El circo mediático de Emilio Lozoya había funcionado muy bien.
Digo que es un circo no porque todas las acusaciones hacia los partidos y actores clave de la oposición fueran difamaciones (son tan corruptos que poco trabajo debe costar al régimen actual exhibirlos), sino porque, más que impartir justicia, se trataba de un show mediático con fines político-electorales con el fin de pintar a la oposición como corrupta y así contrastearse con ellos.
Y creo que una persona sensata no podría negar el mar de corrupción en el que nadan los partidos opositores.
López Obrador había subido algunos puntos en las encuestas a raíz del circo mediático. La estrategia estaba funcionando bien, pero dado que ésta trastocaba muchos intereses, era entonces previsible que dichos intereses reaccionaran.
Y lo hicieron.
A través del programa de Carlos Loret de Mola, esos intereses exhibieron un video de Pío López Obrador, el ahora «hermano incómodo», quien recibió dinero de David León (personaje que, a la postre, ha escalado en el organigrama de la 4T).
“Hazle saber al licenciado, a través de tus medios, que lo estamos apoyando”.
David León
Estas prácticas (lamentablemente) son comunes dentro de todos los partidos políticos, no es como que MORENA se destaque por recibir este tipo de sobornos, el problema ocurre cuando quien se involucra en este tipo de actividades es quien promete ser diferente y acabar con la corrupción.
Entonces se convierten en cínicos.
Este golpe le impacta ahí donde más le duele: en su narrativa. El discurso anticorrupción había sido el salvavidas dentro de la contingencia (pandemia, crisis económica e inseguridad) a tal punto que, según Consulta Mitofsky, AMLO recuperó la popularidad que todavía tenía en marzo.
AMLO se excusó diciendo que se trataba de aportaciones para fortalecer el movimiento, que quien lo financia es el pueblo (e incluso se atrevió a «recordar historia» el mencionar que la Revolución Mexicana se financió con el dinero del pueblo). Peor aún, su esposa se jactó de que Leona Vicario «daba dinero a su causa» y no la grabaron.
Ante lo evidente, no les queda de otra que sostener argumentos relativistas o descontextualizar hechos para hacer pasar el acto de corrupción como algo normal y cotidiano para que no manche la imagen del gobierno.
Pero la corrupción en ese acto es irrefutable. Es tan simple como el hecho de que dichas «transacciones» no fueron reportadas al INE, no hay más. No hay por donde defender el acto. Que todos lo hacen, pero ellos nos juraron que no eran como los demás.
Lo que comenzó como un circo termina como una guerra de lodo, donde dos entidades corruptas (el régimen corrupto y la oposición corrupta) se acusan de corrupción. Pero quien la lleva de perder es quien más ha perjurado ser honesto e impoluto.
Los sobornos entregados a Pío López Obrador pueden convertirse en la Casa Blanca de este sexenio porque, a diferencia de los errores impensables y de las ineptitudes características de este régimen, este caso pega en el principal activo del gobierno: su narrativa.
No hay forma de defender al gobierno de este acto. Ello sólo podría hacerse desde el fanatismo, la profunda ignorancia o el interés propio.
Y así como ninguna persona sensata debería defender a los corruptos acusados por el régimen (de los cuales se muestren pruebas), tampoco debería hacerlo con el régimen de López Obrador que es, como lo son los demás en mayor o menor medida, corrupto.