Un análisis de la política de Game of Thrones

Abr 24, 2019

Game of Thrones es una serie lo suficientemente realista como para reflejar en ella la condición humana y su forma de hacer política. En este sentido, la exitosa serie tiene algo que decirnos sobre nosotros.

La política en Game of Thrones
Foto: Entertainment Weekly

Game of Thrones es una de las series más exitosas de todos los tiempos, y tiene razones de peso para serlo: básicamente es una recreación muy realista de la condición humana de la Edad Media. Con todo y los elementos fantásticos que le añaden a la serie como los dragones, los white walkers y demás, expresa de mucho mejor forma dicha condición humana que muchas películas que han tratado de abordar la época desde una perspectiva meramente histórica.

Y es debido a este realismo que vale la pena hacer un análisis de la política de Game of Thrones, que refleja mucho de la condición humana y que nos ayuda a entender nuestra naturaleza como seres humanos.

Un gran acierto de la serie y que le da una dosis de realismo es su negativa a polarizar a los personajes en héroes y villanos, polarización que en la vida real suele tener meras funciones retóricas e ignora la complejidad de las dinámicas sociales. Si bien, uno puede concluir que los Stark tienden a ser los buenos y los Lannister los malos, tampoco puede concluir que los Stark son siempre incorrompibles o que los Lannister son malos del todo. Daenerys Targaryen, quien sería una de las «heroínas» de la trama, muestra algunos rasgos que se balancean entre el heroísmo y la ambición desmedida típica de los políticos carismáticos. En algún momento, Sansa se deja arrastrar por su ambición, lo cual le trae consecuencias nefastas como esposa de Joffrey y después de Ramsay Bolton. De la misma forma, podemos ver que Cersei Lannister, quien sería una de las villanas, puede mostrar algunos rasgos de humanismo y compasión (tal vez los únicos dos personajes de quienes no se podría decir eso son el sádico Ramsay Bolton y Joffrey, cuyo personaje fue inspirado en Calígula). Y no sin olvidar a todos aquellos personajes que mantienen una postura muy ambigua tal que es difícil clasificarlos en «buenos» o «malos».

Esta ambigüedad, que tampoco es lo suficientemente excesiva como para que el espectador no pueda tomar partido, es lo que hace atractiva a esta serie y la separa de las obras del montón. Nos muestra que los seres humanos, por más míticos puedan aparentar, son imperfectos y vulnerables. Más que nada, Game of Thrones habla de la condición humana en su lucha por el poder y por tener el control de lo público y lo político, es el ser humano en acción, como diría Hannah Arendt, y que está representado en el trono de hierro.

Otro gran acierto de la serie, y que ayuda a desmitificar ese romanticismo que la industria del cine le ha dado a la era medieval con los castillos y las princesas, es que nos muestra a un ser humano mucho más violento que el que conocemos actualmente: sangre por doquier, descabezados, batallas sangrientas por el honor, traiciones que cuestan vidas. En este contexto aplica muy bien la frase de Clausewitz en su libro De la Guerra quien decía que «la guerra es la continuación de la política por otros medios». Básicamente, la violencia y la política están íntimamente ligadas y rara vez hay una desconexión entre ambas, la guerra es el medio más típico para resolver diferentes políticas. En este sentido podemos reconocer los avances que nuestra especie, que en general es mucho menos violenta que la que narra la serie (y que es un retrato casi fiel de la sociedad medieval), ha hecho a través de la historia.

Podemos ver también varios tipos de liderazgos en la serie y que explican mucho de la forma de hacer política, desde aquel que apela mucho a las narrativas, a los símbolos y que tiene un tufo mesiánico como el de Daenerys Targaryen (quien desea acabar con la esclavitud y detener la «rueda de conflictos»), hasta otro más heróico como el de Jon Snow, un hombre que si bien no es sumamente inteligente es capaz de ponerse en riesgo cuando sea necesario. No sin olvidar aquel generalmente bienintencionado pero pragmático y calculador como el de Tyrion Lannister, al que se suma otro igualmente pragmático pero malévolo y despiadado como el de Littlefinger (su conversación con Varys en la que dice que el caos es una escalera es épico), o el de Cersei, que si bien trata de ser despiadado, puede sucumbir ante los vaivenes emocionales y sin olvidar otro tipo de liderazgos más intelectuales como los de Varys, quien sin tener que pelear nunca, puede influir en el curso de los acontecimientos. Y no está de más mencionar el liderazgo del valiente Samwell (quien sí está dispuesto a pelear a pesar de su complexión física) quien con su conocimientos y análisis es capaz de influir sobre Jon Snow, el de Sansa, que está basado muy en su carácter, que forjó a partir del dolor que sufrió producto de sus malas decisiones iniciales.

Esa negativa a polarizar la trama en meros héroes y villanos es la que le da permiso a la serie de recrear el pragmatismo inherente a la política y la separa de cualquier obra del montón. Después de una cruenta batalla con los wildlings en el muro de hielo en la que vencen, Jon Snow llega a la conclusión de que tiene que tejer una alianza con ellos para poder vencer a rivales superiores (incluso intenta hacer lo mismo con la Casa Lannister para combatir con los white walkers), algo muy parecido a la alianza que tejieron Churchill y Roosevelt con Stalin para vencer la gran amenaza que representaba la Alemania Nazi de Adolf Hitler. En Game of Thrones podemos ver en general una política muy calculadora y pragmática, más realista y honesta. Mas que aquella idealista y mítica típica de cualquier obra hollywoodense.

Game of Thrones también acierta al mostrarnos que en la vida real los buenos no siempre son premiados y los malos no siempre sucumben. La boda roja de la temporada 3 fue difícil de digerir por parte de los espectadores, la forma en que Robb Stark, su amada y su madre eran asesinados sin piedad provocó angustia en muchos (aunque eso dio pie para una muy dulce venganza perpetrada por Arya algunas temporadas después). Incluso, en el tiempo en que escribo este texto (apenas ha salido el segundo episodio de la octava temporada) muchos no están seguros si los buenos se quedarán en el trono, que tal vez el mal vencerá, algunos dicen que los white walkers no han sido bien comprendidos y que tal vez no sean tan malos como pensamos. Vaya, hay muchas teorías producto de una serie que se esmeró en mostrar la condición humana tal como es, una muy compleja que no puede resumirse en dicotomías.

Y para concluir, no está demás advertir de los reacomodos políticos en toda la serie que le dan otra dosis de realismo, los cambios de bando (Tyrion Lannister o Theon Greyjoy) son un ejemplo de ello. Tampoco las recreaciones de las batallas donde los productores parecen haber estudiado bien sobre estrategias y tácticas de guerra. La fantasía, paradójicamente, le da aún más realismo a la serie. La serie no se burla de las supersticiones de los medievales, sino que las muestra como la sociedad medieval las veía y las vivía, como algo que consideraban cierto. Incluso la conflictiva relación entre Iglesia – Estado que existió en parte de era medieval queda impresa en el conflicto de los Lannister y High Sparrow, líder de la religión dominante (High Septon) a quien Cersei empoderó hasta volverse un problema y verse en la necesidad de hacer explotar su templo.

Game of Thrones es, al final del día, una serie de entretenimiento. Pero es lo suficientemente buena como para poder sacar conclusiones muy interesantes sobre la política medieval y la condición humana. Este es uno de sus más grandes éxitos y una de las razones por las cuales se ha convertido en una de las series más importantes y épicas de la historia.