En nuestro país, con excepción de los deportes (ahí donde la clase y el status no importan tanto) es complicado ver a un indígena o con rasgos indígenas triunfar y que se le reconozca mediáticamente por ello. Y cuando ello ocurre, se le reconoce de tal forma que no se le reconozca como parte de y no se le integre, sino como una entidad externa, una excepción. No fue ella, sino «aquella» quien triunfó.
La actriz Yalitza Aparicio, al convertirse un fenómeno internacional, sobrepasó todos esos paradigmas y conveniencias sociales. Triunfó y fue reconocida ahí donde se supondría que solo las personas que forman o aparentan formar parte de una élite artística y social pueden ser parte. Los mexicanos nos regocijamos al presumir la belleza de nuestras mujeres en el cine como si se tratara de un orgullo nacional: «miren a Salma Hayek, miren a María Felix», actores que sobresalen en tanto los más «oscuritos» quedan muchas veces condenados a representarse a ellos mismos como clase social inferior. Pero aquí algo diferente pasó.
Aunque en la película Roma Yalitza Aparicio siguió representando a los de «su clase», algo muy diferente ocurrió. Alfonso Cuarón le dio un papel protagónico e hizo que la película girara en torno a ella en su mayor parte, logró que el espectador empatizara con ella y no la viera como esa «aquella» que tanto nos han mostrado las telenovelas. Ayudó también que ese racismo tan oculto pero presente dentro de nuestras estructuras sociales no haya estado tan normalizado en otros lares. A Yalitza la trataron de una forma en que en su propio país tal vez no la hubieran tratado: la buscaron para entrevistarla, la invitaron a programas de televisión y no la trataron con esa conmiseración con la cual se suele tratar a una persona de rasgos indígenas.
La verdad es que a muchas personas les molestó que Yalitza Aparicio, alguien con «la apariencia de la señora del aseo», acaparara tantos reflectores y fuera nominada como mejor actriz para el Oscar. Ese racismo, ese que todos dicen que no existe, ese que muchos esconden y disfrazan como un imposible bajo el manto de la fe religiosa o de la supuesta opresión de las culturas consideradas superiores (como la estadounidense). se exhibió y tomó forma. Bastó que el cine y la prensa internacional le diera reflectores a una indígena para que «la caca saliera a flote».
Personas como Sergio Goyri no se tentaron el corazón. El actor, en una comida privada, expresó su molestia llamándola una «pinche india que sólo sabe decir, sí señor, no señor» para después ofrecer una disculpa fría e hipócrita. Muchas otras personas pertenecientes a la farándula mexicana, si bien, no fueron tan agresivos, sí minimizaron su logro criticando su apariencia, diciendo que fue un golpe de suerte, que sí actúa bien, pero que no es como para ser nominada.
Varias personas también se indignaron en las redes. Y dada la naturaleza de la interacción que existe en las redes, ahí las manifestaciones racistas y agresiones verbales no se hicieron esperar. Ahí no cuidaron las formas. Dijeron lo que siempre han pensado, y se dieron el permiso de hacerlo al tener un foro donde expresarse. Tal vez Umberto Eco no se había equivocado tanto con eso de la «legión de idiotas».
Pero eso tampoco significa que todos los mexicanos sean racistas. Muchas otras actrices salieron en su defensa, muchas otras personas entraron a las redes para defenderla e incluso la presumieron en sus posts con orgullo. Les dio gusto que una persona de «tan abajo» hubiese llegado «tan arriba». Y eso es bueno, porque por cada manifestación de racismo hay otro mexicano que se molesta en reconocer el problema, trabaja por cambiarlo y se contagia del ejemplo que Yalitza Aparicio es. Seguramente más de uno reflexionará sobre el trato que les da a las personas indígenas y hará algo por mejorar en ello y verlas más como «nosotros» que como «aquellos».
Pero que se manifieste todo ese racismo no es en sí una mala noticia. Dicho racismo siempre ha estado ahí presente, pero siempre ha estado tan escondido que no se había hecho nada al respecto. El que se manifieste hace que le demos forma, que lo entendamos y así asumamos que es un mal que debemos combatir. Gracias al éxito de Yalitza que tanta «indignación» causó en unos, nos damos más cuenta de que como sociedad tenemos un problema. Que allá afuera Yalitza puede acompañarse de Angelina Jolie mientras acá despreciamos a los indígenas bajo la cortina de humo de la conmiseración. Yalitza nos mostró que esa concepción de los «pobres indígenas» bajo la cual justificamos la discriminación no tiene sustento alguno.
Yo no sé si Yalitza vaya a ganar el Oscar y no sé si sea la mejor actriz (básicamente porque no he visto las otras actuaciones), pero lo que sí puedo decir es que es alguien de quien los mexicanos debemos sentirnos muy orgullosos. Ella es uno de nosotros, no de «aquellos».