Este domingo hice una exhaustiva caminata por la CDMX. Llegué a la estación Pino Suárez, de ahí al Zócalo, luego caminé por la Juárez hasta Reforma, de ahí al Ángel y posteriormente crucé la Roma y la Condesa donde rento el cuarto donde actualmente estoy viviendo.
En esas andanzas, en las que platico solo con mi mente, observé muchas cosas que me llamaron la atención. Muchos contrastes.
El primero ocurrió al llegar al Zócalo. No podía encontrar el mejor ángulo de Palacio Nacional para tomar una fotografía porque habían varias mantas donde se exhibían a los «enemigos del pueblo», es decir, a aquellas personas opositoras al régimen de López Obrador. Claudio X González aparecía en letras grandotas. Ahí también estaban Carlos Loret de Mola, Enrique Krauze, Lorenzo Córdova, Brozo y hasta Carmen Aristegui. Ellos son los enemigos de la nación.
En esta expo mitad linchamiento, mitad alabanzas al Presidente, se vendían también muñecos de López Obrador, banderas que decían «AMLO, no estás solo», vaya, al igual que venden crucifijos afuera de las Iglesias. Ahí habían mantas de la reforma eléctrica, de la revocación de mandato (que llaman ratificación) y hasta uno que decía que AMLO es el mesías.
Pero la vendimia era lo de menos, abundaba la presencia de «activistas» con su megáfono haciendo cánticos y porras a López Obrador: «no estás solo», «es un honor estar con Obrador». Habían «oradores» hablando de la «prensa chayotera». Todo frente a un Palacio Nacional que no había estado tan cercado ni en tiempos de Peña Nieto. Ahí el primer contraste.
Pero la exposición no terminaba ahí. A lo largo de la calle Madero y posteriormente la Avenida Juárez hasta llegar a Bellas Artes estaban varios grupos apoyando a López Obrador y denigrando a los opositores. El centro estaba más sucio que de costumbre. La insistencia de los activistas denotaba desesperación del régimen. Era necesario movilizar a la gente por todo el centro para dar a entender que la gente apoyaba a López Obrador quien estaba siendo «atacado» por una oposición corrupta que no quería perder sus privilegios.
Entré al museo Memoria y Tolerancia. Muy buen museo, necesario para recordar a la gente de las atrocidades que ha cometido el ser humano para que no vuelva a repetirlas. Los admiradores de Putin (algunos ultraderechistas, otros ultraizquierdistas y otros obradoristas) deberían visitarlo. Ahí estaban la historia de los nazis, el gobierno de Ruanda y muchos otras historia de genocidios. Ese llamado a la concordia contrastaba con el activismo oficialista fuera del recinto que era básicamente un ataque a quienes no estaban de acuerdo con el gobierno.
Y es que, según Oráculus, el agregador de encuestas, López Obrador perdió algo así como entre 8 y 10 puntos de popularidad después del escándalo de su hijo José Ramón. Incluso el descalabro puede ser mayor en tanto otras encuestas se publiquen y se agreguen a este modelo. 8 puntos no es una cantidad despreciable, es para preocuparse (y se nota, por eso todo el merequetengue en las calles del centro). Sin embargo, la aprobación de López Obrador sigue siendo positiva (más de 50 puntos) y a estas alturas del sexenio, AMLO es más popular de lo que fueron todos los presidentes desde Ernesto Zedillo.
Pero AMLO y los suyos saben que si pierden más popularidad ello sí puede ser un problema. Por eso están preocupados, porque la oposición por fin supo cómo golpear su narrativa que parecía mantener al Presidente inmune a críticas.
Luego me dirigí a Reforma, no sin consultar de vez en cuando mi Twitter para ver las nuevas sobre el conflicto entre Ucrania y Rusia. Ahí en el Ángel de la Independencia había un joven criticando, al parecer, el silencio del gobierno quien tardó en declararse en contra de la invasión de Rusia.
Fotografía propia
Si algo me llama la atención es que las guerras son cada vez más impopulares. Pareciera que los humanos hemos aprendido, progresivamente, a resolver nuestros conflictos de forma cada vez menos violenta. La gran mayoría de los ciudadanos occidentales (con excepción de esos «despistados») ha desaprobado contundentemente las acciones de Putin quien es visto como un tirano, e incluso algunos rusos han salido a las calles a manifestar su oposición a la guerra.
No es la primera vez. Algo parecido ocurrió cuando Estados Unidos invadió Irak. La desaprobación de los ciudadanos de los propios países aliados (e incluso de los mismos estadounidenses) fue alta. Hacer la guerra (a menos que se trate de una defensa a un ataque previo) tiene un costo político cada vez más alto. Ni con su máquina de propaganda (RT Noticias y algunos «chayoteros» en varios países, uno de ellos el nuestro) han logrado imponer su narrativa. Ya ni porque ante las medidas tomadas por YouTube o Twitter están inundando de propaganda redes sociales de países «un poco más amigos» como TikTok. Ese liberalismo que parecía quedar semienterrado ha resucitado. Ante la amenaza, la gente se acordó de las democracias, la libertad y los derechos humanos.
Así, seguí caminando. Paseo de la Reforma es una avenida muy bella, muy peculiar y majestuosa. Es una avenida imponente. Lo único triste del recorrido (tanto en el Centro, como en partes de Reforma, en la Roma y en la Condesa) son las cicatrices del terremoto. Ahí todavía hay edificios abandonados que con trabajo siguen en pie y no han sido demolidos. No son los suficientes como para afear el paisaje pero no son lo suficientemente pocos como para pasar desapercibidos. Ahí estaba el edificio El Moro (el de la Lotería Nacional) que, aunque de pie y habilitado, tiene algunas cuarteaduras y grietas que, a más de 4 años del sismo, no han sido reparadas. En la Condesa hay algunos edificios que siguen siendo demolidos para construir otros e incluso otros con graves cuarteaduras que siguen en pie.
Fotografía propia.
Dentro de la tragedia y el dolor que significó el terremoto, todos lo recordamos también por la unión y solidaridad que, en ese entonces, mostraron los ciudadanos de nuestro país. Un breve momento en el cual las clases sociales, el género, las ideologías y demás diferencias parecieron no importar. Y es que, en momentos amenazantes, muchos antagonismos son capaces de unirse (aunque sea temporalmente) para solucionar un problema mayor.
Así terminó mi larga caminata (10 km aprox). Algo cansada, pero reflexiva. Todos los contrastes de la Ciudad de México están ahí llamando tu atención todo el tiempo.