Baños de Pureza

Oct 28, 2011

Gran controversia generó la entrevista que concedió Felipe Calderón al The New York Times, donde hizo comentarios duros cuestionando la pasividad de Estados Unidos en la guerra contra las drogas, y aseguró que El Chapo Guzmán está o estuvo en dicho país para el nacimiento de sus gemelos.

Pero por más incendiarias que pudieran parecer estas declaraciones, fue la opinión de que había “…mucha gente en el PRI que piensa que los arreglos de antes (pactar con el crimen organizado) funcionarían ahora…”, lo que le valió una queja del mencionado partido político ante el IFE.

Lo que a mí me llama la atención es que Calderón Hinojosa también dijo que “hay mucha gente en el PRI que coincide con la política que yo tengo… aunque públicamente digan otra cosa…”. La declaración del Presidente fue tan amplia que se podría aplicar a cualquier partido político, a México entero, donde un porcentaje apoya sus decisiones, mientras otro considera que debería pactar con el narcotráfico. Se podría aplicar incluso al PAN, donde se podrían citar las declaraciones de Vicente Fox recomendando esta práctica.

Sin embargo, el simple hecho de que Felipe Calderón dijera esto, aun cuando dio un ejemplo para sustentar su argumento, hizo que la moral de algunos tricolores se inflamara al grado de responder con una indignación tal que resulta sospechosa.

Las declaraciones del exmandatario Fox Quesada le dan un indicio a la ciudadanía de que él sí hizo o permitió tratos con el narcotráfico a cambio de una paz relativa, pero el poder acumulado por estos grupos se aprecia tan grande que resulta imposible creer que en los tiempos en que el PRI gobernaba no se hubiera gestado ninguna complicidad, o de que actualmente no existan gobernadores que prefieran hacerse de la vista gorda para evitar conflictos.

Los y las mexicanas no creemos en las vestiduras rasgadas del priismo que se ofende como si en sus filas jamás se hubiera dado un acto de corrupción, como si estuvieran hechos de una moral indestructible. El mismo presidente de la República cita a Sócrates Rizzo, exgobernador de Nuevo León: “Tiene unas declaraciones maravillosas. ‘Que nosotros nos arreglábamos con los criminales y no pasaba nada’”.

La realidad de la denuncia presentada ante el IFE en contra de Calderón es la de pretender darse un baño de pureza que no les va ni se les cree, así como mostrarse como víctimas de una guerra sucia emprendida por el gobierno oficial, para ganarse la simpatía de la sociedad, la cual suele identificarse con los grupos oprimidos.

No se trata de estar de acuerdo con la política del Presidente, con ser panista o gobiernista; no se trata ni siquiera de coincidir con su estrategia en la guerra antidrogas, sino la de poner las cosas en su debido contexto, sin emprender una persecución derivada por la opinión de un hombre que ante todo está protegido por su derecho constitucional a la libertad de expresión.

Más aún, el tiro les podría salir por la culata a los priistas, pues algo que cada vez lastima más a la gente es que los partidos se vean a sí mismos como un bloque infalible que defiende a sus integrantes sin poner a la ley y a México por delante, contribuyendo a la impunidad y a la corrupción que es el verdadero cáncer que padece este país.

En lo personal, yo no creo en la invulnerabilidad de los partidos, pues me queda claro que éstos están conformados por personas susceptibles de cometer errores. Podrá haber en ellos, en todos, integrantes dignos, honestos, que crean en ayudar a su nación por medio de su gestión política; pero la experiencia enseña que también hay quienes ponen sus intereses personales por encima de los ideales partidistas, y que prefieran hacerle creer a sus gobernados que vivimos un sueño de paz haciendo pactos con criminales.

La mejor forma en como el PRI podría hacer que Felipe Calderón se tragara sus palabras no es mediante la censura, ni intentando lucrar políticamente sacando sus declaraciones de contexto, sino aprobando la Ley de Seguridad que está atorada en el Congreso y asumiendo su responsabilidad en los estados que dirige, sumándose a la guerra contra el narcotráfico sin esperar que la Federación haga todo el trabajo, mientras le apuesta a su derrota con la intención de recuperar así el poder federal. Paradójicamente, esta conducta sí podría traducirse en un acuerdo indirecto con la delincuencia organizada.