Entre toda la sarta de estupideces que te enseñan en la escuela y repiten una y otra vez, hay una que pareciera tener el mismo matiz pero que, conforme creces, te das cuenta que es útil para comprender distintos fenómenos psicológicos y sociales.
Esa es la famosa pirámide de Maslow que consiste, valga la redundancia, en una pirámide que clasifica las necesidades humanas de forma jerárquica.
Esta pirámide es un modelo sencillo en exceso que cualquiera puede comprender tan solo al ver la ilustración. Básicamente propone que los seres humanos tenemos distintas necesidades, pero que estas están ordenadas jerárquicamente de tal forma que aquellas que se encuentran en la base y que son los más primitivos (seguridad, alimentación) deben de ser, de alguna forma, satisfechos, para satisfacer las que se encuentran en la cúspide (reconocimiento, autorrealización).
Es innegable que como cualquier modelo, la pirámide de Abraham Maslow haya recibido críticas a lo largo del tiempo, lo cual es entendible cuando se quiere modelar de forma tan simple algo tan complejo como las necesidades del ser humano, pero es un modelo que, con lo imperfecto que puede ser, puede dar un norte o ser una guía para comprender muchas cosas. Y miren que para analizar fenómenos políticos puede ser un tanto útil.
¿Por qué traigo esta pirámide a colación? Porque después de ver la reacción de la opinión pública ante el triunfo del derechista Javier Milei, pareciera que hay cosas que no se entienden. He leído afirmaciones que van desde aquellas que se lamentan por la «terrible decisión que tomaron los argentinos» o que «creíamos que los argentinos eran progresistas pero ya vimos que son antiderechos».
Y mucho de esto es alimentado por las propias redes sociales, donde quienes mantienen posturas más «duras» o extremas son los que tienden a hacer más ruido. Así, uno lee tuits agresivos de ultraconservadores que apoyan a Milei y asume que todos los que votaron piensan así cuando no necesariamente es el caso. Si Milei ganó el balotaje por goleada con más del 50% del voto ¿podemos asumir que más del 50% de los argentinos son, o ultraconservadores, o anarcocapitalistas? Desde luego que no. Pueden serlo los que hacen más ruido, los más fanáticos, los que asisten a los mítines con sus banderas de Gadsden, esas amarillas en las que aparece una serpiente con la leyenda «Don’t tread on me«. Difícilmente ese núcleo duro, muy ruidoso en redes, representa siquiera algo cercano a la mitad del voto que Milei obtuvo.
Muchas personas asumen que aquello que movió y encumbró Javier Milei fue una «batalla cultural» contra la progresía y la «ideología de género». Yo sostengo que ese tipo de batallas por sí solas no necesariamente generan muchos votos o simpatías como se suele pensar, el asunto de Milei tiene que ver mucho más con las necesidades básicas de la gente, y las «batallas culturales» no suelen versar sobre las necesidades más básicas e inmediatas, sino más bien por valores postmaterialistas que se vuelven salientes electoralmente una vez las necesidades más básicas han sido satisfechas.
Si la «batalla cultural» fuera tan trascendente electoralmente, es posible que Eduardo Verástegui hubiese crecido como la espuma, por poner un ejemplo. En realidad, figuras opuestas al progresismo cultural en América Latina como Jair Bolsonaro o Javier Milei no ganaron elecciones precisamente por eso, sino porque se molestaron en atender necesidades más inmediatas como la economía y la inseguridad.
A veces, parece, se olvida el contexto en el que Milei creció. En política el contexto lo es todo:
Argentina es un país que ha vivido muchos años en una profunda crisis, padece al día de hoy una hiperinflación y un aumento de la pobreza que naturalmente está causando mucha frustración y desesperanza entre la gente. Todo es producto de un Estado ineficiente, obeso y patrimonialista que, más que crear las condiciones para que haya movilidad social, han creado lo opuesto.
En un contexto así, gritar «¡Viva la libertad, carajo!» guarda todo el sentido. Claro, puede criticarse que la idea de la libertad propuesta por el libertarismo se constriñe al concepto de la «libertad negativa» de Isaiah Berlín y que la libertad debería reconocerse como un concepto mucho más amplio. Pero, en ese contexto, sentir que es el Estado el que no permite que yo como persona pueda tener movilidad social, el que evita que haya empleos y no me permite salir de la pobreza, combatir a la «casta política que me estorba y me constriñe» se vuelve para la gente un grito de libertad.
