Yo tengo varias diferencias con aquello que llaman progresismo y las corrientes llamadas posmodernas (postestructuralistas). Concuerdo con muchos en que las carreras de humanidades dentro de varias universidades están bastante sesgadas y tienen un carácter anticientífico. Si bien es cierto que es algo inherente a las humanidades cierta inclinación a la izquierda y hasta cierto punto no es algo que sea malo, el sesgo se ha vuelto bastante notorio haciendo a esta disciplina poco diversa ideológicamente, como lo advierte Steven Pinker. También pienso que la corrección política ha ido demasiado lejos y que algunos movimientos de izquierda, sobre todo aquellos radicales, han mostrado un matiz bastante intolerante al no permitir que personas que disienten con su forma de pensar hablen o se expresen en las propias universidades. Creo que la izquierda postestructuralista ha llevado el relativismo (que básicamente consiste en definir algo con relación a otra cosa) demasiado lejos al punto que es difícil construir un sistema de valores o de organización nuevo a partir de la deconstrucción que buscan llevar a cabo.
Guardo un profundo escepticismo con estas corrientes que niegan cualquier diferencia biológica en los sexos o roles de género (cuando, a través de la ciencia, podemos advertir algunas diferencias biológicas en combinación, sí, con cuestiones culturales, sociales y del entorno) porque argumentan que cualquier categorización binaria o cualquier diferencia biológica implica necesariamente una opresión. Dicho esto, yo tengo discrepancias filosóficas con algunas corrientes feministas (en especial aquellas radicales), pero aún con las discrepancias que pueda tener, creo en la equidad de género ya que tanto hombre y mujer son igual de dignos, y por lo tanto tienen el mismo derecho a llevar a cabo su plan de vida sin que sean discriminados por su mero género.
Dicho todo esto puedo optar por dos cosas: ser honesto intelectualmente, estudiar estas corrientes para poder desmenuzarlas, o puedo crear una narrativa con tintes conspiranoides para decirle a la gente que se trata de una conspiración marxista o neomarxista que tiene como propósito destruir a Occidente. En este blog yo he optado por lo primero. Agustín Laje y Nicolás Márquez optaron por lo segundo que es lo más fácil y comodino y lo que más vende en los círculos conservadores que suelen ser sugestionados por el miedo. Basta intentar hilar forzadamente distintos acontecimientos que no tienen una relación tan estrecha (o que ni siquiera la tienen) para crear una narrativa que funcione a sus intereses.
Debo decir que muchas veces he discrepado con los progresistas que han intentado reventar o censurar ponencias. La libertad de expresión debe estar garantizada para todos mientras ella no tenga el fin implícito de agredir o atacar a otras personas. Pero también es cierto que estos dos personajes, como se muestra de forma patente en su libro, hacen afirmaciones que sí van en contra de la integridad de las personas que tienen otra orientación sexual (Márquez dice que los gays son sodomitas y depravados) y, de acuerdo a la paradoja de la tolerancia de Karl Popper, esos argumentos ya no pueden constituir el ejercicio de la libertad de expresión.
El «Libro Negro de la Nueva Izquierda», que tiene en su portada a un «Che» Güevara con los labios pintados frente a una bandera del movimiento LGBT, es una obra que busca criticar a la izquierda pero desde una postura conspiracionista. Su tesis es esa, que el «fantasma del comunismo» sigue vivo y coleando y busca destruir a la sociedad a través del feminismo, los gays, el ecologismo y diversas corrientes progresistas o liberales, como si todo estuviera maquinado. En su libro tratan de ligar absolutamente a toda la izquierda con Marx para crear así un hombre de paja. Saben que el apellido del alemán causa recelo o incluso temor por la nefasta consecuencia de la aplicación (un tanto retorcida) de sus ideas en países como la URSS o China.
El libro no inicia mal, Agustín Laje no es una persona ignorante en lo absoluto. De ciencia política e historia sabe, explica bien lo que es el marxismo y cómo ha evolucionado. El problema es que Laje comienza a acentuar aquellas cosas que le interesan para crear esta narrativa conspiracionista. Recoge a Gramsci, quien buscó promover el marxismo a través de la cultura, para afirmar que todas las batallas culturales de la izquierda son marxistas. También recoge afirmaciones de Mises y otros intelectuales para explicar algo que ocurrió décadas más adelante aunque no tenga conexión alguna con dicha declaración.
