Javier Duarte y la muerte del PRI

Ene 17, 2017

Los niños que recibieron falsas quimioterapias por Javier Duarte sólo son un síntoma más de un PRI que se deteriora y se condena a una inevitable muerte.

Javier Duarte y la muerte del PRI

Foto: Yahir Ceballos / Proceso

Ayer no dormí de buena gana. La noticia de que el gobierno de Javier Duarte, acusado por el Gobernador de Veracruz, Miguel Angel Yunes, aplicara quimioterapias falsas a niños con cáncer me indignó, me dejó asombrado. ¿Cómo un ser humano es capaz de hacer eso y quedar impune? ¿Por qué en pleno Siglo XXI un gobernador es capaz de cometer semejante aberración que podemos considerar como una suerte de genocidio? Traté de responder esas preguntas en mi cabeza y luego me pregunté si el entorno tiene algo que ver, si las formas de organización humanas, dadas sus características, pueden hacer que la gente se comporte de tal forma.

Los seres humanos somos naturalmente imperfectos. Hasta en la organización más loable pueden surgir manzanas podridas, y por otro lado, pueden existir buenas personas dentro de la organización más viciada. Pero la forma en que una institución está compuesta sí es capaz de influir en la forma en que los individuos se comportan. No sólo porque la estructura de una organización atrae a cierto tipo de perfiles, sino por la forma en que ésta opera y se desenvuelve, la escala de valores y las normas -escritas y no escritas- que sus miembros deben seguir.

Entonces, tomando como referencia a un PRI ideológicamente ambiguo -su doctrina se limita a asumirse como herederos de la Revolución- que no ha superado su carácter patrimonialista, vertical, y de lealtades a un sistema que se rige por intereses y no por principios, puedo entender que dentro del partido puedan surgir personajes innombrables como Javier Duarte. No es que fuera imposible que una figura aberrante de grandes proporciones surgiera dentro de otro partido -sobre todo porque los otros no son ajenos a la descomposición de la clase política-, pero las características que el PRI tiene hacen que esto ocurra de una forma más fácil. 

Y de aquí me viene otra cuestión, la de si el PRI -un partido donde abunda la corrupción y la ausencia de principios- va a morir, desaparecer, o quedar condenado a la irrelevancia. Mi respuesta es que sí, al menos uno de estos escenarios eventualmente ocurrirá. La voces que en Twitter esperan la «muerte del PRI» por lo ocurrido con Javier Duarte -más todo lo que ha ocurrido con el gobierno actual- podrían verse complacidas. 

Es cierto, hemos matado muchas veces al PRI, pero si uno analiza el contexto actual con el de los anteriores, se dará cuenta que éste es de alguna forma diferente a el de aquellas otras ocasiones. Otras veces se pensó que ocurriría porque después de 70 años, había salido del poder, y eso lo condenaría a su extinción. Pero hagamos un poco de memoria. 

El PRI surgió como una «institucionalización de la Revolución Mexicana» -lo cual se me hace contradictorio, porque una revolución busca romper con el estado de las cosas y con las instituciones- y fundado por Plutarco Elías Calles. Su carácter patrimonialista, vertical y asistencialista ha existido desde ese entonces, pero como afirma Francis Fukuyama, no era algo necesariamente malo si lo vemos como una suerte de transición a la democracia -países como Estados Unidos también fueron patrimonialistas antes de consolidar su régimen democrático-, dado que ese patrimonialismo daba mayor movilidad social a quienes menos tenían -El México de ese entonces fue más igualitario que el de Porfirio Díaz-.

Así, México tuvo algunos gobiernos bajo el PRI, que a pesar de esa condición, pueden considerarse como buenos,  y dentro de los cuales el país mostró altos niveles de crecimiento: desde el socialista Lázaro Cárdenas hasta el capitalista Miguel Alemán y después terminar con el de López Mateos.

Pero entendiendo este régimen patrimonialista como una transición, entonces tenía que superar su condición para transitar a una democracia. La matanza del 68 fue la primera manifestación de una fricción entre el régimen patrimonialista y la sociedad mexicana que se haría cada vez más grande. Pero en vez de transitar hacia la democracia el PRI resistió y siguió siendo ese partido de favores políticos que se mantuvo primero gracias a la perpetuación del régimen, y luego, ya en un panorama más democrático -el de la nación, no del partido- gracias al voto duro, como una gran reminiscencia de ese patrimonialismo. 

¿Por qué vaticino la muerte del PRI? Porque esa fricción entre el partido y la sociedad actual se ha vuelto tan grande que la realidad del partido ya no corresponde con la realidad del México actual, El PRI no sólo no ha superado su condición, sino que se ha corrompido más que nunca. Y a esto, hay que agregar que su voto duro, bajo el cual se seguía sosteniendo hasta hace poco, está envejeciendo.

Si el PRI regresó en 2012 fue por una combinación de factores: el desencanto con el PAN, el miedo a López Obrador, y el voto duro que todavía ostentaban. El voto duro del PRI es cada vez más pequeño, y el desencanto de la gente con éste partido es mucho mayor que la que había con el PAN hace cuatro años -los encuestadores, dice Leo Zuckermann, dicen que la popularidad de Peña Nieto es de menos del 10% y también que el PAN y MORENA ya son más populares que el PRI-, con lo cual podemos concluir de antemano que el PRI perderá las siguientes elecciones para muy posiblemente no retornar al poder nunca más.  

Si a todos nos choca la forma en que el PRI busca comunicarse con el pueblo, esa parsimonia y ese «autoaplauso», si odiamos ver a los twitteros priístas repetir lo que les dicen desde arriba que digan, si nos sentimos insultados, es por esa misma razón. Porque los tricolores quieren comunicarse con una sociedad que ya no existe; una sociedad que ciertamente, le falta madurar mucho todavía, pero que ya no creció con el «lo que usted diga, señor Presidente» y que ve tan lejana e irrelevante a «aquella Revolución que les hizo justicia». 

Eso que los hizo fuertes en el pasado, es lo que los está condenando. Esa fuerza del partido, que a la vez se traduce en una gran sordera; esa lealtad con los suyos que a la vez se traduce en una deslealtad hacia sus gobernados; ese régimen vertical del cual cada vez menos personas quieren ser parte. 

Como los casos de Grecia e Italia nos han enseñado, los partidos hegemónicos también pueden volverse irrelevantes e incluso desaparecer. El PRI está muriendo y necesita quimioterapia, pero parece ser que, al igual que el ex Gobernador de Veracruz emanado de su partido con los niños con cáncer, se está tratando con agua destilada. Parece que «no entienden que no entienden» y eso los está llevando a una lenta -o ya no tan lenta- extinción.