El grueso del voto a Milei, me atrevo a deducir, no es un voto ideológico, no es una súbita simpatía por el anarcocapitalismo ni por el pensamiento de Murray Rothbard. Es un voto emocional producto de la desesperación y la indignación hacia quien propone un cambio de rumbo. Y el discurso de Javier Milei embona muy bien en ese sentimiento de desesperación de la gente. Milei supo detectar esa carencia en las necesidades que se encuentran en la base de la pirámide.
Y resulta que, cuando las necesidades básicas no están satisfechas, las otras pasan a un segundo plano. Así, no es que la gente se haya volcado por Milei porque es «provida». Más bien ocurre que, ante una necesidad imperiosa de que la economía personal mejore porque no hay oportunidades, porque tengo que comer y no tengo con qué pagar las cuentas, los temas culturales o postmaterialistas se vuelven más irrelevantes.
Esto claramente empata con la teoría de Ronald Inglehart quien sostiene que el postmaterialismo emerge una vez las necesidades básicas han sido satisfechas. O sea, para que temas como la equidad de género, las causas LGBT, la ecología o el equilibrio entre vida y trabajo se vuelvan salientes, es importante que mis necesidades básicas ya hayan estado satisfechas. En el mismo sentido, cuando la economía se retrae o existe una amenaza a la seguridad, los individuos tienden a tomar posturas más conservadoras. Es, además, lo que explica que los sectores más populares tiendan a albergar valores más tradicionales que las clases medias.
No es que los argentinos, en su generalidad, abracen las posturas sociales conservadoras de Milei, algunas de las cuales (aunque no todas) son opuestas al progresismo. Es que, en este contexto, se vuelven menos relevantes porque «tengo que bajar a la base de la pirámide de mis necesidades» a resolver mis necesidades más básicas, y para ello hay que «combatir a la casta política» porque no quiero bajar a «la base de la pirámide social» y tener que pasar penurias y pobreza.
Ante la severa frustración, el electorado prefirió saltar al vacío que irse por la crisis y desesperanza segura.
Digo que es un salto al vacío porque no sabemos a ciencia cierta qué va a ocurrir con el gobierno de Milei. Una cosa es prometer y otra cosa es gobernar.
Milei es un caso inédito en la Argentina. También es, al parecer, el primer libertario en el mundo en gobernar un país. Se le asocia con las nuevas derechas como las de Trump, Vox o Jair Bolsonaro, pero, a mi parecer, tiene sus propias particularidades.
Recomponer a la Argentina y reorientarla al progreso implicará una labor titánica que requerirá controlar y considerar muchas variables que tendrán que abordarse con bisturí, no con un machete como López Obrador y mucho menos con la motosierra del argentino.
Por un lado, Javier Milei iniciará con un bono de legitimidad que le puede permitir tomar algunas medidas impopulares y que crearán descontento, pero que son necesarias para sacar a su país del atolladero. Por otro, su poca experiencia política y su poca estabilidad emocional pueden jugarle muy en contra. ¿Cómo reaccionará Milei ante un momento de crisis o una situación límite? ¿Será respetuoso de las instituciones y la democracia? ¿O terminará descalificando a los medios y opositores tal cual populista promedio? O peor aún ¿será capaz de apostar por la vía autoritaria y de la represión? Son preguntas que solo el tiempo responderá.
Un salto al vacío implica necesariamente tomar un riesgo. Sostengo que los argentinos estaban en posición para tomarlo. Seguir con el modelo de la crisis e hiperinflación habría agudizado el descontento.
Milei será un experimento que puede salir bien: desde marcar un hito para la economía argentina o simplemente mejorar las condiciones actuales, pero también puede salir muy mal y convertirse en un episodio doloroso en la historia albiceleste. O bien, puede terminar simplemente en un gobierno mediocre que no logre llenar las expectativas que creó y que permita regresar al peronismo empoderado. En mi opinión este último escenario es el más probable.
Con todo ello, el voto argentino, con toda la víscera y la emoción que le caracterizó, es totalmente comprensible en el contexto que ocurrió. Es clara consecuencia del estado de cosas y no es producto de la generación espontánea. Milei es un producto de su entorno, de una economía lastimada y una población sin expectativas de futuro.