Si bien no conozco a todas las feministas de las que hace mención (y que conste que aquí he hecho crítica de algunas ramas del feminismo), sí que conozco a Simone de Beauvoir. En el libro de Laje y Márquez percibo una interpretación muy tramposa de su persona, de sus filiaciones políticas y de sus textos. Laje afirma que Beauvoir es básicamente la fundadora de la «ideología de género» por su famosa frase que dice «no se nace mujer, se llega a serlo». Quienes hemos leído «El Segundo Sexo» podemos advertir que Beauvoir reconoce algunas diferencias biológicas que incide en cada uno de los géneros, y también podemos entender esta frase en el contexto que se publicó su libro (y que queda bien relatado), el cual nos habla de una época donde una postura marcadamente esencialista explicaba los roles de género, donde en varios países la mujer todavía no tenía el derecho a votar y donde muchos pensaban que la mujer debía quedarse en casa y obedecer al cónyuge. Laje dice que Beauvoir es incongruente porque, según él, primero afirma que «la mujer no nace sino que llega a serlo» y después que sí hay algunas diferencias biológicas. En realidad ocurre al contrario, Beauvoir habla de las diferencias biológicas en el primer capítulo y comienza uno posterior con esa frase (que Laje no termina de entender bien). Pero nuestro querido quesqueintelectual argentino ignora esto.
Laje insiste en que Beauvoir es marxista para así forzar el argumento de que el feminismo (de la segunda y tercera ola, las cuales ni siquiera define bien) también lo es, y que «el fantasma del comunismo» amenaza de nuevo. La realidad es que su libro está más bien fundamentado por el existencialismo (heredado de su pareja Jean Paul Sartre) y de marxista tiene muy poco, o al menos yo no noté mucho de esa «lucha de clases». Laje reprocha a Simone de Beauvoir por todo lo acontecido en la China maoísta en la cual creía como si ella supiera lo que estaba ocurriendo en realidad, pero resulta que en esos tiempos gran parte de la intelectualidad marxista (que era abundante por la expectativa de la implementación de un modelo) todavía no tenía conocimiento de lo que había pasado en esos lares.
Agustín Laje no hace distinción entre la Escuela de Frankfurt, la «ideología de género» o el marxismo clásico. Todo ello lo embona en una sola cosa: es el mismo marxismo que, dice, quiso imponerse en la economía, y al no poder hacerlo, buscó hacerlo en la cultura.
Laje y Márquez asumen que la izquierda es una sola cosa, ignoran las diferencias dentro de ésta para crear una narrativa maniquea. Esto sería equivalente a afirmar que los conservadores son nazis (sí, yo sé que algunos progres se la pasan mencionándolo, de forma igualmente tramposa) porque asumo que «la derecha» es una sola cosa. Ser conservador (mantener el orden de las cosas) o ser liberal (cuestionarlas) no es una maquinación ni una conspiración, es una dinámica que parece ser inherente a nuestra especie y que solo puede ser acallada o reprimida bajo regímenes autoritarios, e incluso se pueden ver manifestaciones de lo que llamamos izquierda antes de Marx no solo en la Revolución Francesa sino en la misma Roma.
Vale la pena decirlo, el estado actual de las cosas es un producto de una dialéctica entre conservadurismo y liberalismo. Por eso, así como critico que en varias universidades haya un sesgo demasiado marcado a la izquierda en las humanidades tal que no permita el disentimiento o un conocimiento mas plural, también critico que Laje y Márquez asuman que toda una postura ideológica sea una anomalía. Y vaya que yo no me considero una persona muy izquierdista ni simpatizo con muchos de los ideales de la izquierda.
Me llama la atención sobremanera que, hablando de la «ideología de género», Agustín Laje no mencione jamás a Jacques Derrida, quien popularizó el deconstruccionismo y la idea de que las categorizaciones binarias son opresoras, lo cual dio forma a la teoría queer de Judith Butler. No sé si ello tenga que ver con que Derrida siempre se mantuvo distanciado del marxismo y ello pueda entorpecer la creación de esta macabra narrativa.
