Ponerle etiquetas a la gente

Jun 23, 2016

En México hemos aprendido a etiquetar a la gente mediante nuestros prejuicios y suposiciones, para señalarlos, y así, cancelar el diálogo y el debate.

¿Por qué existen las etiquetas?

Las etiquetas (o taxonomías, o categorías, o clasificaciones o whatever you want) tienen una función, nos permiten agilizar el proceso que llevamos a cabo dentro de nuestro cerebro para poder conocer algún objeto y hacernos una idea de éste.

¿Cómo? Asumiendo que ya conocemos algo de dicho objeto.

Tomo por ejemplo las especies de animales. Las especies no son iguales entre sí pero comparten muchas características, genéticamente son más parecidos entre ellos que entre otras especies, por lo cual los miembros de cada especie se aparearán entre ellos y nunca (o casi nunca) con un miembro de otra especie.

Al saber de que especie es dado animal, puedes dar por sentado que tiene ciertos rasgos en particular. Por ejemplo, un perro ladra, puede morder si te muestras agresivo con el animal, le gusta la compañía de los seres humanos, etc.

Si no clasificáramos a los animales, tendríamos menos elementos para reaccionar ante un perro que se nos cruce en la calle, porque como no lo hemos clasificado, y en tanto no tiene una etiqueta que le atribuya ciertas características, entonces no tenemos conocimiento del animal que está enfrente de nosotros. No lo concebimos como perro, sino como cualquier animal, y cualquier animal se puede comportar de cualquier forma.

Pero esas etiquetas, clasificaciones o taxonomías tienen una razón de ser. Son producto de un método empírico. Quienes lo realizan, y quienes con base en los resultados asignan alguna etiqueta o clasificación a un objeto, lo hacen porque han determinado así que quienes comparten esa etiqueta comparten características en común.

Las etiquetas se pueden utilizar para clasificar personas. Una persona es gorda porque tiene sobrepeso, es delgada, es de tez clara, es oscura, padece un trastorno de ansiedad, tiene TOC. Y lo sabemos porque existen elementos objetivos para hacerlo. Si esas evaluaciones se someten a un método empírico, pasan la prueba. No siempre necesitamos conocer todo el procedimiento llevado a cabo, no sólo porque salta a primera vista (por ejemplo el caso del peso o la tez), sino porque lo aprendimos de terceras personas.

Pero no siempre es así. El problema viene cuando las etiquetas son producto de nuestros prejuicios, o peor aún, de nuestra ignorancia (aunque claro, la ignorancia y el prejucio son parte de una misma ecuación).

Y digamos que, queremos «agilizar el proceso cognitivo» porque básicamente nos da güeva pensar.

Ponerle etiquetas a la gente

Y pues, es más fácil hacer un juicio apresurado de las personas, que molestarse en conocerlas.

Cuando se trata de política o cuestiones sociales, en México nos encanta poner muchas etiquetas y hacer muchas generalizaciones. Aunque lo hagamos, paradójicamente, con un tufo de arrogancia intelectual.

Después de dar mi opinión sobre lo ocurrido en Oaxaca, con base en todas las etiquetas y señalamientos, me podría considerar un: «chairo neoliberal», un «rojillo oficialista», o un «antisistema del PRI».

Mucha gente trató de etiquetarme, como si tuviera que pertenecer a una trinchera, como si no tuviera la capacidad de pensar por cuenta propia.

Depende de la posición ideológica del «crítico», es la pedrada. No se puede criticar al gobierno y criticar a la CNTE a la vez, tienes que acomodarte en una trinchera de tal forma que puedas ser etiquetado, y la gente pueda hacer un juicio de tu persona por tu etiqueta y no tus argumentos.

Haznos fácil el trabajo. No queremos pensar. 

De esta forma, los «críticos» tienen más facilidad de hacer señalamientos ad hominem. Si criticas al CNTE, entonces eres oficialista, por consecuencia eres priísta, y entonces tienes un interés. Por el otro lado, si criticas al gobierno, afirmas que hubo un crimen de estado, entonces eres chairo, rojillo, y no te has puesto a buscar un trabajo.

Así, el debate e intercambio de ideas queda cancelado. Además de que las etiquetas nos dividen.

Así, no hay necesidad de debatir porque «todos los religiosos son homofóbicos», «los gays están mal de la cabeza», «los derechistas son insensibles», «los izquierdistas no han abierto un libro de economía». Ya hicimos un juicio de la persona en cuestión (a veces con base en un simple comentario o un retweet) y ya no hay nada que decir, porque como esa persona no piensa como nosotros (es decir, nosotros tenemos la verdad y estamos en lo correcto, mientras el está en el error), entonces todo lo que diga será falaz porque sus argumentos son emitidos desde el error.

No sólo es ignorancia, es terquedad, es estrechez de miras. Y lo es porque una persona con mente abierta ve más allá y se molesta en ir a donde otros no quieren ir, aunque eso implique conocer lo que no le gusta. Y cuando pasa eso, a veces uno se puede llevar una grande sorpresa.

Y entonces, México se convierte en un campo de insultos y descalificaciones, en vez de intercambio de ideas.

Luego entonces, nos preguntamos por qué en nuestro país tenemos conflictos como el de Oaxaca cuyo origen se resume en una sencilla frase: – Nadie sabe dialogar.