En contra de la malicia

Feb 25, 2022

Se dice que hay que tener malicia para sobrevivir en esta sociedad, pero ello tan solo perpetúa aquello que no nos gusta de ella: la desconfianza en las demás personas, la injusticia y las instituciones débiles.

En contra de la malicia

Más de una vez me han dicho: «Álvaro, deberías tener más malicia».

Siempre he estado rotundamente en contra de esa sugerencia y siempre lo estaré.

No es lo mismo tener malicia que saber defenderse. Tener malicia implica que, si en una comunidad es común que la gente saque ventaja de otras o se meta la pata, tú debes jugar al juego si no quieres que te jodan y puedas sobrevivir en el ambiente.

¿Por qué se hace sugerencia? Es simple, por desconfianza.

Si la gente desconfía de sus pares, entonces adoptará mecanismos a través de los cuales buscará protegerse. La malicia implica cierta proactividad (y no en el buen sentido), porque si las demás personas juegan al juego, si tú quieres destacar y quieres crecer en ese ambiente, entonces debes embarrarte en el lodo.

Pero esta dinámica implica un problema de acción colectiva ya que un ambiente en el cual todos tienen que proteger sus espaldas y atacar, la cooperación se vuelve mucho más complicada y ello tiene consecuencias nefastas no solo a nivel micro (en mi persona o mi lugar de trabajo) sino en el macro: en la sociedad, país o región.

América Latina es la región del mundo (sí, por encima de África) donde la gente desconfía más de los demás: no solo de los desconocidos, sino de su familia inclusive:

Para que existan instituciones fuertes y justas en una sociedad, la cooperación es muy importante. Si la gente no confía en los demás y no está dispuesta a cooperar, entonces dicha sociedad tendrá instituciones débiles e injustas.

Si la gente considera que las instituciones son débiles e injustas, entonces será más proclive a saltárselas para sobrevivir. Si apegarme a la ley y a las instituciones no me funciona para satisfacer mis necesidades entonces tengo que brincármelas. Si en el nivel personal hay que «embarrarse en el lodo», a nivel macro habría que hacer lo mismo, tengo que «jugar al juego».

Dicho esto, podemos asumir que si en una sociedad la gente desconfía de los demás, no podrá construir instituciones sólidas y por lo tanto no podrá confiar en ellas. Los datos en este sentido son reveladores. América Latina también es la región que menos confía en sus instituciones.

América Latina es la región que menos confía en el Congreso, en las elecciones, en el gobierno, en la justicia, los partidos y la policía. Esta relación entre confianza personal e institucional es consistente en todas las demás regiones con excepción de Asia Oriental, donde la gente confía más en las instituciones que en las personas.

No tener instituciones fuertes es un gran problema, de acuerdo con Van der Meer, la confianza política funciona como el pegamento que mantiene el sistema integrado y como el aceite que lubrica la maquinaria política. La confianza política e institucional permite promulgar legislación controversial que sea positiva para la sociedad (por ej, medidas impopulares que beneficiarán a la gente en el largo plazo), participación en las urnas, disposición para pagar impuestos y apoyo en asuntos internacionales.

La confianza política e institucional es importante para el desarrollo, ya que da más certidumbre a las personas que deseen poner un negocio o invertir en un país. Es revelador el estudio que hizo Robert Putnam en Italia donde descubrió que en la región norte, ahí donde hay más prosperidad económica y mayor participación ciudadana, existe una mayor confianza interpersonal que en la región sur, menos próspera, con relaciones políticas más clientelares y donde precisamente surgieron las mafias italianas.

La cuestión es que se trata de un círculo vicioso:

Si no confío en las demás personas ni en las instituciones entonces tendré incentivos para «tener más malicia» y pasarme las leyes por encima. Pero si decido tener «más malicia» y decido pasarme las leyes por encima, entonces estoy cooperando para que exista menos confianza interpersonal e instituciones más débiles que hagan que más personas decidan hacer lo mismo.

Como bien afirman Nathan Nunn y Leonard Wantchekon, los efectos culturales de la desconfianza pueden expandirse a lo largo de los años, como descubrieron en África, donde las regiones donde existía mayor comercio de esclavos tienen mayores niveles de desconfianza interpersonal (el comercio de esclavos hacía que la gente desconfiara más de sus pares y estuviera menos dispuesta a cooperar con ellos ya que podían ser vendidos como esclavos por sus amigos o familiares). Evidentemente, en América Latina existen razones históricas que explican la desconfianza interpersonal (por ejemplo, la colonización), pero ello no quiere decir que uno no pueda hacer nada ni poner su grano de arena:

Romper esa idea de la malicia no implica ser ingenuo ni dejarse «tragar por el sistema». Posiblemente le dé al individuo, en el corto plazo, más réditos ser «malicioso» que aprender a defenderse manteniendo sus valores y principios personales, pero en el largo plazo será una persona más honorable y sabrá que habrá puesto de su «de su parte» para contribuir con una mejor sociedad.

Al final, tener malicia implica perpetuar aquello que no nos gusta: una sociedad injusta, con instituciones que no funcionan bien y donde las personas se sienten inseguras en su relación con las otras.