La política es coyuntural, no un absoluto. Lo que es popular en un contexto ya no lo es en el otro, la política que es acertada en dicha situación puede no serla en la otra.
Construir una refinería hace 30 años era posiblemente una buena idea, hoy no lo es tanto; el discurso de Trump hace 20 años posiblemente no hubiera conseguido muchos votos; prometer el voto para la mujer en el siglo XIX habría sido una mala estrategia de campaña, en la actualidad restringir el voto a la mujer como promesa electoral no solo haría desplomar al candidato en cuestión sino que posiblemente muchos diarios internacionales se habrían asombrado ante ese inhumano atrevimiento.
Pero no tienen que pasar tantos años para que el contexto cambie:
Por ejemplo, en 2012 López Obrador no ganó la elección porque todavía no había un fuerte descontento hacia la clase política y su discurso no terminaba de seducir a un electorado que prefirió el «cambio moderado» reflejado en Peña Nieto al cambio radical que prometía AMLO y que asustaba. En 2018 ocurrió lo contrario: ante el fuerte hartazgo generalizado, ante los escándalos de corrupción, el mismo discurso de AMLO (que poco ha cambiado) empató con la realidad de ese entonces y lo llevó a ganar la Presidencia de manera holgada. Más de uno pensó en que tomar un riesgo valía la pena.
Algo parecido ocurrió con Kumamoto y Wikipolítica. En 2015, la juventud de Kuma y los suyos generaron un aire de frescura, y la inocencia contrastaba de forma positiva con la corrupción de los viejos dinosaurios que tenía harto al electorado. En 2018 ocurrió lo contrario: la inocencia y la juventud operaron en su contra ante la «experiencia» de MC o la madurez de MORENA quienes se presentaron como una alternativa ante el PRI que era lo más representativo del hartazgo político (súmense las estructuras y la experiencia que los wikis no tenían). Más valía un cambio operado por los que «le saben», por los que ya tienen varios años levantando la mano (AMLO y, por ende, su partido), que por los «jovencitos que apenas le están aprendiendo».
Hoy, Futuro (wikis), a diferencia de 2015, está ante una coyuntura francamente desfavorable. Más que hartazgo o miedo (que solo se puede ver todavía en una minoría) la sensación ante los gobiernos de AMLO y Alfaro es de expectativa, en general por el poco tiempo que llevan en el poder y porque el resultado de sus políticas todavía no se termina de trasladar a la realidad cotidiana. Futuro, que además carga todavía con el reciente escándalo de #MeToo, y que debe lograr su registro como partido, no solo deberá entender el contexto actual y construir una narrativa creíble y consistente, sino que deberá prever escenarios posibles de cara a 2021 para intentar adaptarse a la coyuntura de ese entonces, porque posiblemente 2021 ya no sea 2019. Deberán entender que, a diferencia de 2015, ahora ellos no son el centro de atención y tienen que buscarse un espacio. Futuro la tiene bien cabrona, aunque por ahí dicen que de las más duras crisis es de donde se empieza a crecer más.
Todas las profesiones requieren constante actualización, pero la política es todavía más imprevisible y cambiante. El contexto cambia de un día para otro y esa campaña ganadora en una elección después podría condenarte al fracaso. Los políticos hábiles entienden el papel que la coyuntura juega en su profesión. Siempre tienen que estar alertas, nunca pueden dar nada por sentado, porque les pueden cambiar las piezas del tablero de la noche a la mañana.