Siempre he visto el concepto de corrección política con escepticismo porque he visto cómo, en la práctica, se ha utilizado para silenciar aquellas opiniones que son incómodas o con las cuales uno no concuerda; opiniones que, sin embargo, no tienen el propósito de atentar contra la integridad de alguien más. El exceso de la corrección política corre el riesgo de promover una suerte de pensamiento único ya que no permite someter dichas ideas a debate; y también suele, en algunos casos, partir de un mal diagnóstico, ya que tiene el vicio de hacer juicios de valor sobre aquellas personas que tienen una concepción del mundo que a nuestros ojos nos pueda parecer arcaica o simplemente diferente. Casi como si se tratara de malas personas con malas intenciones.
Pero si las corrientes progresistas quieren colocar la frontera muy del lado de la corrección política (es decir, lo correcto importa más que la libertad), muchos otros pretenden poner esa frontera «muy dentro» de la libertad de expresión (la libertad importa más que lo correcto, sin importar si esa libertad pueda afectar la integridad de otra persona).
Me explico. Hace poco tiempo estaba argumentando en Twitter que conceptos como «marxismo cultural» o «ideología de género» son eufemismos que se suelen usar para describir un conjunto de ideas que no se han entendido o estudiando bien (algo así como el uso que la izquierda le da al término «neoliberalismo») y una persona en tono burlesco me empezó a rebatir y a burlarse de mis argumentos. Él seguramente tiene esta idea de que el marxismo cultural tiene la clara intencionalidad de destruir a la sociedad, pero luego entré a su timeline y lo único que vi son fotografías de mujeres desnudas. No es la primera vez que escucho a personas quejarse de las «feminazis» pero que suelen tener un comportamiento completamente machista hacia las mujeres, a las cuales tratan como no más que un objeto sexual.
Es decir, muchos somos críticos de la corrección política porque suele restringir la libertad de expresión y desincentiva una cultura democrática en la cual los individuos tengamos la capacidad de confrontar nuestras ideas y deliberar sobre qué es lo mejor. Pero hay otros quienes ciertamente piensan que las mujeres pueden ser tratadas como objetos, incluso como si fueran un ser inferior al hombre. No quieren perder ese «derecho» y consideran, erróneamente, que la masculinidad consiste en tener un trato hacia las mujeres que no es equitativo.
Muchos de los argumentos que esgrimen tienen que ver con los excesos en los que los movimientos progresistas caen, como pensar que todas las relaciones de poder y todas las estructuras son opresivas. Pero si bien, ese diagnóstico es evidentemente exagerado y llevado al límite, la realidad no se encuentra en el extremo opuesto. Es decir, yo no me atrevo a decir que existe una opresión patriarcal con las dramáticas dimensiones que los progresistas le dan, pero tampoco es cierto que no existan manifestaciones misóginas y machistas dentro de nuestra sociedad (como suelen afirmar quienes caen en este tipo de actitudes).
Si bien es cierto que la progresía muchas veces llega a usar el recurso de la censura para silenciar las opiniones adversas, también es cierto que del otro lado no son escasas las ocasiones en las que acusan censura ante cualquier crítica o señalamiento a sus opiniones cuando ésta en realidad no existe. La libertad de expresión también implica que yo tengo todo el derecho a señalar que aquello que has dicho es completamente absurdo o prejuicioso.
¿Entonces dónde se debe establecer la frontera entre lo libre y lo correcto? La respuesta más simple será colocarla en un punto donde la libertad solo pueda ser restringida en tanto esta tenga la intención de atentar contra la integridad una tercera persona. Comentarios abiertamente machistas o misóginos, o cualquiera que tenga la intención de discriminar a una persona, no podría considerarse como parte de la «libertad de expresión»; pero ninguna crítica hacia cualquier ideología o forma de pensamiento (a menos que tenga la intencionalidad que mencioné) debe de ser restringida ni mucho menos censurada. Si organizaciones que piensan diferente a los progresistas como la gente religiosa o conservadora quieren expresar su opinión, deben poder hacerlo sin que absolutamente nadie los restrinja. Pero a la vez, la opinión de la gente conservadora puede, de la misma forma, ser criticada o puesta a debate por su contraparte.
Una sociedad democrática no sólo es una donde podemos expresarnos libremente, sino también una donde los demás puedan criticar nuestras ideas. No se trata de una libertad gratuita, sino un acto de maduración social que también conlleva responsabilidades y la capacidad de tolerar a los demás.