Habían insistido en que lo que anunciaría López Obrador este domingo marcaría un parteaguas en el futuro de eso que llaman 4T.
Dijeron que era la última oportunidad de reinventarse, se avisoraban cambios drásticos producto de la emergencia sanitaria y que nunca llegaron. En vez de eso, AMLO decidió retar la máxima de Einstein redefiniéndola: si quieres cambios, haz las cosas igual.
Es posible que lo que aconteció hoy domingo sea lo que marque el fracaso de un proyecto que mucha gente esperó por años: o más bien habría que referirnos a la llegada de un personaje político a la presidencia porque era la figura del líder lo que generaba expectativas más que lo que estaba dispuesto a hacer.
Lo de hoy fue lamentable: el aferrarse a un proyecto ya viciado de origen y que se vuelve todavía menos realizable con la contingencia sanitaria.
El inicio del informe (porque al final fue eso, un informe aburrido lleno de retórica y demagogia) fue devastador. Pronto se hizo evidente que a López Obrador le importa más su proyecto en sí que la crisis misma, que importa más Santa Lucía, Dos Bocas o el Tren Maya que la emergencia sanitaria que parece que ni fue el tema central.
La gente que esperó un manotazo recibió palabras huecas e insulsas, recibió más de lo mismo: un informe de lo que él considera sus logros y los proyectos de este gobierno. Fue uno de los tantos informes que a AMLO le gusta dar, pero lo hizo solo, como tratando de emular al Papa Francisco en medio de la soledad y el vacío en la Plaza de San Pedro (con eso de que le encantan los símbolos religiosos), pero la soledad puesta en escena evocó más bien a su creciente impopularidad.
La decepción incluso hizo que el peso perdiera valor el mismo día, generó incertidumbre y hasta indignación. El mensaje fue claro y es una continuación de lo que venía diciendo: AMLO ha perdido el rumbo y se ha refugiado en los lugares comunes, en el discurso demagogo, en los programas sociales. En una crisis, López Obrador no se flexibiliza; por el contrario, se vuelve más rígido y terco. Y si el trabajo de López-Gatell y su equipo puede reconocerse, no se puede hacer lo mismo con el papel de AMLO que tiene que ver con el impacto económico de la contingencia. La gente quería respuestas.
No es casualidad ver en las redes la decepción de muchos líderes y opinadores de izquierda, de esos que son autónomos y no fungen como «influencers orgánicos de la 4T»; lo que concluyeron fue devastador. Todos aquellos círculos intelectuales que le dieron el beneficio de la duda vieron horrorizados lo que se postraba frente a sus pantallas entre las cinco y las seis de la tarde: un presidente sin liderazgo, ensimismado, aferrado.
No hay voluntad siquiera para hacer frente a la contingencia, y lo poco que pudiera haber está muy determinado por las políticas que AMLO viene implementando desde siempre.
La misma retórica lo terminó por enredar en un galimatías que lo hace contradecirse una y otra vez y perder el sentido de lo que hace y dice. Dice que no quiere caer en el juego de los «neoliberales conservadores» pero es reacio a endeudarse y a establecer medidas contracíclicas (keynesianas). Dice admirar a Roosevelt pero hace lo opuesto que lo que aquel mandatario habría hecho. No hay nada parecido a un New Deal, lo que tenemos es un extraño adelgazamiento del Estado bajando aún más los sueldos de funcionarios públicos a los cuales incluso les ha quitado el aguinaldo (lo que es ilegal). Hace justamente eso que le pide a las empresas que no haga.
López Obrador dejó huérfano a México. Le importa más rescatar a ese monstruo inrescatable llamado Pemex que ayudar a sobrevivir a aquellas pequeñas y medianas empresas, así como los empleos que generan. Evidentísimo es que desea concentrar y centralizar el poder a través de la paraestatal para así financiar programas sociales que le ayuden a mantener sus redes clientelares. Incluso es cuestionable que vaya a lograr eso ya que hasta eso forma parte de su concepción utópica del servicio público.
Los empresarios (ya no los grandes, sino los medianos y dueños de PyMES) vieron horrorizados el mensaje. Ellos no tienen la fortuna de ser un rentista como Ricardo Salinas Pliego como para esperar algún apoyo del gobierno, quien más bien les exige que acaten lo que para muchos es imposible: suspender sus actividades y seguir pagando sueldos íntegros. Tampoco hay apoyo a los trabajadores más allá de las redes clientelares que busca tejer por medio de sus programas sociales y que espera se conviertan en votos.
Pero todos nos horrorizamos al ver al presidente hablar de moral y de su cruzada a la corrupción al tiempo que pronunciaba mentiras flagrantes como el que México era, solo por debajo de la India, el país con menos casos de Covid-19 y muertos para decir que vamos requetebien, lo cual es absolutamente falso, no solo en números absolutos, sino aún más considerando los otros factores (los pocos casos que se reportan, que estamos en una fase más temprana de contagio). Incluso se atrevió a decir que la Línea 3 del Tren Ligero en Guadalajara había sido concluida: cosa que es tan falsa que los tapatíos no vemos para cuándo se inaugure.
Si esta cosa rara que es a la vez informe y a la vez una burda imitación del Papa Francisco en medio de la soledad es lo que marcará el resto del sexenio, entonces podemos prever un desastre, el final anticipado de un proyecto que tantas expectativas generó.