¿Independencia?

Sep 23, 2011

Pasó el 16 de septiembre, día en que hace 201 años Miguel Hidalgo y Costilla lanzara el grito de Independencia contra el mal gobierno presidido por José Bonaparte, impuesto por su hermano Napoleón, clamando su filiación al depuesto rey de España, Fernando VII, y que culminara con la separación de México del reino español el 27 de septiembre de 1821.

Desde que Porfirio Díaz institucionalizara el 15 de este mes, día en que cumplía años, se celebra el “Día del Grito”, fecha que simboliza el inicio de la lucha por la democracia, por la autonomía; y que algunos muralistas mexicanos representan rompiendo las cadenas de la esclavitud, en una clara alegoría a la obtención de la libertad.

Pero realmente ¿cuál libertad es la que festejamos hoy? ¿En verdad podemos presumir que la tenemos, que gozamos de ella? ¿Cómo podríamos afirmar que somos libres cuando no podemos caminar por el centro de la ciudad cualquier tarde de domingo sin el temor de que en algún momento se pueda desatar una balacera y ser víctimas del fuego cruzado; o ser sujetos de extorsión o del cobro de piso, como sucede en varios –muchos– estados mexicanos?

¿Cuál Independencia entonces celebramos el jueves y viernes pasados, si estamos en las garras de la delincuencia organizada, en manos de políticos corruptos e incompetentes, que ya sea por la primera condición o la segunda no hacen bien su trabajo? Los acontecimientos previos a las fiestas patrias dieron amplia evidencia de esto. ¿Qué es lo que pasa con nuestra clase política cuando una diputada presenta una iniciativa que ni siquiera ha leído y lo exhibe en la primera entrevista que da?

Algo definitivamente debe de estar mal cuando asesinan brutalmente a una jovencita de 16 años, y la procuradora del estado aprovecha para hacer declaraciones frescas, diciendo que las muchachitas de ahora se maravillan con hombres que le faltan el respeto a la autoridad y que portan pistola y mucho dinero, dando de alguna forma a entender que se involucraba con delincuentes. Lo anterior sin tener una sola prueba, y con tan mal tino que –como me lo hizo ver una amiga– en la declaración que dio luego del arresto de los violadores y asesinos de Andrea, explicó que ésta se encontraba huyendo de ellos cuando la atraparon, lo que confirma entonces que no le gustaba estar con ese tipo de hombres. Incluso cuando poco tiempo después ultimaron a un agente del Ministerio Público en Manzanillo, nadie hizo preguntas acerca de su vida privada. Nadie encontró relevante el investigar si salía con mujeres ricas o mayores que él, o si había habido una desintegración familiar que hubiese motivado dicho crimen.

Lo anterior es tan sólo un desafortunado ejemplo reciente de los prejuicios de los que está lleno el funcionariado en Colima, derivado de una mala capacitación, que contribuye a la culpabilización de la víctima y a diseminar un desprecio que perjudica a la población más vulnerable del estado. Las y los funcionarios y representantes populares se encuentran llenos de prejuicios, estigmas y estereotipos que les limita la visión para desempeñar su trabajo de forma objetiva. Lejos del discurso democrático e incluyente, las acciones pueden definirles como altamente maniqueístas, donde funcionan a través de filiaciones partidistas de “si no estás conmigo, estás en mi contra”, viendo enemigos donde tan sólo hay opiniones divergentes, indispensables para que pueda existir la democracia. Bien afirmaba Michel Foucalt que donde quiera que hubiera poder habría resistencia, y que si no la veíamos, era porque no nos estábamos fijando bien.

Difícilmente podemos considerarnos mexicanas o mexicanos cuando nos vemos obligados a mostrarnos como priistas, panistas, perredistas o de cualquier otro partido, y luchamos por que el otro no triunfe, pues valoramos nuestro éxito en relación al fracaso de los demás. En los tiempos de la Independencia luchábamos contra un enemigo común: la tiranía que se imponía desde un país invasor. Todas y todos éramos principalmente mexicanas y mexicanos.

Después de la Revolución, pasando el maximato, se hicieron campañas cuya intención era acentuar nuestra mexicanidad y unirnos en la raza mestiza, para poder trabajar como una unidad en pro de un país que dio paso al milagro mexicano, etapa que terminó poco después de la masacre en el 68 que evidenció a México como un país intolerante que mataba a su juventud, a su futuro.

Actualmente nos dividimos y subdividimos en sectores, clases, partidos, religiones, y orientaciones sexuales; peleándonos mientras vivimos una segunda Revolución generada por la delincuencia organizada, donde se está disputando el poder y amenazando la democracia de México, según lo ha manifestado nuestro propio Presidente, sin que esto nos anime a dejar las viejas rencillas y desconfianzas que de alguna forma facilitaron que llegáramos a esto.

Es bastante triste que a 201 años de nuestra Independencia y a casi 101 años de nuestra Revolución, no hayamos podido avanzar aún y sigamos bañándonos en sangre sin que se vea una luz al final del túnel. Si la violencia en la que estamos sumergidos no nos anima a prepararnos más, a dejar de lado las diferencias ficticias para reconocernos en nuestra mexicanidad y unirnos para rescatar a nuestro país del terrorismo impuesto por quienes supieron capitalizar nuestros errores, entonces no podemos gritar un “¡Viva México!” sincero, cuando éste en realidad se nos está muriendo.