El futbol es un negocio, y en sí no hay nada malo en ello. El problema viene, claro, cuando hablamos de la ética en los negocios. Ahí cambia todo.
Los directivos y los dueños del futbol en México tienen un problema, y es que creen que los aficionados son idiotas y, por tanto, se les puede tratar como tal.
Creen que, como muchos aficionados no son gente «refinada» (de acuerdo a sus estándares), con estudios de posgrado, se van a tragar cualquier cosa que le den. Vaya, se trata de una postura clasista donde ellos se ven como los hombres de altura y los aficionados son una suerte de seres primitivos que pueden ser educados como perros de Pavlov.
Y, debido a ello, creen que pueden entregar un producto mediocre al aficionado. Al cabo es conformista, creen; al cabo no va a dejar de ver el futbol porque es, para muchos, una escapatoria a la realidad.
Pero la gente se da cuenta…
Hace unos años, en este afán de promover la inclusión y el ambiente sano en el futbol, la FIFA decidió que había que extirpar el grito homofóbico de los estadios, la Federación se asustó y se vio obligada a tomar medidas. Claro que el mensaje se enturbia pensando en que los dos últimos mundiales las sedes son gobernadas por regímenes homofóbicos (Rusia y Qatar).
Naturalmente, esta decisión creó mucha polémica, no solo porque era una suerte de símbolo para los aficionados, sino porque a mucha gente no le quedaba claro que el grito fuera homofóbico, y es que la palabrota esa (put0) puede significar varias cosas. Ciertamente, se utiliza para señalar de forma despectiva a los hombres que tienen una preferencia sexual por las personas de su mismo sexo, pero también se usa con otros fines ajenos a la orientación sexual: por ejemplo, decir que alguien es cobarde.
Recuerdo que allá por los años noventa, Molotov defendía su canción (cuyo nombre es esa palabrota) con ese argumento: no estamos atacando a los gays, nos referimos a la gente cobarde. La palabrota es polisémica, es decir, tiene varios significados. Ciertamente, también puede existir una asociación entre los significados (se dice que el cobarde es joto o maricón) pero no necesariamente implica que la palabra se usa con el fin de denigrar a la comunidad homosexual.
Y pues tendríamos que entrar en la cabeza de los aficionados para determinar la «homofobia» de la palabra, porque si tiene varios significados, el uso que se le da solo se puede determinar con la intencionalidad. Estoy seguro que en algunos de los gritantes el grito tiene algún matiz homofóbico, pero seguramente en otros no.
Los directivos, asustados porque, de repetirse el grito, la selección se quedaría sin mundial y, por tanto, ellos sin negocio (que es lo que realmente les importa), emprendieron toda una campaña para erradicar la palabrota de los estadios. En dado caso, lo que tocaba era explicar a la gente que el uso de esa palabra puede tener una connotación homofóbica que discrimina a otras personas por su orientación sexual y que ello tiene una implicación en las vidas de esas personas, que el futbol es un deporte de sana convivencia donde todas las personas caben, pero casi ni lo intentaron.
En cambio, los directivos optaron por tratar a la gente como tonta. Hay que decirles que nos vamos a quedar sin mundial, que no vas a poder ver al «tri de mi corazón» llegar por fin al cuarto partido tan soñado, hay que crear eslóganes tontos como «grita México». Hay que poner a sus ídolos en la tele para que les pidan que ya no digan el grito, al cabo como son sus ídolos los van a obedecer. Pero eso no pasó.
La gente se dio cuenta sin problema alguno que lo que preocupaba a los directivos era el negocio. Ahí se dieron cuenta de que tenían un gran poder: pueden chantajearlos, pueden usar el grito para joder los intereses de los directivos, aunque nos quedemos sin mundial.
Luego vino el problemota de Querétaro. Era la prueba de fuego. ¿Qué importaba más? ¿El combate a la violencia o el business? Al aficionado le quedó claro que lo segundo. Los aficionados, con la incertidumbre sobre si hubo muertes, en medio de una desconfianza institucional de la cual también eran presos los opinadores, cronistas y comentaristas del futbol, vieron cómo los directivos tomaban decisiones tibias: no vamos a prohibir las barras, sólo vamos a impedir que viajen a los partidos como visitante (algo que ya se había hecho en el pasado). Los aficionados, seguramente asustados por su seguridad y porque no les fuera tocar algo así a ellos, pidieron medidas contundentes que nunca llegaron.
¿Y por qué la Federación nos exige no decir la palabrota mientras que para combatir la violencia toman medidas a medias? A la gente le parece muy incongruente. Si lo que importa es la integridad de la gente, entonces tendrían que ser aún más contundentes en el segundo caso, porque lo que está ahí en riesgo es la vida de los demás. En esa relación causal, los aficionados se dieron cuenta de que había otro mecanismo que conectaba las variables y que no era procurar el bienestar de la afición, ese otro mecanismo llamado negocio.
Ahora, en redes sociales, están llamando a gritar la palabrota en el partido México vs Estados Unidos. A los hombres de negocio se les puede revertir por haber cometido el pecado de tratar a la gente como tonta.