En México, un país con mucha pobreza y desigualdad, eso de decirse de «izquierdas» o «derechas» es privilegio de una minoría clasemediera. En México y los países latinoamericanos donde la pobreza crea muchos incentivos para las prácticas clientelares, la identificación ideológica es muy tenue y difusa como bien delinea la politóloga Elizabeth J. Zechmeister.
Ello ocurre porque el mismo clientelismo se vuelve más redituable electoralmente que la identificación ideológica. Ello explica que el PRI nunca haya tenido una identificación ideológica clara y sí estructuras clientelares. Aunque todos los políticos en México han hecho uso de las prácticas clientelares, lo cierto es que el PAN, que tenía su base electoral en las clases medias y altas, se podía dar el lujo de tener una posición ideológica y programática que, si bien nunca terminó de ser consistente, sí era más clara: ahí en el PAN estaban resguardados tanto los liberales de centro o centro derecha, así como una derecha más dura, confesional y un tanto marginal (a la que pertenecía Manuel Espino, ahora en MORENA). Los empresarios, ante el asedio del PRI en los años 70, comenzaron a ver al PAN como el partido a través del que podían defender sus intereses. Lo claro es que el PAN siempre fue un partido tendiente a la derecha.
Pero, una vez llegando al poder y, sobre todo, después de dejarlo, el PAN comenzó a extraviarse. Perdió bastiones muy importantes como Jalisco, varios de sus miembros abandonaron a su partido y, ante la desesperación, se ha convertido en un partido atrápalotodo que está dispuesto a hacer cualquier cosa para ganar votos. Si la visita de Santiago Abascal de Vox fue vista por muchas personas como un desvarío y se decía que esas derechas duras y populistas no eran compatibles con la doctrina del PAN, al menos podría argumentarse que eran, al fin y al cabo, de derecha, pero luego en ese extravío ideológico también empezó a ocurrir lo impensable: a alguien se le ocurrió que era viable subirse al carro del progresismo y las causas sociales.
Ya habían algunos avisos de ello con el acercamiento con los demócratas en Estados Unidos o las propuestas del ingreso universal de Ricardo Anaya, pero ello se hizo más notorio a la hora de subirse al tren del lenguaje inclusivo y, sobre todo, al invitar a Viridiana Ríos (académica que, por cierto, ha defendido al régimen en más de una ocasión) para hablar de desigualdad. En resumen, al PAN se le ocurrió la maravillosa de idea de empezar a moverse a la izquierda.
¿Cómo llegaron a esa conclusión? Tengo algunas hipótesis (incluso se podría explicar por más de una de ellas).
La primera es que el PAN es un partido que siempre ha tenido su base electoral en las clases urbanas. El progresismo emerge precisamente en varios de esos sectores socioeconómicos: las nuevas generaciones son cada vez más progresistas y posiblemente pensaron que eran el partido adecuado para atender a ese nuevo clivaje creciente que solo, y a medias, había sido tomado en cuenta por Movimiento Ciudadano.
La segunda es que, por su carácter urbano, varios de sus miembros comenzaron a tener contacto con estas corrientes de pensamiento a través de organizaciones civiles, académicos y demás tipos de organizaciones donde el progresismo suele estar presente. Recordemos que la alianza Va por México se explica, en gran medida, por su relación con la organización Sí por México, formada por líderes empresariales e intelectuales que, si bien son fervientes opositores al régimen, tienen cierta línea progresista en lo social.
La tercera podría explicarse por el centralismo. La Ciudad de México es la ciudad más progresista del país (y que representa una gran cantidad de votos) y, por tanto, comenzaron a verse influidos por ellos para poder tener mayor alcance en esta ciudad. Y como nuestro país es, en la práctica, centralista, entonces este influjo termina permeando en todo el partido como tal.
La cuarta hipótesis es que MORENA se desentendió de los progresistas y, sobre todo en lo que compete al Gobierno Federal, comenzó a recorrerse a la derecha en temas sociales. Así, dejó ahí tirados muchos votos progresistas que ahora el PAN quiere recoger.
