En México hay muchos pobres. Aproximadamente la mitad de la población se encuentra en algún nivel de pobreza.
Varios de ellos habitan en las ciudades. Es difícil no ver a alguna persona en condición de pobreza cuando salimos a la calle. Ahí están afuera bajo el sol tratando de ganarse la vida de la forma que sea.
Pero a pesar de que son tantos, a veces nos parecen muy ajenos a nosotros, que somos una minoría, y que tuvimos el privilegio de tener los suficientes recursos para tener una calidad de vida cuando menos aceptable. Cosa que ellos no tienen.
Tal vez no nos guste ver a muchos en la pobreza, tal vez pensemos que podemos ser ajenos porque muchos deducimos que no tenemos la culpa: nosotros no robamos ni hacemos nada malo como para perpetuar la pobreza. Aunque la omisión y la apatía también cuenta.
Nos han enseñado a ver a los pobres con lástima y compasión, al punto en que algunos de ellos echan mano de estos recursos para obtener algo (dinero, comida) porque básicamente funciona.
También nos han enseñado que el asistencialismo y la caridad ramplona son las únicas formas en que podemos ayudar al pobre. No es que no sirva de absolutamente nada darle comida o unas monedas al que lo necesita, pero eso solo resuelve sus necesidades inmediatas. Horas después de que se haya alimentado, el individuo necesitará que alguien más le de otra cosa, para lo cual tendrá que seguir poniendo en riesgo su integridad al colocar gasolina en su boca para hacer un show en el semáforo rojo.
Muchas de las personas que dieron algo creen o sienten que ya hicieron lo que podían hacer para ayudarlos, ya se sienten contentas consigo mismas o con «el de arriba». Seguramente varias de ellas son bienintencionadas, pero solo es un paliativo, no combate el problema, el pobre seguirá siendo pobre.
Pero la forma en que los individuos ayudamos implica que vemos al pobre como ajeno, que vive en una realidad y en mundo distinto al nuestro. Más que pensar en él como un individuo valioso que merecería al menos tener una mejor suerte, lo vemos con lástima y conmiseración, como pensando en nuestro fuero interno que lo ayudamos porque nosotros no quisiéramos vivir así: ¡qué bueno que no tuve la mala fortuna de ser como él!
Esta idea del pobre como algo muy ajeno, como aquel al que solo se le puede ayudar con paliativos, es lo que derivó en la campaña de Hershey’s llamada #HacerElBienSabeBien. Hablamos de que se puede tener una buena intención y que por lo tanto no podemos criticar moralmente porque al menos tuvieron «la intención de hacer algo bueno», pero no creo que este haya sido el caso.
Primero, me sorprende que una empresa de talla internacional crea que hacer el bien es ir con un pobre a regalarle productos de Hershey’s. Utilizar a la gente pobre como instrumento publicitario (porque no es otra cosa más que esa) no tiene madre. Podría argumentarse que «no tuvieron la intención» o que «no lo vieron de esa forma», pero en ese caso refleja una terrible falta de sensibilidad.
Segúndo, peor aún fue cómo se llevó a cabo la campaña, en la cual «influencers» fueron los que se dieron a la tarea de «ayudar». Ya no solo fueron los publicistas contratados por Hershey’s los que usaron a los pobres como un recurso publicitario; fueron los mismos influencers quienes presumieron en sus redes sociales haber hecho un acto caritativo.
¿Qué costo tiene para los influencers hacer ese acto? Ninguno, en el mejor de los casos el costo del chocolate o del choco milk (esto si es que Hershey’s no se los proporcionó) Pero el costo es mucho menor al beneficio (o bueno, a lo que los influencers pensaron que sería el beneficio): que sus seguidores vieran su «lado humano» ayudando a la gente pobre.
La verdad es que probablemente no les importe nada. Seguramente, después de tomarse la foto, estuvieron más al tanto de los likes que obtenían que de otra cosa.
Ya me imagino al creativo de @Hersheys:
«No ma!!! Si a huevo, que los influencers se retraten con un pobre y suban la foto a instagram con el hashtag #Hacerelbiensabebien con eso ganaremos un 1% de participación» pic.twitter.com/y5IHV6uVuz
— Raúl Ramírez (@isopixel) 13 de agosto de 2018
Y esto pasa porque la pobreza es ajena al individuo. Solo le sirve al influencer para presumir que ayuda, solo le sirve al político para que voten por él y abrazarse con ellos para el espectacular que se colocará en la avenida, solo le sirve a la empresa para aumentar sus ventas.
Hershey’s asumió su error y envió un comunicado pidiendo una disculpa, lo cual ciertamente debe reconocerse porque muchas empresas ni disculpas piden e inventan pretextos para no asumir los errores.
Pero el trasfondo es lo que importa, que la gente pobre nos parece muy ajena, que solo se le puede ayudar regalándoles cosas siendo son parte de un país cuyas estructuras les dan muy pocas posibilidades de abandonar su condición, donde el color de piel tiene, de acuerdo a la INEGI, una estrecha relación con el poder adquisitivo. Tal vez de aquí deberíamos partir si queremos ayudarles para que su vida mejore. Ayudar es algo que requiere esfuerzo y sacrificio por parte de quien ayuda; cuando eso no existe, cuando regalar el sandwich que sobró o los 5 pesos que no pesan nada es el máximo «estiramiento» que podemos hacer como humanos, es porque tenemos una gran falta de sensibilidad.
Tal vez todos tenemos un poquito de ese egoísmo que quedó palpado en la publicidad de Hershey’s.