Podrán morir las personas, pero jamás sus ideas (por más nefastas que sean).
Si una persona tiene influencia (ideológica, cultural, política) sobre un sector de la población y si se cree que esa persona es una amenaza para el interés común, la peor decisión que podría uno tomar es acabar con su vida.
El ingenuo cree que al haber acabado con él la amenaza ha sido neutralizada, pero las ideas seguirán más vivas que nunca.
Sus simpatizantes están ahí no tanto por la persona en sí, sino por lo que representa. Y aquello que representa termina fortaleciéndose porque, al morir, se convierte en un mito: el representante se vuelve el mártir de aquello que representó, porque ese aquello es más grande que la persona misma.
Y eso es tan poderoso al punto en que, por poner un ejemplo, el asesinato de Salvador Allende sigue teniendo efectos importantes en la política chilena (e incluso más allá) casi medio siglo después. Ciertamente, tras su supresión, Augusto Pinochet pudo establecer una dictadura que duró aproximadamente 2 décadas, pero culturalmente y en el ideario del chileno, Allende siguió vivo y se convirtió en uno de los símbolos de la izquierda latinoamericana.
¿Y qué decir de Abraham Lincoln, Álvaro Obregón, John F Kennedy, Luis Donaldo Colosio, Mahatma Gandhi, MLK, Ronald Reagan o Nelson Mandela cuyos asesinatos o intentos de asesinato terminaron generándoles mucha simpatía y hasta mitificó su legado?
Sería lamentable, especialmente para sus detractores, que lograran asesinar a Trump. En primer lugar, y más importante, porque el asesinato de una persona debe ser categóricamente condenado, independientemente de nuestras opiniones sobre ella. Además, su muerte podría haber mitificado al trumpismo y posiblemente consolidado su lugar en el ethos político de Estados Unidos.
A pesar del intento fallido de asesinato por parte de Thomas Matthew Crooks, Trump está en condiciones de capitalizar este incidente. Trump es experto en manejar la narrativa y los símbolos, una habilidad que dominan muy bien los líderes populistas de ambos extremos del espectro político, como López Obrador, Javier Milei y Hugo Chávez, entre otros..
Si algo me llamó sobremanera la atención, y vaya que Trump me parece una figura despreciable, es su habilidad, el coraje y la stamina para aprovechar ese incidente: en el mismo momento, arriesgándose, para postrarse como una suerte de héroe (al menos entre sus simpatizantes).
A Trump nunca se le vio débil ni asustado. Por el contrario, gritó «fight, fight», tal cual arquetipo de héroe invencible al cual nada lo tumba. Y justo en esos segundos, alguien le tomó una fotografía que circuló por todo el mundo, tanto en medios tradicionales, digitales y así como redes sociales, mostró a Trump en una postura casi épica, con la cara ensangrentada, en posición de lucha y acompañado de la bandera de Estados Unidos.
¿Ya se definió la elección?
A raíz de este incidente, hay quien dice que la elección ya está definida. Otros afirman que no se puede cantar victoria y que históricamente un atentado previo a la elección no garantiza el triunfo electoral.
Ciertamente hay muchos matices aquí: Trump, a pesar de liderar las preferencias, no es una figura particularmente popular en Estados Unidos y, de alguna forma, depende de la baja aprobación presidencial de Biden.
En un entorno polarizado, el papel de Trump en el atentado va a entusiasmar mucho a sus seguidores pero no lo hará en lo absoluto con sus detractores. También es cierto que faltan cuatro meses para las elecciones y este momentum puede quedar muy atenuado. Además, si Trump (o sus fanáticos más radicales) maneja torpemente el acontecimiento, puede incluso jugarle en contra.
Pero es cierto también que este acontecimiento y, sobre todo, la forma en que el propio Trump lo abordó, contrasta groseramente con la imagen débil y hasta senil de Joe Biden, al cual cada vez más personas le piden que se baje de la contienda. Es cierto que si algo sabe hacer Trump, a pesar de la hasta ahora campaña mediocre que tanto él como Biden han llevado a cabo, es el manejo de los símbolos y de la narrativa.
Pero, sobre todo, hay que notar que este acontecimiento es fácilmente encuadrable con su narrativa de un outsider perseguido por el establishment con lo cual puede atenuar el hecho de que es el primer candidato delincuente convicto: «A Trump lo persiguieron, lo acusaron de fascista, usaron la ley en su contra, lo trataron de encarcelar, y ahora lo tratan de matar«.
En un país muy polarizado, este evento probablemente no cambiará mucho las preferencias electorales. Sin embargo, en el contexto actual, ese pequeño cambio podría ser determinante para que Trump logre regresar a la presidencia. Aunque sería precipitado asegurar categóricamente que ‘ya ganó la elección’, ya que muchas cosas pueden suceder en cuatro meses, ciertamente aumenta sus probabilidades, que ya eran altas, y hace que un escenario donde los demócratas ganen se vuelva aún más difícil.
Teorías de la conspiración
Es casi una obviedad afirmar que, ante un incidente de este tipo, la sospecha y la suspicacia no pueden dejar de estar presentes, sobre todo en tiempos de fake news y desinformación y en el que los medios se han precipitado en sacar la nota sin esforzarse en verificar sus fuentes.
En redes sociales, han circulado dos corrientes en este sentido. Una que apunta a que fue la «izquierda internacional» e incluso el gobierno de Joe Biden quien «mandó a matar a Trump» y otra que fue un autoatentado o una «falsa bandera».
Ambas teorías me parecen bastante absurdas. La primera porque, como comenté, un hipotético atentado que hubiera «desvivido» a Trump habría mitificado al trumpismo y a la derecha iliberal a nivel internacional y no necesariamente se habría convertido en un triunfo electoral de los demócratas. Algunas figuras de la derecha (incluso políticos) han coqueteado con estos argumentos para buscar capitalizarlo en su favor.
La segunda propuesta es igual de absurda, o incluso más, debido al alto riesgo que implicaría. Pedirle a Trump que se deje ‘cercenar’ una oreja por una bala para aumentar su popularidad es extremadamente irracional. Incluso con el tirador más hábil del mundo, un solo movimiento en falso podría costarle la vida a Donald Trump, lo que hace que esta idea sea completamente descabellada.
Es posible que en este caso, siguiendo la famosa Navaja de Ockham, la respuesta más simple sea la verdadera: un sujeto que por su propia cuenta quiso asesinar al presidente y cuyas razones aún no conocemos. Un joven universitario que aparentemente estuvo afiliado al partido republicano y que, según algunos testigos, podría haber simpatizado con ideas conservadoras, para luego donar a los demócratas (perfil que no ayuda mucho para la narrativa trumpiana).
En un país donde se pueden comprar armas de alto calibre en un Wal Mart y donde los problemas mentales van en crecimiento hacen que esta tesis sea más concebible de lo que muchos piensan.
Breve conclusión
Este acontecimiento quedará como un momento vergonzoso en la historia de Estados Unidos, sobre todo porque es sintomático de la polarización y la división que vive el país. Lo que no sabemos realmente son las consecuencias que va tener, ya no solo en el terreno electoral, sino en el mismo ambiente social. Algunos temen que este acto de violencia política pueda tener consecuencias nefastas en el futuro próximo o, sea simplemente un síntoma de un estado de cosas peor que pudiera venir: una escalada de violencia política, conflictos internos y civiles (con uso de la violencia).