El techo de López Obrador en unas elecciones al aire libre

Abr 15, 2018

López Obrador es un personaje polémico y es el líder político más importante de México. Sus adversarios parecen haber operado para darle la razón y allanarle el camino a Los Pinos.

López Obrador es el único candidato que mueve pasiones dentro del electorado, por eso es que todos hablan de él. ¡Ahora sí va a ganar! ¿Oye, sigue arriba en las encuestas? Porque me da miedo que llegue. Y es que López Obrador es el líder político más importante del país, en los últimos veinte años no ha surgido alguna figura que le compita. 

No importa que «no hable de corrido» y que tenga una voz muy estridente cuando se para frente al escenario. Es el único de los candidatos que dice lo que piensa (sean verdades o mentiras) y su discurso no parece ser producto de un intenso debate entre los estrategas políticos que buscan definir el guión. En un entorno donde la lejanía del político con la ciudadanía es la constante muchos ciudadanos agradecen un discurso directo, sin pretensiones; no importa que sea repetitivo, que esté compuesto de las mismas frases de siempre y que vocifere propuestas de campaña sin haber revisado antes bien los números. Hasta se puede dar el lujo de tergiversar cosas y «evadir los filtros psicológicos» para que parezcan como verdades. 

Está muy de moda que los candidatos suelten spots donde visitan familias de clase media para que «se vea la cercanía del candidato con la gente», pero este es un recurso demasiado gastado y que la gente percibe de buenas a primeras como una estrategia propagandística. López Obrador no tiene necesidad de hacer esas puestas en escena debido a su naturalidad al hacer contacto con la gente y hasta lo pueden recibir con besos en la boca. Su campaña puede parecer un tanto descuidada aunque esa percepción juega a su favor: su página web no parece estar tan «en tendencia» como la de los otros candidatos, el logotipo de su campaña es demasiado simple y no parece ser resultado de un arduo trabajo de alguna agencia, sus videos no tienen mucha postproducción y casi siempre él aparece hablando aunque ciertamente en sus videos hay algunos elementos muy bien pensados. En realidad hay un mayor trabajo del que se aparenta, pero es posible que la intención sea esa, que no se vea demasiada pretensión para que no pierda naturalidad. 

Andrés Manuel no necesita posicionarse porque ya todos lo conocen. Ya todo mundo tiene sus anhelos y sus obsesiones. Basta con que se limite a transmitir naturalidad para capitalizar el hartazgo a su favor. ¡Y lo está haciendo muy bien!

López Obrador no sólo es una persona muy natural, franca y directa, también es un político necio y testarudo que a veces rebasa la raya que divide la lealtad a sus ideas y la necedad, lo que explica que no hayan cambiado mucho desde el año 2000 y que insista en defender propuestas duramente criticadas. Es un personaje de convicciones y está tan seguro de ellas que cree que goza de cierta superioridad moral sobre sus pares: «todos los demás políticos son corruptos, yo no». Dichas convicciones pueden estar encima de todo, incluso de las instituciones. Él siente que ya merece la presidencia, por eso es que muchos le perciben cierta obsesión con el poder o cierto resentimiento acumulado. Él asume que su llegada a Los Pinos (o más bien a Palacio Nacional) es una consecuencia natural, y piensa que cualquier intento de evitarla es una suerte de inmoralidad. 

Muchos de sus seguidores piensan que él es la esperanza de México porque López Obrador mismo cree que es la única alternativa: no confía del todo ni en las organizaciones civiles ni en las candidaturas ciudadanas (y me refiero a las realmente ciudadanas, no a los engañabobos como El Bronco) y cree que son motivo de sospecha. Muchos de sus seguidores le toman la palabra y no lo cuestionan. Algo que pareció ser una firme convicción se ha convertido, a lo largo de los años, en una obsesión por el poder: años y años de lucha, de recorrer una y otra vez todos los municipios del país (pocos mexicanos pueden presumir conocer todo el mapa de pe a pa como él) para después caer en unas elecciones en las que clamó fraude, o en otras donde el aparato del PRI lo superó. Sabe que esta elección es la última y si tiene que ser pragmático (incluso si eso implica tejer alianzas con Elba Esther Gordillo o sectores de la derecha conservadora) lo será. 

