Hace unos días, nos topamos con la triste noticia de que la Catedral de Notre Dame, uno de los inmuebles más visitados del mundo, ardió en llamas. Afortunadamente, ésta no colapsó y el interior no quedó comprometido, por lo que se podrá restaurar y recuperar (sin dejar de mencionar el colapso de la aguja y las estructuras de madera que tenían cientos de años y que se perdieron para siempre). Se planea reabrir al público esta catedral en aproximadamente cinco años.
Pero lo que me llamó la atención es que varias personas en las redes sociales recriminaran a quienes se lamentaban por la posible pérdida de este mueble histórico porque viven en un país como México donde hay violencia y pobreza (exceptuando, claro, a los que no dejaron de aprovechar el momento para compartir sus fotos con la catedral de fondo y presumir su outfit), e incluso que recriminaran a los millonarios franceses que decidieron donar parte de sus riquezas para construir este inmueble porque, dicen, deberían estar más bien preocupados por combatir la pobreza.
Pero estos planteamientos me parecen, cuando menos, absurdos, y voy a explicar por qué.
Los inmuebles históricos no solo sirven para atraer turismo, sino que representan símbolos que le dan sustento y forma a una sociedad dada. Una sociedad se construye a través de narrativas, que en este caso no solo le dan forma a Francia como nación sino a todo Occidente e incluso a nuestra especie humana como conjunto. Por ello es que los gobiernos promueven historias, crean mitos o narrativas fundacionales, para darle forma y cohesión a la sociedad. Sin una narrativa o identidad, ninguna sociedad podría sostenerse.
Ciertamente la Catedral de Notre Dame no está en nuestro país, pero México, siendo un país occidental (colonizado por países occidentales y que comparte un mayor intercambio cultural y económico con países de la región que con otros), comparte muchos valores con los franceses (tanto religiosos como seculares). Por ello es que para muchos de nosotros fue realmente doloroso ver este icono histórico arder en llamas. México tiene sus propios símbolos, pero a su vez es parte de una entidad más grande que es Occidente y con quienes comparte otros símbolos que no necesariamente están en su región. Incluso estos símbolos van más allá de Occidente ya que le dan una narrativa a nuestra especie en su conjunto. Si nos enteráramos que las pirámides de Egipto se derrumbaron o que el Taj Mahal colapsó nos dolería mucho porque representan simbolismos de nuestra propia especie humana.
Por ello es absurdo exigir a la gente que no se preocupe o lamente por ello cuando en su país existen otros problemas. No es como que las preocupaciones sean mutuamente excluyentes. Que la Iglesia de Satán se solidarizara habla mucho del poder simbólico que la Catedral de Notre Dame tiene.
El segundo caso tiene que ver con las donaciones que millonarios franceses como François-Henri Pinault y la familia Arnault harán para restaurar la catedral. El argumento es que deberían preocuparse por combatir la pobreza en vez de gastar su dinero en cosas «superfluas» como la restauración de una catedral.
En este caso mis argumentos anteriores también son válidos para explicar las motivaciones para restaurar la Catedral de Notre Dame, pero a ello debo agregar lo siguiente:
Dicen los «críticos» que la pobreza es más importante, pero no reparan siquiera en que el dinero que van a dar esos ricos para ayudar a la restauración va a generar empleos, sobre todo para los que menos tienen: se van a necesitar albañiles y gente encargada de la construcción. Además es indispensable restaurar Notre Dame porque es el recinto más visitado en el mundo y no hacerlo significa que muchísimos empleos relacionados con el turismo se perderían para siempre. Y como son los ricos los que le van a meter de su dinero, son recursos que el gobierno no va a tener que gastar y que va a poder utilizar en otras cosas como ¡el combate a la pobreza! Es decir, gracias a la restauración se generarán empleos y se recuperarán otros. Además, el gobierno tendrá dinero que sin las donaciones no tendría.
Por el contrario, es grato que personas que tienen mucho dinero reconozcan su privilegio y desde éste busquen recuperar un símbolo de Occidente, que genera empleos en turismo y que generará otros más en la reconstrucción.
Por donde se le vea, no hay argumentos de peso para obligar a las personas a no lamentarse por lo que ocurrió con la Catedral de Notre Dame y tampoco los hay para exigir a los millonarios que no pongan de su dinero en la reconstrucción porque deberían de gastarlo en el combate a la pobreza (sea lo que ese concepto les signifique a los críticos).
Sospecho que muchas de estas críticas no parten de una intención humana sino de la necesidad de llamar la atención. ¿Cuántas de estas personas realmente hacen algo para combatir la pobreza en nuestro país? ¿Cuántas de ellas, quienes dicen estar muy preocupadas por la pobreza y la desigualdad, son congruentes en la práctica?