Generó mucha polémica la posición (opositora) que algunas personas tenemos frente a las monarquías, debate que surgió ante la lamentable muerte de la Reina Elizabeth (que, más allá de mi postura política, no dejo de lamentarla ni dejo de reconocer atributos positivos que la reina pudo tener).
Lo que voy a argumentar aquí no es, como algunos han sugerido o malinterpretado, decirles a los británicos qué es lo que deben de hacer. Ellos tienen derecho a elegir la mejor forma de gobierno y organización que más les convenga. Tampoco sugiero siquiera erradicar de tajo las monarquías dado que ello podría representar un shock cultural o idiosincrático en los distintos países. Lo que argumento es que las monarquías son cada vez menos necesarias y menos útiles, a la vez que obtienen sus riquezas del trabajo de los ciudadanos. Por tanto, mi postura antimonárquica va en ese sentido.
Tomar una postura antimonárquica no me impide, por otro lado, reconocer que su existencia tuvo alguna función positiva a lo largo de la historia (acompañada, claro está, de actos aborrecibles y reprochables). Puedo reconocer que fueron necesarias en etapas de organización previa al liberalismo y la democracia, y puedo también reconocer que la presencia de una monarquía en el Reino Unido permitió una transición más tersa y progresiva hacia un régimen liberal sin tener que haber pasado por una fuerte sacudida violenta como sí ocurrió en Francia con la propia Revolución Francesa. Ello no implica que en la actualidad sean necesarias.
En este artículo me refiero, en especial, a las monarquías parlamentarias. La ciencia política las distingue de las monarquías constitucionales y las monarquías absolutistas (cuya oposición mía es más severa que la que concierne a la monarquía parlamentaria, pero que merecería otro artículo).
Mi argumento general es que el papel político que tienen los monarcas en los regímenes parlamentarios es muy reducido y viven en una opulencia que no es producto del trabajo ni del ingenio. El poder de las monarquías no solo está reducido por la separación de poderes de las monarquías constitucionales, sino que éste se ha vuelto casi simbólico en el caso de las parlamentarias, donde apenas mantienen algún papel diplomático, entre algunas otras o están muy constreñidas por los órganos de gobierno. Más allá de eso, la legitimidad del poder de los monarcas reside en mayor medida en la idiosincrasia y la cultura del país en cuestión.
Un argumento recurrente en redes sociales de quienes defienden la monarquía es que la monarquía parlamentaria funciona mejor que el presidencialismo que tenemos en México, y que de ahí se sigue que es deseable sostener la monarquía, pero es un argumento ocioso. Como el sistema de gobierno de Reino Unido se llama «monarquía parlamentaria» y el de México «república constitucional» entonces de ahí se sigue que el primero debe ser mejor que el segundo y más aún, que como el de Reino Unido se llama «monarquía parlamentaria», entonces ello habla bien de la monarquía y es un despropósito que los mexicanos la critiquemos, pero ese razonamiento es un error.
La monarquía parlamentaria de Reino Unido funciona muy bien no tanto por el hecho de poseer una monarquía, sino porque ésta ha sido relegada a funciones prácticamente simbólicas dejando al sistema parlamentario casi todo el poder. La superioridad de la organización política de Reino Unido sobre México entonces tiene más que ver con la estructura política y diseño institucional (considero que el sistema parlamentario es, en la mayoría de las ocasiones, mejor que el presidencial, pero también es tema de otro debate), con la construcción de un Estado de derecho y un sistema de pesos y contrapesos, todo lo cual también explica por qué la monarquía ha perdido poder a lo largo del tiempo.
Porque, si sabemos que el poder de la monarquía es casi simbólico, entonces su influencia en la ecuación es, también, casi simbólico. Si México tuviese una monarquía igual de simbólica que Reino Unido la realidad de nuestro país no sería muy distinta e incluso la debilidad de los pesos y contrapesos y Estado de derecho podría llegar a permitir a la «monarquía mexicana» acaparar más poder de forma discrecional.
De hecho, en ciencia política se pregunta menos por la existencia o no existencia de monarquías en países desarrollados que por las diferencias entre sistemas parlamentarios y presidenciales, o por las diferencias entre sistemas de mayoría relativa y sistemas de representación proporcional (RP). ¿Por qué? Porque son cuestiones bastante más relevantes que la propia existencia de la monarquía, por su carácter casi simbólico.
Entonces, para comprender la diferencia entre México y el Reino Unido, la pregunta relevante no es tanto la monarquía, sino la estructura política, la conformación de Estado de derecho, la cultura política y muchos otros factores. Reitero que precisamente estos procesos en Reino Unido fueron despojando a la monarquía de su poder: una democracia parlamentaria es profundamente incompatible con la existencia de una monarquía que concentre gran cantidad de poder y para «compatibilizarla», debe quedar constreñida y profundamente acotada por la separación de poderes casi al punto de que su existencia sea meramente simbólica. Por eso es que países avanzados han podido mantener una institución arcaica sin que eso termine de ser una contradicción con el progreso económico y social.
