Y López Obrador bajó del altar

Sep 22, 2018

No solo sus más fervientes simpatizantes lo hacen. También los detractores juzgan a AMLO como si fuera un ser ajeno a la dinámica de la política. Olvidan que AMLO es un político.

Y López Obrador bajó del altar

Dicen que para ser político algo hay que tener de cabrón. Y es que dentro de la política se busca el poder así como una empresa privada busca ingresos económicos.

Y buscar el poder no es algo necesariamente malo. De hecho, la búsqueda del poder es lo que hace que el cuerpo político de una nación funcione. La cuestión no es que lo busquen, sino para qué lo buscan.

Incluso los políticos honrados deben de tener un tanto de cabronería, necesitan saber negociar, crear consensos, buscar alianzas, jugar con los hilos del poder para poder ejercerlo con mayor cabalidad. Incluso esos políticos honrados, de eso que decimos hay pocos, necesitan aspirar a acaparar poder y saber jugar con sus circunstancias para poder obrar en favor de sus gobernados.

Cierta cabronería es necesaria para poder desempeñarse bien. Dentro de la política, quien es timorato, quien trata de quedar bien con todo mundo y trata de ser amigo de todos, termina tarde que temprano absorbido y expulsado de ese cuerpo político. Es el astuto, el que sabe calcular bien, el que sabe olfatear muy bien el contexto en el que se encuentra, el que logra sobreponerse. 

Al final, los políticos son seres humanos comunes y corrientes, no son especímenes especiales, son simples mortales que se comportan de acuerdo al contexto en el que se encuentran insertos. Y como los seres humanos somos imperfectos, no hay nada que garantice que siendo nosotros políticos seamos incorruptibles. Como se trata de un juego de poder, los incentivos para la corrupción son altos. Se necesita mucho tesón para lograr jugar al juego y al mismo tiempo mantener sus principios en pie. En realidad, ese tesón muy pocos lo tienen.

En la política casi no hay héroes, y de los pocos que hay, la mayoría son productos de la mitología que ha creado la historia oficial o alguna corriente política, y entonces nos quedan poquísimos si es que queda alguno. Hay otros que hacen relativamente bien su trabajo, que no se dejan corromper pero entienden el juego. Muchas veces la población se comporta de forma ingrata con ellos porque no hay una narrativa heroica detrás de ellos, sino simplemente un desempeño eficiente, o porque dentro de su eficiencia como servidores públicos tuvieron que tomar decisiones poco populares, y como las decisiones de los políticos eficientes tienen implicaciones a largo plazo, entonces se corre el riesgo de que el pueblo no les reconozca siquiera el trabajo que se hizo. A ese político eficiente se le recuerda muchas veces como un político gris o hasta pragmático, porque está más enfocado en la técnica y en los fines que en el discurso de masas. 

El heroísmo político tiene que ver más con los discursos y las narrativas que con la medición de los resultados de las políticas públicas. En este sentido, tanto los simpatizantes de López Obrador como sus detractores suelen equivocarse en sus juicios. ¿Por qué?

Porque ambos juzgan a López Obrador como si se tratara de una entidad que se mantiene externa a la dinámica de la política. Por ejemplo, los detractores se le van encima a AMLO por su alianza con el Partido Verde para obtener mayoría en el Congreso. Ciertamente, la decisión puede ser criticable (más por el discurso impoluto que manejó AMLO durante tantos años que por otra cosa), pero siendo la opción que MORENA tenía para ganar mayoría, sería absurdo pensar que alguna fuerza política fuera a rechazar un pacto así que le diera una mayor cantidad de poder. Así como el PRI lo ha hecho también, seguramente lo hubiesen hecho los panistas o MC. 

Los simpatizantes cometen el mismo error al pensar que el discurso va a empatar con la realidad pasando por alto las contradicciones del Presidente Electo producto del manejo un discurso que siempre se mantuvo fuera de la realidad. La narrativa idílica pesa tanto y quieren seguirla manteniendo porque ella es la que les genera el sentimiento de esperanza que se niegan a ver las contradicciones entre el discurso y la realidad. Se niegan a ver que AMLO es, al final, un político acostumbrado a jugar con los hilos del poder, aunque reniegue de ellos en el discurso. 

Al final, el beneficio o perjuicio que sea AMLO para México no será producto de sus narrativas ni sus discursos sino de los resultados (aunque algunos de quienes han sido ya hipnotizados por dichos discursos podrán ejercer cierto sesgo sobre su interpretación de dichos resultados). Las narrativas sirven mucho para movilizar y convocar, pero no sirven tanto para gobernar. Parece que incluso el propio López Obrador apenas se ha dado cuenta de eso y se ha desdicho de varias de sus propuestas al conocer, desde adentro, las condiciones en las que va a gobernar. 

¿Será AMLO un buen presidente? Posiblemente eso lo sabremos hasta terminar su gestión o incluso hasta algunos años después. Aunque, con toda seguridad, tanto sus detractores como sus simpatizantes, ya habrán hecho un juicio categórico de su gobierno.