La realidad es que el postestructuralismo y el marxismo tienen más bien poco que ver. Coinciden en ser movimientos de izquierda pero poco más. Jean-Francois Lyotard, uno de los postestructuralistas más importantes, declaraba el fin de las grandes narrativas, en el cual no solo se inserta al cristianismo o al capitalismo, sino al propio comunismo. Los postestructuralistas muestran más bien desencanto ante el marxismo clásico ante su fracaso. El marxismo y el postestructuralismo coinciden en la esencia de la izquierda en general, en el cuestionamiento del orden existente, pero a partir de ahí encontramos bastantes diferencias: el marxismo es científico y materialista, el postestructuralismo (que encontramos en Derrida o Judith Butler, y de alguna otra forma en Michel Foucault) es más bien subjetivo y relativista. Incluso, entre estas dos corrientes que Laje y Márquez intenta embonar en una «conspiración neomarxista» (la Escuela de Frankfurt y el postestructuralismo) han existido más bien diferencias y pugnas. Un ejemplo de ello es el libro «El Discurso Filosófico de la Modernidad de Jürgen Habermas donde critica y exhibe el relativismo de Foucault y Derrida. Los postestructuralistas no tienen como base a Marx, sino a Hegel, Nietszche o Heidegger.
Pero incluso estamos obligados a hacer una distinción entre la Escuela de Frankfurt y el marxismo clásico. La Escuela de Frankfurt busca rescatar al Marx hegeliano de los inicios, el de la alienación, y no tanto al Marx combativo que tomaron Lenin y sus compinches. La Escuela de Frankfurt nunca buscó instaurar el comunismo, de hecho sus teóricos parten de la desilusión de lo ocurrido en Rusia y China. La Escuela de Frankfurt tiene como base a ese Marx junto con Hegel y Freud, y desde ahí ha buscado hacer análisis y crítica no solo sobre el sistema capitalista, el consumo y las artes, sino también sobre el comunismo soviético. Uno de sus integrantes, el judío Erich Fromm (el cual es citado por grupos conservadores y religiosos no pocas veces por su humanismo), señala que el comunismo solo es viable dentro de comunidades muy pequeñas, en tanto que el de la URSS le parece una abominación. Incluso marxistas modernos como Slavoj Zizek son muy críticos de la cultura de la corrección política que Laje y Márquez achacan a la «ideología de género».
Laje y Márquez señalan a algunas feministas y gays marxistas. Si los hay, pero son muy minoritarios, como minoritario ya es el marxismo en estos tiempos. De hecho, en las manifestaciones de sus movimientos, a diferencia de lo que afirma Márquez, no son muy comunes las remeras del Che ni las banderas comunistas.
Para tratar de hilar esta teoría de la conspiración, Agustín Laje se enfoca en dos cosas: en los perfiles marxistas y en los más radicales, para así afirmar que todo el feminismo, que todo el movimiento gay, es marxista y radical. ¿Existieron gays o feministas marxistas? Sí, ¿existe violencia dentro de los grupos radicales? También. Pero que existan algunos marxistas en las corrientes más radicales no convierte a un movimiento en marxista. Lo mismo podemos decir del movimiento de los negros en Estados Unidos: junto con el movimiento de Martin Luther King coexistieron grupos que no eran tan pacíficos y algunos que tenían influencias marxistas como los panteras negras. ¿Eso significa que todo el movimiento negro era marxista? Si ellos hubiesen escrito el libro en 1970, dirían que la lucha por el derecho de los negros es parte del marxismo cultural y la «ideología de género». Pero tanto Laje como Márquez ignoran estas cuestiones en su libro. De la misma forma, dentro de las feministas de la primera ola (esa ola que aplaude Agustín Laje) también existían corrientes radicales. Un ejemplo es el cuadro de la Venus del Espejo de Vélazquez que fue acuchillado por la sufragista Mary Richardson.
