Thomas Hobbes en su Leviatán decía que no se podía fiar de las palabras de los individuos, por lo cual se crearon los contratos. La palabra de un individuo es garantía de poco. En realidad, todas las personas tenemos seleccionados a unos pocos individuos con los que interactuamos y a los que podemos darle a su palabra un fuerte grado de confianza y certeza. En temas de negocios, o en temas donde un conflicto de intereses puede pesar más que «la palabra», es indispensable firmar contratos, pactos, para que en el caso de que uno falle, una autoridad designada pueda mediar para hacer justicia, darle a cada quien lo que le corresponde, y sancionar a aquel que haya quebrantado el pacto.
En la práctica sabemos que incluso las autoridades pueden fallar, que se pueden encontrar lagunas, que la ingenuidad puede tener cierto peso. Pero debido al progresivo deterioro de la palabra, fomentado en algún modo también por los políticos, estos mismos, o más bien él, o su equipo, crearon una «novedosa forma» de darle peso a las promesas de campaña sin necesidad de que la gente acuda a su «historial político» para analizar si el candidato tiene palabra o no. En la campaña del 2012, Peña Nieto realizó 266 promesas en las 32 entidades federativas firmadas ante notario, lo cual, ante los ojos de varios ciudadanos, comprometería al entonces candidato a cumplirlas.
En realidad, el notario se limita a dar fe de la firma de dicho compromiso, y nada más. Enrique Peña Nieto no puede ser sancionado por haber incumplido alguna promesa. Entonces «da lo mismo», porque al final de cuentas, con o sin notario, se puede llevar un registro de las promesas por un candidato. En el primer año, Enrique Peña Nieto lleva cumplidas solamente 4 de 266 promesas firmadas ante notario. Esto aunado a otras que posiblemente no firmó, pero que existe evidencia digital de haberlas hecho. Un caso es cuando se comprometió a dar un trato de excepción a la frontera dentro del régimen fiscal, para después por medio de la Reforma Hacendaria, homologar el IVA de la frontera (que siempre ha sido menor) al nacional.
Queda claro que la palabra de Peña Nieto no cuenta. Incluso una constante entre sus opositores (de derecha e izquierda) es la fragilidad de su palabra. Un Peña Nieto cuya contracampaña el año pasado fue el «Peña no cumple». Un Peña Nieto que en su limitado léxico como Presidente se encuentra varias veces la palabra «democracia» pero que en las últimas elecciones (sean locales o federales) vimos la sombra de como siempre han manejado los asuntos electorales en su partido. Un Peña Nieto que hizo énfasis en la cultura en las elecciones pero que reduce drásticamente el presupuesto a la Conaculta. Un Peña Nieto que nos trató de convencer del aumento de impuestos a bebidas azucaradas con el fin de eliminar la obesidad para después hacer un drástico recorte a la CONADE.
Lo último que genera Peña Nieto en sus gobernados es confianza. A pesar de ser de un partido no acostumbrado a convivir con la libertad de expresión, las críticas hacia su gestión por varios columnistas de ideologías diversas son una constante, y varias de ellas hacen énfasis en la poca confianza que su palabra tiene. Y gran parte de ello tiene que ver porque su gobierno nos miente a los mexicanos en la cara, para después pensar que con un spot publicitario de «entonces sí se puede» le demos nuestro voto de confianza.
La palabra de Peña Nieto no cuenta. No importa si se traten de compromisos firmados ante notario, del «Pacto por México», su promesa de fomentar la productividad, su promesa de incentivar la cultura, de mejorar la educación. Su promesa de acabar con la elusión de impuestos debido a las lagunas del Régimen de Consolidación Fiscal para después crear otro demasiado parecido.
Es preocupante, y mucho, que los ciudadanos no puedan tener confianza alguna, en quien se supone, debería liderar un barco llamado México.