Generalmente, las grandes ciudades suelen ser más liberales. Como señalaba el economista Edward Glaeser, ahí las personas viven más en el anónimato que en los pequeños pueblos donde son observadas y juzgadas por la comunidad.
La Ciudad de México es una ciudad muy grande y su sociedad es más liberal (en el sentido progresista) que la de cualquier otra ciudad. Hay tanta gente que puedes perderte entre ella.
Pero la forma en que la política se despliega en la capital sufre de una aparente fuerte contradicción producto de la desigualdad que existe en esta ciudad. La CDMX para nada es homogénea, más bien es muy heterogénea. Aunque más liberal que las otras ciudades, coincide con las otras en que la cultura liberal se expresa como una U invertida a lo largo del espectro socioeconómico. Es decir, las clases altas suelen ser conservadoras, las clases medias suelen ser las más liberales y las clases bajas todavía más conservadoras y religiosas que las altas.
El liberalismo clasemediero muestra una combinación de valores liberales clásicos (creencia en la democracia, la separación de poderes, contrapesos, libertad de expresión) y progresistas (apoyo a causas LGBT, feminismo, ecologismo): una suerte de socialdemocracia o socioliberalismo. Conforme se desciende en la posición social, estos valores liberales clásicos parecieran a ser progresivamente reemplazados por la idea de un Estado más intervencionista y protector mientras que los valores progresistas van pasando progresivamente a ser reemplazados por ideas un tanto más tradicionalistas. En el caso contrario, cuando se asciende a la posición social, los valores liberales clásicos toman mayor predominancia: la idea del libre mercado, por poner un ejemplo, y estos se combinan con una postura social cada vez más conservadora (aunque muy posiblemente en menor grado que en otras ciudades del país).
De la misma forma, tanto más se baja de posición social, la relación paternalista y asistencialista comienza a manifestarse.
Claro que esto es una generalización y no implica que todos los individuos sigan este patrón. Aún así, en este oscilar de posturas ideológicas de forma gradual es posible encontrar personas (sobre todo de clase media-alta) que combinan valores progresistas en lo cultural con el libre mercado mientras que otras (sobre todo en la clase media) defienden esos mismos valores progresistas acompañados de discursos más críticos con el capitalismo.
Así, la CDMX pareciera dividirse en microculturas que van desde Las Lomas (gente de clase alta con valores más tradicionales), Polanco (algo más progresista que la primera), el eje Roma-Condesa (la zona más progresista por excelencia de la ciudad y tal vez del país), o zonas más populares como Iztapalapa donde los gobiernos tejen muchas redes clientelares y donde tiene lugar el muy típico viacrucis.
Dentro de todas estas tendencias, el progresismo-liberal y el paternalismo viejopriísta parecen ser aquellas que pueden ser más capitalizables políticamente por el número de personas que las abrazan. Estas expresiones, que en muchos sentidos pueden ser contrarias (la primera burguesa y la segunda popular) se entremezclan para dar forma a los gobiernos que están al frente de la ciudad.
Así, cada régimen de la CDMX que pasa, aspira a ser un régimen de avanzada a la Copenhague, a la vez que emula al populismo latinoamericano y al paternalismo priísta. Estas dos visiones opuestas conviven de tal forma que la frontera entre ellas se vuelve muy difusa.
Los plebiscitos y referendums que se llevan a cabo en muchas colonias a veces quieren parecerse a alguna política suiza pero luego parece tomar la forma de esos plebiscitos que tanto se hacen en países como Venezuela o Bolivia. El gobierno construye ciclovías a la vez que refrenda pactos con los taxistas para mantener cuotas de poder político. La misma Claudia Scheinbaum parece tratar de hacer cierto equilibrismo entre el progresismo capitalismo y el conservadurismo de su patrón y de quien dependen sus aspiraciones políticas: Andrés Manuel López Obrador.
La CDMX, tan gay-friendly y guadalupana a la vez. Con un PAN del que se rumora está jugando al progre para aspirar a arrebatarle la capital a MORENA y con una jefa de gobierno que porta en su vestimenta a la Virgen de Guadalupe para atraer la simpatía de las clases populares.
Así, en una ciudad tan heterogénea, los gobiernos (todos denominados de izquierda desde que Cuauhtémoc Cárdenas ganó las elecciones) terminan siendo una expresión muy sui géneris. A veces se dicen de izquierda porque «dan dinero a los pobres (para tejer redes clientelares)» o porque defienden los derechos de la mujer: dos izquierdas completamente distintas y que pertenecen a tradiciones muy disimiles.
Y, mientras tanto, este liberalismo de las grandes ciudades coincida con una profunda desigualdad, los gobiernos tendrán muchos incentivos para jugar este juego en apariencia contradictorio, porque ello les es rentable electoralmente, porque el votante mediano se encuentra en medio de esa contradicción.