Según el marxista Antonio Gramsci, los intelectuales orgánicos son aquellas personas que intervienen en el diseño y la organización de las políticas públicas del Estado. Son estos intelectuales, nos dice Gramsci, los que dan legitimidad al Estado. Son parte del «órgano gubernamental» y cumplen con esa función.
Allá por el 2006, el movimiento obradorista presumía tener a los intelectuales de su lado. Ciertamente no tenía a todos, pero sí tenía a varios importantes como Carlos Monsivais, Elena Poniatowska o Miguel Ángel Granados Chapa. Claramente, no eran intelectuales orgánicos porque no eran gobierno. Monsivais dejó de apoyar a López Obrador después del conflicto electoral, Granados Chapa falleció poco después y Poniatowska lo siguió apoyando hasta la fecha, aunque, llegado al poder, ha empezado a tomar distancia.
La mayoría de los intelectuales de la actualidad, desde aquellos socialdemócratas, liberales o hasta de derecha, son opositores al régimen. Algunos de ellos le dieron el beneficio de la duda pero se decepcionaron, otros siempre se han opuesto a Obrador. Lo poco que le quedaba simplemente se ha ido distanciado del régimen. Carlos Urzúa, quien fuera Secretario de Hacienda, hoy es un crítico del régimen. Gibrán Ramírez (tal vez no un intelectual en forma pero sí alguien estudiado) se distanció hace poco y se convirtió en alguien crítico.
De intelectuales que apoyen a López Obrador se me vienen a la mente Lorenzo Meyer o Jorge Zepeda Patterson pero nada más.
¿Quiénes quedan? Los influencers orgánicos.
¿Pero, quiénes son los influencers orgánicos?
Estas son personas que tienen el mismo papel de los intelectuales orgánicos: legitimar al régimen, pero no se caracterizan por su intelectualidad ni de lejos, sino por su capacidad de influencia. Son influencers porque, además de ser capaces de crear opinión, lo hacen en gran medida a través de las redes sociales.
Podríamos subclasificar a los influencers orgánicos en militantes y facilitadores. Ambos sirven al régimen, pero lo hacen desde distintas plataformas y con distinta intensidad:
Los militantes son aquellas personas que forman parte del régimen de forma explícita: ya sea que estén en la nómina, ya sea que formen parte de empresas adheridas al régimen o presten directamente sus servicios. Ellos son los más incondicionales y, llueve, truene o relampaguee, apoyarán las decisiones del presidente y defenderán a sus subalternos envueltos en un escándalo de corrupción. No les importa la búsqueda de la verdad, ni siquiera la mera convicción ideológica, sino el servilismo al régimen en turno. Aquí incluyo a personas como El Chapucero, Jenaro Villamil, Gómez Naredo de Polemón, los distintos moneros, Lord Molécula, Pepe Merino y un largo etcétera.
Estas suelen ser personas que, de alguna forma, se sentían excluidas ideológica y políticamente del statu quo anterior prevaleciente y que, al formar parte del régimen y militar incondicionalmente con él, reafirman y alimentan su status al tiempo que reciben un beneficio económico o político por su militancia.
Los facilitadores no son tan firmes en su lealtad como los primeros, pero siguen cumpliendo la función de hacer ver bien al gobierno. Algunos pueden tener un nexo con el régimen y otros tal vez lo hagan más por convicción que por interés, pero coinciden en estar en una posición donde tener algún que otro disenso esporádico no les causa grandes problemas. A diferencia de los primeros, suelen tener una mayor capacidad de matizar (o presumen ello), de oponerse a alguna decisión polémica del gobierno o de criticar el escándalo de algún miembro del régimen, pero haciendo notar que, con todas las imperfecciones, el estado de cosas actual es mejor que el pasado y que la «Cuarta Transformación» vale la pena. Ahí están Hernán Gómez, Zepeda Patterson, Callo de Hacha o Julio Astillero.
Así, los influencers orgánicos cumplen con la función de hacer quedar bien al régimen o mejorar su imagen, pero no necesariamente buscan persuadir a toda la población en su conjunto sino más bien buscan reafirmar y explicitar el proceso de polarización schmittiana promovida desde el gobierno donde se hace un claro contraste entre quienes forman parte del régimen (los buenos) y los que se oponen a éste (el enemigo), lo cual es más notable entre los militantes que entre los facilitadores (que tampoco están ajenos a este juego).
Si bien, en todos los gobiernos existen personas que cumplen con el papel del intelectual orgánico que resalta los aciertos del gobierno, en éste queda claro que juegan un papel de división donde forman parte de un conglomerado que busca combatir contra el «enemigo», ya que ello les confiere de un status. Promueven, en consonancia con el régimen, una «política del resentimiento» al erigirse como los representantes de un «pueblo» que consideran olvidado y excluido por las élites (neoliberales) a las que se oponen, cosa que coincide con otros movimientos populistas como el de Donald Trump en Estados Unidos, la ultraderecha en Europa o los populismos de izquierda en América Latina.