López Obrador ha celebrado su primer aniversario con una suerte de «informe-festejo». No es el aniversario de su presidencia, sino de su victoria, de ese momento desde que, según él, se inició la Cuarta Transformación.
Como todo lo que hace el gobierno de López Obrador, el festejo tiene un fuerte carácter simbólico. ¿Tendría sentido hacer un informe a los 7 meses de gobernar cuando ellos mismos nos insisten en que es muy pronto para juzgar sus políticas? ¿Tiene sentido hacer un informe en julio cuando en septiembre va a llevar a cabo otro donde va a decir prácticamente lo mismo porque en dos meses las cosas no van a cambiar mucho?
El informe en este contexto tiene más bien la tarea de reforzar lo simbólico: «el primero de julio ocurrió un cambio histórico y les presento resultados para demostrar que las cosas se están llevando a cabo y seguimos haciendo historia».
Varios de los datos que López Obrador presentó son, en realidad, ciertos, aunque claro, mezclados con otros datos más ambiguos o sin aclarar el contexto y, alguno que otro más, de esos «otros datos que tiene» y a los que ya nos ha acostumbrado. Esto sin dejar del lado que «olvidó mencionar» aquellos rubros donde las cosas no andan nada bien. Vaya, un trato típico de la información que se hace en cualquier informe.
Como en cualquier informe, el mandatario querrá generar la impresión de que las cosas van muy bien, y quiere asegurarse de que la mayor cantidad de gente se quede con esa percepción, en lo cual no ha fallado porque los estudios demoscópicos le dan una aprobación positiva. Por eso insistió a los medios de comunicación que lo transmitieran por cadena nacional.
Pero lo que piensa la mayoría no es lo que necesariamente está ocurriendo, tampoco lo que dice el Presidente de la República.
El fin de semana que antecedió a su informe y con motivo de éste, muchos opositores salieron a marchar a las calles de la Ciudad de México y otras ciudades, la «marcha de los fifís» como los obradoristas le llaman.
Evidentemente, como en toda marcha, hubo algunos problemas (que el amloísmo intentó magnificar): discusiones, líderes políticos como Fox corridos, alguna que otra expresión xenófoba y demás. Pero, poco a poco, estas marchas, que ya parecen realizarse de forma sistemática, están aglutinando cada vez a más gente.
Las manifestaciones crecen paso a paso, no han logrado todavía juntar una masa crítica que logre incomodar mucho al gobierno. Pero están ahí latentes, a las cuales poco a poco se suma más gente.
Lo más destacable es que se realizan de forma periódica y no son meramente espontáneas (es decir que surgen por alguna mera coyuntura), sino que ya han logrado organizarse para salir a las calles una y otra vez. Esta periodicidad les permitirá a los marchantes aprender a organizarse mejor (recordemos que muchos de los marchantes son neófitos en el tema) y, no solo eso, sino que los nuevos opositores que vayan surgiendo (desde los que hasta ahora habían decidido no hacer nada, hasta los que se desencantaron por el gobierno) sabrán a dónde acudir para manifestar su indignación con el gobierno.
La popularidad de AMLO sigue siendo alta y posiblemente así se mantenga por un rato, pero es muy posible que en el futuro esa popularidad decrezca por el mismo desgaste del ejercicio del poder. Las manifestaciones tendrán (debido a su periodicidad) la posibilidad de aglutinar a todos esos nuevos inconformes. Cuando ello pase, las marchas entonces sí se convertirán en un problema para este gobierno.
Las marchas también son una suerte de informe. A ellas no acuden solo privilegiados y gente de derecha (que sí la hay, aunque los grandes beneficiados de la corrupción de los gobiernos pasados no salen a la calle), sino que también se está sumando gente que perdió su empleo, gente decepcionada. No se equivocan quienes dicen que los más perjudicados no son ellos (al cabo, si algo ha hecho relativamente bien este gobierno es mantener buenas finanzas públicas) sino la gente de «más abajo», aquella a la que le toca sufrir por los recortes a los programas sociales (paradójico de un régimen que se dice izquierdista).
Si López Obrador sigue apostando a reforzar los simbolismos (que tienen fecha de caducidad) en vez de trabajar para generar resultados constantes y sonantes, veremos en esta marcha no solo a «fifís de derecha», sino incluso a algunos progresistas e izquierdistas decepcionados. Su discurso polarizador es otro elemento que termina por fortalecer estas manifestaciones en lugar de generar lo contrario.
Y celebro que ocurra, independientemente de la efectividad del gobierno de AMLO, todo gobierno requiere un oposición. Dentro de las cámaras y el gobierno es casi inexistente, y si de otro lado tiene que surgir, es desde la ciudadanía.