Dentro de todo lo mediocre que existe en el país, existe algo que si destaca por su mediocridad, y tan solo por eso, es el balompié mexicano.
México es un país que tiene más de 100 millones de habitantes, es una nación donde el futbol es, por mucho, el deporte más importante. Si bien no es un país desarrollado, tiene la infraestructura y el capital. En resumen, el país tiene las condiciones socioeconómicas del país le dan la posibilidad potencial de que su selección sea, si no potencia mundial, cuando menos una de esas naciones que están ahí muy cerca de esa élite y que tienen la capacidad de ser protagonistas.
Pero la selección nacional se ha convertido en un loop de la mediocridad que se repite cada cuatro años: van al Mundial, los eliminan en octavos de final, luego regresan a jugar algunos partidos moleros contra selecciones mediocres en su mayoría y la infame Copa Oro (con puras selecciones mediocres también) para después sobrellevar la clasificación al siguiente Mundial (a veces de forma cómoda y a veces con muchos problemas) en donde participan puras selecciones mediocres. No sé ustedes, pero en mi caso ya me da una tremenda pereza ver cualquier partido de la selección mexicana y de hecho no recuerdo haber visto alguno después del último juego en Rusia 2018. Todo es predecible, ya sabemos lo que va a pasar.
Peor aún, los hombres de pantalón lograron que México ya no asista a la Copa América. También, gracias a ellos, los equipos de nuestro país ya no asisten a la Copa Libertadores. Los pocos torneos que nuestro país tenía para foguearse ya no existen más.
¿Por qué, a pesar del potencial que ahí existe, nuestra selección es una muy mediocre e irrelevante que, exceptuando una ya lejana Copa Confederaciones y algunos títulos en selecciones menores (una medalla de oro olímpica y dos mundiales Sub 17), no ha ganado nada? Me parece que la respuesta es simple: los hombres de pantalón no tienen los incentivos para hacer que la selección nacional sea competitiva. ¿Por qué? Porque la selección ya es un negociazo, es una de las naciones que más dinero genera y el hecho de volverla una «potencia mundial» no hará que generen mucho más dinero que el que ya ingresan. El negocio está garantizado en tanto la selección clasifique al Mundial.
Está garantizado porque el aficionado mexicano es cortoplacista y poco exigente. La gente sigue comprando camisetas y sigue asistiendo a los estadios, sobre todo en Estados Unidos donde la nostalgia por las raíces de los mexicanos que viven allá hace que no se pierdan ningún partido cuando la selección juega cerca de su ciudad. Los de pantalón hasta afortunados son de tener dos mercados (el mexicano y el hispano-estadounidense), privilegio que prácticamente ningún otro país tiene.
Y también los de pantalón tienen su negocio garantizado porque la Selección Nacional es una de los pocos medios por los cuales la gente percibe que puede expresar su patriotismo. En México no solemos estar orgullosos de muchas cosas y, por lo general, aquello que nos da una identidad natural tiene que ver más con los recursos naturales y las tradiciones (que si el mariachi, que si los tacos) que con las victorias o las hazañas. El aficionado, por lo tanto, no va a desprenderse de su selección nada más porque sí y la va a apoyar casi hasta el último momento. Ahí la razón por la cual nuestro país tiene una de las aficiones más populosas y más llamativas en todos los mundiales. La afición misma se vuelve motivo de orgullo.
Todos estos incentivos perversos, aunados a la corrupción y la terrible improvisación en la que está sumida la liga, tienen atorada a la selección en un círculo vicioso que no le permite trascender. Para modificar esta serie de incentivos perversos se necesita una sacudida que ponga en aprietos a los hombres de pantalón. Una de ellas es la clasificación al Mundial.
Es curioso, porque la última «revolución» ocurrió justo después del escándalo ocurrido a finales de los años 80 cuando la selección quedó eliminada de Italia 90 y demás competiciones por el escándalo de los cachirules. Justo ahí, los hombres de pantalón se sintieron orillados a hacer algo. La selección subió un peldaño más: comenzó a tener mejores resultados en mundiales, comenzó a ganar algunos títulos (aunque ninguno de ellos equiparable a una Copa América y ya no digamos un Mundial), algunos jugadores empezaron a migrar a Europa, pero ahí se quedó atorada la selección y ya no subió más.
Antes de esa «revolución» no existían tantos intereses económicos, y aún así, los hombres de pantalón vieron necesario ponerse a trabajar para lograr que la selección subiera de nivel. Tal vez solo ello, un cisma que comprometa sus ingresos y les de un sape en sus pequeñas cabezas, hará que vuelvan a poner manos a la obra. Es claro que una eliminación es algo que les dolería en lo más profundo del alma. Basta recordar las eliminatorias del 2014 que, ante la inminente posibilidad de ver a la selección eliminada, movieron mar y tierra para que eso no ocurriera: eso les genera temor y mucha preocupación. Por ello es que es necesario que ocurra.
También una eliminación vendría bien para sacudir al aficionado conformista, mediocre y cortoplacista cuya presencia es un gran activo para el negocio de los hombres de pantalón: aquél aficionado que, a pesar de los escasos resultados sigue yendo al estadio a cantar el cielito lindo, sigue comprando camisetas y sigue falsamente esperanzado en que «esta vez sí vamos a llegar al quinto partido».
Tal vez sean los aficionados más primitivos los que nos hagan el favor: aquellos que, a pesar de las advertencias y amenazas de la FIFA (más allá de la terrible incongruencia que supone organizar dos mundiales seguidos en países con regímenes homofóbicos) siguen haciendo el grito homofóbico. Tal vez serán ellos (aunque la selección actual con su pésimo nivel también podría hacernos el favor) los que se encarguen de dilapidar, al menos por un momento, los intereses económicos de aquellos que han sabido lucrar con la mediocridad tanto de la selección como del aficionado que se conforma con tan poco.