Pero si bien cuidaron estos detalles para sostener su argumento, dejaron pasar otros. Un ejemplo: ellos afirman que lo que llaman «ideología de género» es financiada por la Planned Parenthood (que ciertamente es conocida por lucrar con los abortos), pero luego dicen que Planned Parenthood es financiada por Warren Buffet, Ford Company y la fundación Bill & Melinda Gates. O sea, ¿Bill Gates y Warren Buffet, dos de los capitalistas más ricos del mundo, son marxistas? Ya me confundí. Luego Nicolás Márquez insiste en ligar la ideología de género con el incesto, pone como ejemplo al Partido Popular Liberal de Suecia que promovió el incesto y la necrofilia. Pero resulta que el PPL no es un partido marxista ni socialdemócrata, sino un partido de centro derecha, cuya iniciativa fue promovida por una mujer libertaria llamada Cecilia Johnson bajo argumentos libertarios y no progresistas (y vaya que los libertarios odian a la izquierda).
Para descalificar cualquier corriente, Laje y Márquez buscan los casos más extremos, radicales y enfermos para hacer pensar que toda la corriente es así. Así buscan crear la percepción de que absolutamente toda la izquierda es depravada y es una abominación con la que deberíamos acabar. Ignoran que dentro de la izquierda hay corrientes moderadas y radicales (vaya que ellos toman lo más radical y oscuro a conveniencia, aunque sea minoritario).
Si los progres fallan al pensar que todo es un constructo social y que la biología no tiene ninguna incidencia, Nicolás Márquez se va a al otro extremo y argumenta que «todo está dado por la naturaleza». Nicolás Márquez arremete contra los gays de quienes dice que deberían de desaparecer de lo público y recluirse en lo privado. A diferencia de Agustín Laje, que si bien despotrica contra algunos de sus movimientos por sus ramas supuestamente marxistas no muestra ningún desprecio ante los gays como individuos, Márquez sí toma una postura beligerante, buscando argumentar, desde una postura esencialista, que los gays son personas enfermas y necesariamente depravadas.
Márquez muestra algunos estudios que afirman que los gays tienen una menor esperanza de vida y suelen sufrir más problemas de ansiedad y depresión. Seguramente varios de esos estudios pueden estar en lo correcto, pero lo que estos estudios no hacen es inferir que eso ocurre a causa de la «anormalidad» de la condición homosexual. Márquez nunca se pregunta qué tanto influye lo social para que los homosexuales desarrollen cuadros de ansiedad y depresión: ¿de verdad no influye en nada que muchos de ellos se hayan sentido relegados, o incluso hayan sido expulsados de sus casas? Para refutar su postura, voy a traer a colación un texto que escribió un amigo mío que es gay, (quien por cierto es muy católico, asiste todos los domingos a misa y se preocupa mucho por su familia), quien ha sufrido mucho porque su orientación sexual le ha traído muchos problemas, y por ello sufre problemas de ansiedad. Mi amigo es una persona trabajadora y tiene una relación muy estable con su ahora esposo.
Nicolás Márquez busca crear esta idea de que los gays están enfermos y son un cáncer. No voy a profundizar en demasía en los argumentos de Nicolás Márquez con respecto a los gays porque creo que basta presentarles una serie de estudios que contrastan con los argumentos que él muestra.
Tanto Laje como Nicolás Márquez son incapaces de entender el contexto en el que se desarrollan todas estas corrientes de pensamiento y que las explican mucho. Hace algunos días escribí sobre lo que el posmodernismo es y por qué corrientes como las de la Escuela de Frankfurt o el postestructuralismo surgieron. Para ellos es mas cómodo hacer un análisis superficial porque su objetivo no es narrarnos la historia de la izquierda moderna y la de estos movimientos sociales, ni siquiera podemos hablar de una crítica bien hecha, sino que pretenden armar una teoría conspirativa para hacer pensar a la gente que todas las causas sociales están maquinadas por los marxistas que quieren «una segunda oportunidad» de probar lo mismo a través de la cultura después del rotundo fracaso en la URSS.
Para dejarnos de conspiraciones, debemos entender que la contraposición entre el conservadurismo y liberalismo (en su vertiente progresista) es inherente al ser humano, y gracias a la dialéctica entre estas dos corrientes es que la sociedad se mantiene en cierto equilibrio. Los liberales (que Laje y Márquez engloban dentro de «la izquierda») buscan cuestionar el orden social y modificarlo; los conservadores, valga la redundancia, buscan conservar el orden de las cosas. Cierto es que un liberalismo muy extremo puede llegar a corroer el tejido social y traer consecuencias nocivas; pero lo contrario también se cumple, un conservadurismo muy extremo termina petrificando ese tejido, con lo cual inevitablemente termina derrumbándose.
