellos no cambia el sentido de mi argumento. Si estoy de acuerdo con dichos cambios culturales, igualmente lo más razonable sería oponerme a este «revisionismo literario» porque para que un cambio ocurra es indispensable conocer el estado de cosas que se quiere abandonar para «no repetir la historia» y porque la censura per sé me debería ser repudiable a menos que lo que se dice tenga el propósito explícito y malintencionado de atentar contra la dignidad de otra persona y la pueda poner en peligro (por ello no vemos con malos ojos que se censuren contenidos alusivos al nazismo).
El problema de tratar a la gente como tonta
Muy en sintonía con mi argumento anterior, este tipo de censura es una forma de subestimar groseramente a las y los lectores. Pensar que no debemos exponerlos a ciertos contenidos bajo el argumento de que son sensibles y les puede afectar solo los priva de conocimiento de la historia y del mundo para recluirlos en una burbuja donde todo está arreglado para no herir susceptibilidades. Es una forma de infantilizarlos casi como si no pudieran tomar sus propias decisiones y se le diga qué deben leer y qué no, y eso me lleva al siguiente punto.
El problema del backlash y los efectos colaterales
Si algo aprendimos del conservadurismo más rancio y puritano es que aquello que se prohíbe de forma coercitiva corre el riesgo de convertirse en algo atractivo: fumar, el «nopor», tener sexo fuera del matrimonio. Y eso es un gran problema, porque cuando se prohíbe algo de tal forma, la gente no suele comprender por qué ocurre, solo sabe que está mal, está prohibido, es «pecado» y, como lo que está prohibido es atractivo entonces lo hago sin comprender las consecuencias. Así, tenemos a muchos adictos al «nopor» por no comprender los efectos que ello puede tener en su cerebro y tenemos muchos embarazos adolescentes porque les prohibieron tener sexo y se los vendieron como algo pecaminoso en vez de explicarles las consecuencias a las que se podrían enfrentar si tienen sexo para que, con información, puedan tomar mejores decisiones.
Naturalmente, sobre todo en la era del Internet, las nuevas generaciones van a saber que existe una versión «políticamente incorrecta censurada» de los libros de Dahl y los querrán leer sin comprender por qué el libro dice lo que dice. ¡Está prohibido decirle gordo a tal persona! Digámosle gordo a Juan y burlémonos de él. Luego también hemos aprendido que la cancelación suele rebotar y, en muchos casos, empoderar a los casos más extremos y agresivos que están dispuestos a insultar o denigrar en un acto de rebeldía. Así, cuando en Twitter algunas personas buscaron ejercer la cancelación por medio de posturas puritanas en torno a la gordofobia, hicieron famosas a personas que estaban dispuestas a insultar a la gente con sobrepeso diciéndoles cosas denigrantes como «ponte a bajar de peso marrana».
Conclusión
Cabe aclarar que este revisionismo no es lo mismo siquiera que la inclusión que observamos en Hollywood, donde las obras originales no son censuradas y siguen circulando junto con las nuevas versiones. Si bien, estas políticas de Hollywood generan molestia en algunos sectores, no implican censura alguna y tampoco se trata de algo nuevo: la versión familiar de Pinocho de Disney dista de la obra original, pero no hay revisionismo alguno porque la suya es una versión basada en la original y no es su reescritura. De la misma forma, si la editorial hubiera sacado una «versión inclusiva», no habría problema porque los textos originales se habrían mantenido intactos y los lectores tendrían libertad de elección a la hora de decidir qué leer.
El problema es que el revisionismo implica alterar la versión original, y en esa alteración ya se están censurando partes de ella y se está privando al lector de tener acceso a esta.