Las cuatro hipótesis coinciden en algo, y es que todas ellas se explican por el oportunismo electoral.
Es cierto que, con el tiempo, los partidos conservadores tienden a asimilar los cambios sociales que suelen ser defendidos por los progresistas. Los partidos democristianos europeos son un claro ejemplo de ello: para una sociedad no tan avanzada como la mexicana hasta podrían parecer muy liberales. Pero los partidos conservadores hacen eso, asimilan cambios, no los empujan. Es claro que, en un futuro no muy lejano, hasta para un panista típico será extraño oponerse al matrimonio igualitario, pero más extraño es pensar que el PAN vaya a abanderar los cambios sociales progresistas.
Con el tema de la desigualdad hay algo más grosero, y es que ese tema siempre ha sido monopolio de las izquierdas, es su terreno natural. A diferencia de los cambios sociales, no es algo al que la derecha suela subirse progresivamente. Es cierto que el PAN no es un partido liberal puro (como un libertario quisiera) y siempre ha estado abierto a cierto papel del Estado como para aspirar a ampliar la red de seguridad social con Seguro Popular (irónicamente desmantelado por el gobierno actual que se dice de izquierda), pero siempre ha sido un partido que tira un poco más a la derecha.
¿Cuál es el problema con esto? Que estas posturas no son nada creíbles por el simple hecho de que el PAN está identificado como un partido conservador. Los partidos, haciendo referencia a De Vries y Hobolt, pueden ser vistos como una marca a la cual se asocian ciertos atributos que los distinguen de los rivales. Lo que siempre distinguió al PAN era cierta dosis de conservadurismo y políticas relativamente liberales en lo económico.
El hecho de que el PAN decida romper groseramente con esos atributos de marca hace que se le perciba como un partido oportunista y extraviado. No solo es que los conservadores, quienes no se sienten representados en el sistema político, se sientan traicionados por el partido que alguna vez los acogió. El problema es que los progresistas, que tampoco se sienten representados en el sistema político, ven esto como una burla: ven en el PAN a un partido conservador que se está queriendo subir de forma oportunista a su plataforma (ya ocurrió con los colectivos feministas). Lo cierto es que los progresistas no van a votar por el PAN porque su marca conservadora (la cual no puede desaparecer de la noche a la mañana) los ahuyenta.
Es cierto que, en la práctica, esa izquierda que quiere ser el PAN se parece poco a MORENA, pero lo cierto es que en la narrativa, en la percepción de la gente (sobre todo la que suele votar por el PAN), es extraño pensar que la oposición natural a este régimen (al cual asocian con el intervencionismo estatal e incluso con conceptos como el comunismo) va a ser un partido progresista que hable de desigualdad y luchas sociales.
En las zonas urbanas, los clivajes más representativos son, sí, el progresismo, pero también una derecha moderadamente conservadora y empresarial (dejando de lado a los sectores más confesionales y rancios que, si bien son ruidosos, son minoritarios). El problema es que el PAN ha optado por el clivaje equivocado. Es cierto que falta un partido para ese progresismo creciente, pero tendría que ser uno nuevo o al menos uno como Movimiento Ciudadano (aunque críticas a la inconsistencia ideológica de este partido merecerían otro capítulo), o algunas propuestas como el partido Futuro en Jalisco. El PAN no puede ser ese partido ya que históricamente ha tenido posturas bastante distintas a las de ellos porque los progresistas no los quieren, así de simple.
Y tienen razón los que dicen que parece que el PAN se está esforzando por desaparecer. Está optando por una estrategia que no le va a atraer votos, sino que va ahuyentar tanto a conservadores como a progresistas. Los panistas no sólo no están haciendo una buena lectura, sino que están mandando el mensaje de que las posturas programáticas (que los caracterizaba más que a otro partido) ya no importan, sino sólo la búsqueda del poder y la ambición de sus miembros a toda costa.