El mundo actual parece muy convulso y muy incierto.
Hoy más que nunca se discute sobre el futuro de la democracia liberal (incluso se llega a dudar de su futuro mismo), se habla del Brexit, del nuevo reacomodo geopolítico, del nacionalismo, del nativismo. El orden que hasta hace poco dábamos por hecho y que incluso algunos tuvieron la ocurrencia de asegurar que se trataba del fin de la historia se tambalea.
Por si eso no fuera poco, comenzaron a manifestarse varios brotes de descontento en muchos países y por diversas razones: Hong Kong, España (Cataluña), y ahora gran parte del Cono Sur donde tanto regímenes de derecha como de izquierda vieron cómo la ciudadanía salía a las calles para manifestarse en su contra: ahí tienen a Venezuela, Ecuador, Bolivia, y ahora Chile.
Pero ¿por qué Chile?
¿Por qué Chile si era casi el ejemplo a seguir de América Latina, si es uno de los países que más ha crecido en estos últimos años?
¿Por qué ahí la indignación se manifestó con tanta virulencia, con metros y hasta edificios incendiados?
Algo que me parece que ignoran muchos, es que muchas de las demostraciones de descontento ocurren en países que están creciendo. Fue el caso de México en el 68, fue el caso de la manifestación que derivó en la masacre de Tiananmén en China, por poner uno de varios ejemplos. Suena paradójico pero así ocurre en muchas ocasiones: la gente de las clases altas no tendría muchas razones para manifestarse (a menos con que le amenacen nacionalizar su patrimonio) y la gente pobre no tiene que comer. En cambio, es la clase media, la que ha crecido en las últimas décadas, las que se muestra descontenta e inconforme.
Lo que disparó la manifestación fue una modesta alza en el metro, y esto, junto con lo anteriormente mencionado, explica por qué hay gente que cree que hay una conjura o un complot. No dudo que existan intereses políticos que aprovechen el descontento, así como seguramente ocurrió en Venezuela, en Ecuador o en Bolivia, pero me parece un despropósito explicar las razones del descontento en tonos conspiranoides. La realidad es que el alza en el metro fue solo la gota que derramó el vaso. El ex presidente Ricardo Lagos afirma que desde hace años venía diciendo que «Aquí hay una situación que va a explotar, porque el país sigue creciendo pero a mí no me toca nada».
Hay quienes dicen que «falló el neoliberalismo» y otros que no entienden cómo es que con un modelo tan exitoso los chilenos se sientan inconformes. Pero me parece que ambos no terminan de entender todo el fenómeno en su complejidad y están juzgando desde sus afinidades ideológicas.
Sería precipitado culpar al modelo en sí. Que Chile creció es una realidad que no se puede negar, pero tampoco se puede decir que no existan razones para el descontento y ello debería motivar a los chilenos a ser críticos con ellos mismos. ¿qué sí funciona? ¿Qué es lo que no está funcionando? ¿Que el PIB haya crecido más que ningún país del Cono Sur es suficiente para decir que todo va bien y que no hay razones para que la gente se moleste?
Una de las razones, me parece, tiene que ver con la tecnocracia y las actitudes de la élite política. En Chile hay una sensación de que muchos no se están beneficiando de las mieles del crecimiento, que a pesar de que escuchan a cada rato lo maravilloso que el país crece, ellos no sienten algo recíproco en su vida diaria. Dicen muchos que los ricos tienen mecanismos y herramientas que ellos no tienen a su alcance para salir adelante, se preguntan por qué, a pesar del crecimiento, los servicios públicos son muy malos, que por qué el transporte público es muy caro. Sienten que no están tan bien como les dicen que están. Esos «recovecos» del sistema que los hizo crecer se manifestaron con más ahínco y dicho sistema se volvió víctima de su propio éxito: engrosó la clase media, pero esa misma clase media salió a las calles a manifestar su indignación.
El problema es que, si bien el sistema económico ha traído números muy positivos, la tecnocracia no ha salido de su burbuja a entender las necesidades de la gente. Los chilenos sienten a la clase política muy distante, como encerrados en sus oficinas diseñando fórmulas y creyendo que con ver los números positivos ya habían hecho todo su trabajo. Ignoraron que el sistema exitoso también tenía algunos defectos, los subestimaron, y ahora les explotó en las manos. A pesar de que la desigualdad ha disminuido ligeramente en las últimas décadas, el país sigue siendo muy desigual y, a diferencia de todos los países de la OCDE al cual ingresaron precisamente por sus éxitos (excepto México y Turquía), no hay una disminución de la desigualdad después de impuestos.
Posiblemente el sistema no estaba mal del todo, pero tal vez sí le faltó ese sentido humano que los políticos chilenos ignoraron confiados de que las gráficas se mostraban ascendentes. Al mantenerse distanciados, la izquierda se apoderó de toda la retórica. La derecha no tenía narrativa, no sabía comunicar y tal vez ni siquiera estaba interesada en ello. Creían que con las métricas era suficiente.
La reacción del gobierno de Piñera ha sido pésima: primero, porque reaccionó tarde, ya que todo explotó de forma violenta en una reacción en cadena que, además, se alimentó de las manifestaciones que surgieron en estos días en otros paìses, y cuando eso ocurrió, le declaró la guerra a los inconformes (como si todos fueran violentos) y, peor aún, reaccionó de forma desproporcionada ocasionando varias muertes en un país donde la herida llamada Augusto Pinochet no termina de cerrar. Aunque cedió y propuso algunas medidas (que suenan un poco más a paliativo), el daño ya está hecho.
Preocupante sería que Chile termine no reconociendo lo bueno dentro de lo malo y se vea tentado por el populismo, y eso puede ocurrir si el gobierno no reconoce lo malo dentro de lo bueno y se pone manos a la obra, al menos para recuperar algo de todo lo que se perdió en estos días. La reacción del gobierno (tardía y desproporcionada) tan solo reafirma lo que muchos chilenos pensaban de éste: que se trata de una élite que está aislada de la ciudadanía a la cual ni le entiende ni le importa. El gobierno tendrá la difícil tarea de tender puentes (y que se hace más difícil conforme pasa el tiempo), de salir de su burbuja y entender al país al que está gobernando que es mucho más complejo que una gráfica del crecimiento del Producto Interno Bruto.
Chile se encuentra en el caos. Una turba indignada y un gobierno actuando de forma arbitraria invaden las calles de las principales ciudades del país. Es un asunto muy complejo. Se necesitará de mucho tesón y de mucha paciencia para resolverlo. Pero sobre todo de mucha inteligencia.