Lo que sucedió el día de antier fue algo (o debía ser) muy doloroso. Muchos nos topamos con los terribles videos donde las personas corrían envueltas en llamas tras la explosión que ocurrió en Tlahuelilpan después de que una gran cantidad de personas ordeñara un ducto. ¿Cómo pudimos llegar hasta aquí? La respuesta no es tan fácil y me temo que no hay un único culpable sino que es la consecuencia de muchísimos factores.
Pero a la vez todos esos factores se pueden explicar por medio de algo más simple: para simplificar esa explicación y no perdernos entre complejidades y demasiados detalles, podría decir que es producto de la descomposición social e institucional. Es la muestra de nuestra incapacidad de construir un país que funcione, donde el ciudadano respete las leyes y donde las mismas autoridades respeten a los ciudadanos y velen por ellos: en Tlahuelilpan no vimos nada de eso, vimos a más de un centenar de personas ordeñando un ducto, lo cual es ilegal, y a unas autoridades que estuvieron presentes pero que se vieron rebasadas y que solo se limitaron a decirle a la gente que no se acercara.
Cuando las instituciones no funcionan, cuando el tejido social está quebrantado, cuando los ciudadanos se quejan de sus circunstancias pero violan la ley a la primera, cuando se preocupan por sus problemas pero les vale gorro su entorno, cuando un gobierno habla de buenas intenciones pero sus militares están solamente ahí mirando de forma displicente, cuando todo eso pasa es cuestión de tiempo para que la desgracia se haga presente, y terminó ocurriendo. AMLO no se puede sentir completamente ajeno a lo ocurrido, pero sería una irresponsabilidad achacar toda la responsabilidad a él: ¿qué pasa con los anteriores presidentes que no hicieron nada para combatir la ordeña de los ductos? ¿qué pasa con todos los políticos que han gobernado por medio de una cultura de la corrupción y el pillaje? ¿Y qué pasa con todos los ciudadanos que hemos crecido bajo el paradigma de que en México las leyes están para torcerlas?
No se equivoca la gente que habla sobre esta tragedia como resultado de la falta de oportunidades y la profunda desigualdad que existe en el país. Tampoco se equivoca quien habla sobre esta tragedia como resultado del displicente papel de las autoridades al no hacer lo suficiente para que las personas se acercaran y poner orden a toda costa. En realidad se trata de una combinación de muchos factores, pero los cuales apuntan al mismo lado, a un tejido social y unas instituciones débiles.
Igual de grave me pareció la reacción de mucha gente ante la desgracia. Es cierto que lo que hicieron estas personas era ilegal y a lo cual corresponde una sanción, pero ello no quita que son seres humanos que no tendrían por qué haber muerto de esta forma ni tampoco alguien razonable podría argumentar que «se lo merecían», menos cuando seguramente no eran conscientes del riesgo al que se estaban exponiendo. Con mucha pena e indignación vi cómo varias personas (unas pro-AMLO y otras anti-AMLO) celebraron la tragedia. También con mucha pena fui testigo sobre cómo muchas personas compartieron los videos y fotografías explícitas de la tragedia por morbo o incluso para divertirse con sus amigos.
Terrible es nuestra falta de sensibilidad ante una tragedia de esta magnitud, como si se tratara de algo tan cotidiano y ajeno a nosotros. Ello es muestra de la descomposición social que existe en nuestro país donde y que explica por qué somos capaces de dejar pasar una tragedia como si nada hubiera pasado o como si solo fuera meritoria de la nota roja que va acompañada de encabezados cómicos e insultantes de ciertos diarios.
Tristemente, más de 66 personas murieron, más de 66 familias se quebraron, más de 66 historias de vida desaparecieron tras la tragedia. Y nosotros estamos aquí, como si nada hubiera pasado, como si se hubiese tratado de algo cotidiano, sin reparar siquiera en un paradigma de país deficiente que hemos construido y el cual no nos garantiza que una tragedia así no nos llegará a ocurrir a nosotros.