Ser de izquierda o derecha (o liberal o conservador, ya que aquí estamos hablando de cuestiones sociales) no es producto de una maquinación, son posturas inherentes al ser humano que tienen que ver no solo con cuestiones de educación o del entorno, sino incluso con la genética que llega a tener cierta influencia. Los liberales suelen hacer más énfasis sobre valores como la igualdad y la justicia, en tanto que los conservadores lo hacen más sobre la autoridad o la pureza. Esta gráfica de Jonathan Haidt ilustra muy bien lo que quiero decir:
Malas noticias para los liberales y para los conservadores, los liberales y los conservadores van a existir siempre. Esa dicotomía no va a desaparecer nunca a menos que sea oprimida por un régimen muy autoritario. Hay quienes argumentan que el discurso de derechas e izquierdas está gastado y caduco. Puede ser cierto, pero lo que está caduco es el modelo de izquierdas y derechas concebidas en la sociedad industrial. Estas dicotomías lo único que hacen es evolucionar a otro plano, ya que son relativas a su contexto.
Las personas liberales suelen ser más bien creativas e irruptoras, las personas conservadoras privilegian el orden y el método. Por eso es que dentro del cine o incluso dentro de las industrias creativas el ambiente es muy progre, en tanto los economistas o gerentes de empresa, por un ejemplo, tiendan a ser personas más conservadoras. Y eso no tiene nada de malo. Por el contrario, sus perfiles les permiten desempeñarse de mejor forma en sus áreas.
¿La izquierda hace lobbying y conforma grupos de presión para impulsar su cosmovisión? Sí, eso es evidente dentro del cine que tiene una inclinación liberal. Si ellos están a favor de la comunidad homosexual, entonces buscan crear personajes gays para que estos tengan una mayor aceptación dentro de la sociedad. Cierto, no todo lo que impulsan tiene por qué ser bueno y es válido discutirlo, por eso es necesario promover la libertad de expresión y el debate. Pero la derecha también hace lobbying y conforma grupos de presión. Una de las formas más conocidas que maneja la derecha es influir sobre las élites de nuestro país (cosa que no siempre hacen bien) a través de sus escuelas o instituciones educativas que tienen una orientación religiosa, esperando que así, en su carácter de élites, ellos influyan sobre el resto de la población. También hacen lo propio en Internet con organismos como CitizenGo y HazteOir.
A esas alturas podemos entender que todo esto que Laje y Márquez intentan encasillar en una sola cosa, es algo más bien muy complejo. Las izquierdas y las derechas no son monolitos, dentro de ellas convergen muchas corrientes distintas. Cierto es que, en el afán de cuestionar el orden social, alguna corriente izquierdista puede proponer alguna medida radical o aberrante (aprovechando que mencionan la pederastía de forma recurrente) pero eso no implica que toda la izquierda comulgue con ella e incluso en varias corrientes hay una férrea oposición a ella. Podemos también cuestionar el marcado sesgo izquierdista de algunas disciplinas, la intolerancia dentro de algunas corrientes de izquierda (pero podemos hacer lo propio con la derecha). Pero ese cuestionamiento del orden nos ha traído los derechos de las mujeres, de los negros, la abolición de la esclavitud, al igual que la postura conservadora ha logrado que estos cambios se lleven de forma más progresiva y no hayan afectado en demasía el tejido social.
Por eso afirmo que este libro de Laje y Márquez, quienes afirman haber acabado con la ideología de género, tiene una muy clara orientación política y tratan de encasillar a toda la izquierda dentro de un discurso antimarxista más propio del siglo pasado. Ellos están en su derecho de publicarlo y promoverlo, yo estoy en mi derecho de criticarlo y eso es lo que hecho en este espacio.
Críticas contundentes a las corrientes posmodernas pero informadas y lejos de un marcado sesgo ideológico las podemos hallar en Jonathan Haidt, Steven Pinker, Alan Sokal, Ken Wilber y hasta Richard Dawkins. Muchas de sus críticas son demoledoras y alertan sobre el sesgo izquierdista en las universidades, pero a la vez, están a favor de la equidad de género y no sostienen de ninguna manera, como hace Nicolás Márquez, que los gays son unos enfermos depravados sodomitas.