A diferencia de los populistas latinoamericanos con los que se le compara, él reduce al enemigo del pueblo a una entidad muy pequeña, aquella que llama «la mafia del poder». Mientras los otros hablan de la oligarquía o del imperialismo, López Obrador tan sólo señala a una élite política y económica (que ni siquiera es toda la élite, ya que ha abandonado su discurso en contra de los ricos). Si López Obrador aparece muy arriba en las encuestas es porque la clase política, en connivencia con algunos organismos privados que se han beneficiado de su relación con los primeros, ha parecido insistir en darle la razón. Aunque critica el neoliberalismo (ese término tan ambiguo y tan manoseado por la izquierda), no suele referirse tanto a quienes se benefician del libre mercado, sino aquellos que se involucran en una perversa relación entre empresa y gobierno (aquello que se llama corporativismo o capitalismo de cuates). López Obrador no advierte que su propuesta de modelo económico incentiva fuertemente este tipo de relaciones.

Aunque López Obrador se crió políticamente bajo el manto de los hábitos priístas, los suyos lo consideran la antítesis del PRI. No advierten que su ideario es, al menos, parecido a aquel famoso desarrollo estabilizador que hizo a crecer al país durante dos décadas para terminar con devaluaciones de varios ceros, corrupción y despilfarros. Por eso se le percibe cierto anacronismo y genera recelo en algunos grupos, como si fuera regresar a un pasado que ya vivieron. ¿Cómo es que ese ideario podrá embonar en la realidad actual? ¿Intentará López Obrador acoplarlo a un entorno económico donde aparecen cada vez más vehículos eléctricos y donde la automatización amenaza con desaparecer empleos? Es una incógnita que sólo veremos en el (probable) caso de que López Obrador gane las elecciones. 

Muchas personas que veían a López Obrador con recelo en el 2006 le darán el beneficio de la duda. Esta no es necesariamente producto de un análisis exhaustivo de las propuestas sino que tiene un componente emocional. Como me han llegado a decir en varias ocasiones: «ya estoy a la madre de los políticos, al chile, voy a votar por López Obrador«. Por eso es que las críticas a sus propuestas no le afectan en mucho, porque la gente percibe toda esa verborrea técnica y académica de sus oponentes como algo estéril, sienten que le están diciendo lo mismo, ese discurso tecnocrático que ha sido la constante en los últimos 20 años, sienten que le prometen tecnicismos que muchas veces no entiende y que al llegar a poder va a terminar siendo la «misma cosa de siempre». López Obrador lo sabe, y sabe que en muchas ocasiones, vociferar esas «propuestas sin sustento» termina beneficiándole más, porque así él es el que marca la agenda, él es el que marca la pauta, hacen que todos hablen de él, en las mesas de debate, en los artículos de opinión, en la sobremesa, logra que la elección se concentre en él. Los que se asustan son aquellos que ya no pensaban darle su voto. A algunos otros, sobre todo a los millennials, esos que no ven una buena perspectiva a futuro, hasta les puede parecer emocionante como si se tratara de subirse a un juego mecánico de esos que hacen soltar la adrenalina: «vamos a arriesgarnos a lo diferente, de todos modos no tenemos nada que perder».

Ese componente de «lo diferente» junto con aquel otro donde las circunstancias parecieran haberle dado la razón (la mafia del poder) son los que tienen a López Obrador más fuerte que nunca, incluso más que en el 2006. 

López Obrador ya no es tanto «el candidato de los pobres». Su voto se ha desplazado a las clases medias, cuyos integrantes pueden estudiar en escuelas privadas e incluso tener algún negocio. Más que el modelo económico (que lo critica pero que no propone, a cambio, uno diametralmente distinto como para asustar a todos) se ha enfocado en la corrupción, esa corrupción cuya indignación no respeta género, edad, educación ni clase social. AMLO ha dado en el clavo, es el único que ha entendido de qué va esto, es el único que entiende que está en una campaña mientras los demás se desesperan porque las parafernalias mercadológicas no les han funcionado. «Pero no llegué» dice un López Obrador que hace reír a toda la audiencia, y así, eso fue de lo único que se habló sobre la asistencia de los candidatos al foro que organizó la American Chamber. López Obrador, una vez más, los dejó atrás. 

López Obrador lleva la batuta, las elecciones son sobre él. Los demás parecen ser simples accesorios o complementos y lo seguirán siendo si no crean una fórmula donde puedan competir por acaparar el voto del hartazgo. Los estrategas no han comprendido que esta elección, como el propio Antonio Solá (artífice de la frase «Peligro para México) señaló, trata sobre la indignación y el hartazgo, no del miedo, y menos cuando ya todos saben qué cosas de López Obrador les da miedo.

Y podríamos esperar a que AMLO se desespere y comience con su discurso del fraude y así «asustar a la gente». Pero el mismo régimen ya lo salvó de ese apuro porque con la inclusión del Bronco en la boleta, los árbitros de la elección quedaron descalificados.