No es un resultado sorpresivo en lo absoluto. Lo sorpresivo es la contundencia del resultado.
Así ocurrió hace unos meses con el triunfo de Claudia Sheinbaum. Todos sabíamos que ganaría pero no con esa contundencia. En este caso yo veía a Donald Trump con mayores posibilidades pero pensé que sería una carrera de photo finish. No lo fue así, Trump ganó con cierta contundencia y se llevó carro completo (ganó ambas cámaras).
Sería un craso error hacer juicios de valor sobre aquellos quienes votaron por Trump, hacerlo solo nos llevaría a las conclusiones equivocadas.
Por mi parte, yo creo que su triunfo obedece a algo muy importante que tal vez no nos hemos detenido en reparar: la incertidumbre.
Me explico.
El mundo es cada vez más complejo. Las instituciones, las formas de organización, los canales de comunicación, las dinámicas sociales. La complejidad es más difícil de abstraer para la mente que lo simple, y ello, por consecuencia, genera incertidumbre.
A su vez, el mundo es cada vez más volátil e impredecible, desde la forma en que el sistema financiero funciona hasta los cambios sociales como los derechos de la mujer o la integración de personas con distintas preferencias o identidades sexuales (muchos beneficiosos, pero que, al crear un cambio en el estado de cosas, generan incertidumbre en un sector de la población) que, últimamente, ciertamente han venido acompañados de posturas ciertamente radicales e iliberales (eso que llaman woke) que pueden llegar a afirmar que las matemáticas son racistas que no han hecho más que agravar la incertidumbre.
Mucha gente se pregunta ¿cómo funciona el mundo? ¿Cuál es mi lugar en el mundo? Ante los progresos de las mujeres en la sociedad (loables y aplaudibles) algunos hombres se sienten abandonados a su suerte con sus propias problemáticas (tal vez ello explique, en cierta medida, por qué entre los jóvenes los hombres son mucho más conservadores que las mujeres). La gente de la clase trabajadora se siente abandonada ante la pérdida de trabajos para los obreros.
En ese mar de incertidumbre, la narrativa, el relato simple y sencillo (aunque sea falaz) puede dar una sensación de certidumbre y tranquilidad porque ello les ayuda a entender mejor el mundo que se ha vuelto demasiado complejo e impredecible.
En un entorno así, tratar de englobar un fenómeno demasiado complejo como las dinámicas de los medios de comunicación y etiquetarlos como los medios adversarios termina funcionando. Muchos de los dichos de Trump son mentiras, pero se entienden fácilmente y generan tranquilidad: ya sabemos cuál es el problema, ya sabemos quiénes son los causante de dicho problema cuando en realidad los fenómenos son causados por un sinfín de factores donde cada uno tiene distintos pesos y donde los problemas que el candidato les dibuja a veces no lo son pero empatan porque hacen sentido con la disconformidad de la gente.
El problema es que todo apunta a que el mundo, en el futuro próximo, será todavía más incierto. Las dinámicas de las redes sociales (acompañada de la polarización generadas por los algoritmos que promueven el engagement a costa de lo que sea) ya han generado incertidumbre. Los líderes de opinión que nos ayudaban a entender al mundo ya no lo son y su voz tiene cada vez menos validez, a veces menos que la de cualquier persona que propaga teorías de la conspiración.
Y si la vorágine de las redes sociales causa tanta incertidumbre porque aún no hemos logrado aprender a adaptarnos a estas nuevas dinámicas, estas palidecen ante la sacudida que va a traer la inteligencia artificial. ¿Cómo defender y preservar los valores democráticos en un entorno así? La respuesta no es nada fácil, porque ante la incertidumbre, que sacude la parte más baja de la pirámide de Maslow y activa los miedos más instintivos de los individuos, apelar por un «macho man» o un individuo autoritario, se puede volver muy atractivo frente a la democracia que, por su naturaleza, suele ser incierta.
Yo creo que el sistema de pesos y contrapesos de Estados Unidos va a aguantar a Donald Trump. Más allá de mis diferencias ideológicas con el individuo naranja, no me parece lo que Jesús Silva-Herzog llamaba un «autoritario competitivo», pero sí es un claro aviso de que los propios cambios tecnológicos, sociales y culturales están creando una severa sacudida en la forma en que entendemos la organización humana y política. Trump es solo un síntoma de algo mucho más grande que no hemos terminado de comprender.
¿Qué va a pasar con los valores democráticos? Lo único de lo que podemos estar ciertos es que estamos en una suerte de transición. El problema es que no sabemos cuál será el destino final, y tal vez no soy positivo al respecto. En tiempos en que la sociedad se polariza más y en el que es necesario tener la capacidad de tener consensos para tomar decisiones en torno a los avances de la inteligencia artificial (que son necesarios para que esta trabaje en beneficio de la humanidad y porque una vez que adquiera cierta inteligencia, ya no habrá marcha atrás), la pérdida de la democracia y el sometimiento a una suerte de autoritarismo que tal vez hoy no podemos entender puede ser un escenario posible.