Romantizar el crimen

Sep 22, 2019

Es correcto y humano entender las causas que hacen que una persona cometa un delito. Pero la empatía no puede sobrepasar ese límite a partir del cual el delito comienza.

“El castigo entra en el corazón del hombre desde el momento en que comete el crimen.”

Hesíodo

Antes de continuar, vean el siguiente video:

Últimamente ha crecido un discurso que, a primera vista, parecería noble o empático, pero que puede ser muy peligroso y contraproducente. Uno que nos dice que empaticemos con los criminales y entendamos que son seres humanos, que si son criminales es por una causa (que por el sistema económico opresor, que si vienen de familias rotas).

Camila Ramírez en ese video argumenta que hay que humanizar a las víctimas y que entendamos por qué cometieron un delito. Añade en su cuenta de Twitter que los delincuentes delinquen porque son seres humanos.

Dentro de cualquier acto delictivo hay un motivante. Es decir, los actos de delincuencia no ocurren por sí solos como si los delincuentes fueran autómatas que no saben lo que hacen, sino que hay una razón o una multiplicidad de razones detrás de ello.

Es cierto, es imperativo conocer los motivantes para atacar el crimen de mejor manera y comprender por qué lo hacen. Detrás de los actos criminales puede haber un problema de fondo estructural que puede tener alguna relación con un tejido social dañado o con una condición de inequidad (que una persona se sienta obstaculizada, que sea agredida u oprimida por alguien más), pero de ahí no se sigue que el acto de delinquir deje de ser malo.

El argumento de que el criminal roba porque es humano es muy tramposo. ¿Por qué podría catalogarse un crimen, por más pequeño que sea, como un acto humano? ¿Por el hecho de que lo comete un ser humano? ¿O es que el hecho de que sea una persona que vive en una situación difícil la que comete el crimen lo convierte en un acto de humanidad?

Al ser ciudadanos, tomando como referencia a Thomas Hobbes, cedemos algunos derechos en favor del bien común (el derecho a matar, el derecho a robar). Por tanto, aunque alguien tuviera la osadía de considerarlo «humano», eso no hace al acto de delinquir menos reprobable, y no lo hace por el simple hecho de que otra persona (inocente) ha sido afectada.

Podemos entender, tal vez, a aquella persona que literalmente se está muriendo de hambre y entra a un establecimiento a tomar algo, pero esa no es la realidad con la mayoría de los actos delicuenciales. Puedo entender a aquella persona que fue obligada o coercionada para que delinquiera en contra de su voluntad; pero cuando el delincuente delinque por voluntad propia con la posibilidad de no hacerlo, entonces no hay manera en que podamos justificar el acto.

Es que incluso una persona que no viva en la pobreza de igual forma podría tener una historia «conmovedora»: por ejemplo, que un político robe porque teme que al finalizar su sexenio su nivel de vida descienda con todo lo que ello implica (exclusión del círculo social, poca valía personal), que un empresario robó quiere garantizar el futuro de su familia y de sus hijos a quienes «quiere mucho» y un largo etcétera.

Tampoco es cierto que todas las personas que se encuentran en la base de la pirámide tengan una «historia conmovedora» que contar. La maldad no respeta nivel socioeconómico y hay quienes delinquen sin piedad alguna ni que les importe las consecuencias. Hay quien puede llegar a delinquir por necesidad y desesperanza, pero muchos otros, la mayoría, no lo hacen por ello.

Decir que son «víctimas» del modelo socioeconómico (neoliberalismo) es, cuando menos, impreciso; además que dicha afirmación tiene un componente retórico con base en la tan peculiar definición que el gobierno actual hace del término «neoliberalismo«. Es cierto que hay una correlación positiva entre desigualdad y crimen, pero aquello que hace de nuestro país uno muy desigual no parece ser precisamente el libre mercado en sí, sino las estructuras sociales y de poder público-privadas (en las que el gobierno siempre está inmiscuido, incluído el actual) que se fueron formando desde hace mucho tiempo. Cabe decir que desde el año 2000 la desigualdad en nuestro país se ha reducido.

Al empatizar con el delincuente se está dejando de hacer lo propio con la víctima. La víctima no tiene la culpa de la situación en la que el delincuente se encuentra y no tendría que tener que pagar los platos rotos. ¿Qué hay de la víctima?

La ley debe de ser igual para todos, y esto implica que un crimen debe ser reprobable sea quien sea que lo cometa (quien debe recibir el mismo castigo). Si bien, como escribí hace algunos días, la gente pobre suele ser más castigada y ser víctima de arbitrariedades, la solución no pasa por romantizar el crimen, sino por la construcción de un sistema justo donde todos seamos iguales ante la ley.

Dejemos de romantizar el crimen y mejor pensemos en construir un sistema justo, uno que haga justicia a las víctimas y que evite cualquier tipo de arbitrariedades o sesgos con base en el nivel socioeconómico.