Otro argumento es que la monarquía sigue siendo popular en el Reino Unido, lo cual es cierto y, en cierta forma, tiene sentido porque es parte de su cultura e idiosincrasia. También es cierto que, como reina, Elizabeth tuvo varios aciertos que le dieron, sobre todo a ella, una notable popularidad: modernizó la propia monarquía y ésta se mostró más abierta a la ciudadanía que sus antecesores. Antes de su muerte, era el miembro de la monarquía con mayor popularidad: ostenta el 75% de aprobación. Pero, de la misma forma, es de notar que la mayoría de sus miembros más notables tienen menos del 50% de popularidad y que ésta es cada vez menor en las nuevas generaciones. De acuerdo con YouGov, mientras que el 74% de los británicos con más de 65 años afirman que la monarquía es buena para el Reino Unido, ese porcentaje baja al 67% entre las personas de 50 a 55 años, a 49% entre personas de 25 a 49 años y tan solo el 24% entre las personas de 18 a 24 años. Si bien, es posible que la aprobación pueda incrementarse conforme la gente crezca y adquiera posturas más conservadoras, un buen ejercicio para evitar este dilema sería comparar a los grupos por edad a lo largo de los años; es decir ¿qué diferencia hay entre las personas que tenían más de 65 años en 2011 y las que tienen más de 65 en 2022).
Mientras que las preferencias entre la gente mayor de 65 años la preferencia prácticamente no se ha movido de 2011 a 2021, sí hay un decremento más notable en la gente menor a 50 años y, más aún, entre los jóvenes.
En esta otra gráfica de Ipsos MORI podemos notar que, si bien la opinión sobre el sistema de gobierno se mantuvo relativamente estable hasta inicios de la década pasada, en los últimos años se redujo el porcentaje de personas que prefiere a una monarquía, aunque el número sigue siendo alto y la reina nunca perdió popularidad en lo absoluto.
Estos datos nos sugieren que la legitimidad de la monarquía perdurará un rato, aunque muestra una tendencia a la baja. Si dicha tendencia se mantuviera, en algún momento (que tal vez no verán nuestros ojos) la monarquía podría perder la legitimidad necesaria para mantenerse de pie y desaparecer. Sin embargo, no se puede descartar que pueda ocurrir algún evento que irrumpa de tal forma que le dé más popularidad a la monarquía o, por el contrario, que la entierre y deslegitime súbitamente. Predecir el futuro no es tan fácil como parece.
En el caso de España, el cambio parece ser más drástico. La confianza en la monarquía ha caído 3 puntos en los últimos 25 años, y solo se ha mantenido relativamente constante de 2013 a la fecha.
Como mencioné allá arriba, la monarquía está muy arraigada en la cultura e idiosincrasia de los países que las albergan, sobre todo en la idiosincrasia británica. Más allá de mi postura antimonárquica, esperar que los británicos se deshagan de su monarquía de tajo es un despropósito porque el costo de mantenerla para cada individuo en realidad no es muy alto y no es algo que se note en la cotidianidad (costó 118 millones de euros en 2021 a los contribuyentes y el Reino Unido tiene 67 millones de habitantes, lo cual equivaldría a 2 euros o 40 pesos mexicanos al año), aunque estos datos varían en los distintos países.
Podemos decir, de alguna forma, que la realeza parasita de los contribuyentes británicos, pero los británicos no lo notan mucho y lo asumen porque el costo actual es menor que el costo percibido de perder algo que es parte de su identidad, sobre todo con los más tradicionalistas. Sin embargo, el dilema queda abierto, ¿es correcto que los monarcas vivan opulentamente de la riqueza que ellos no crearon y que fue extraída a los ciudadanos? Esta es una razón de peso para considerarme antimonárquico.
Luego, importa si la existencia de la monarquía es útil, dejando de lado las cuestiones culturales e idiosincráticas, y si justifican la opulencia en la que viven (mucha mayor a los propios políticos, varios de los cuales son justamente cuestionados por mal usar los impuestos de los contribuyentes): me atrevería a decir que no y que las muy reducidas funciones políticas que aún tiene pueden ser suplantadas por el Estado. Es la propia idiosincrasia la que sostiene a la corona.
De ahí en más, las monarquías simplemente están ahí: no estorban mucho, pero tampoco es que ayuden demasiado tampoco y su justificación actual tal vez solo reside en la identidad de sus países que en otra cosa, la cual no necesariamente es rígida y es posible que la legitimidad de la corona vaya mermando con el tiempo.
Y para concluir, no es un sinsentido cuestionar la existencia de las monarquías siendo de un país con un arreglo político «inferior» al de los países con monarquías parlamentarias. Es como privar a un Ruso o un Chino debatir si la democracia parlamentaria es mejor que la constitucional. ¿Por qué no tendrían el derecho a hacerlo?