El día de ayer, el régimen consumó un golpe contra el CIDE mediante una reforma de sus estatutos con la cual podrán tener una mayor injerencia sobre la institución y podrán legalizar (de forma ilegal) lo que siempre fue ilegal: el nombramiento del director Romero Tellaeche.
Queda claro que es incómoda la autonomía de la comunidad del CIDE frente al régimen. Parece que nuestra institución es, a ojos de ellos, de Álvarez-Bullya (la directora del Conacyt) y el propio Andrés Manuel, una suerte de enemigo a derrocar, una piedra en el camino que hay que quitar. Colonizar la institución y someterla al paradigma ideológico del régimen se vuelve urgente.
Queda claro que en el régimen no entienden qué es el CIDE, y queda clarísimo que su juicio sobre nuestra institución está lleno de prejuicios. Dicen que el CIDE contribuyó al «saqueo» pero no saben explicar de qué forma y mucho menos son capaces de mostrar la evidencia más mínima. Si algo han hecho es esforzarse por estigmatizar a la institución, tanto al profesorado como al estudiantado. No es de a gratis que el propio Romero Tellaeche nos dijera a los estudiantes que somos esponjas manipuladas por nuestros profesores.
Lo que está ocurriendo es algo análogo a lo que ha venido haciendo Viktor Orban en Hungría, y ello debe encender las alarmas en toda la comunidad académica porque el CIDE (por su pequeño tamaño) es solo una prueba piloto de lo que podría venir, porque este embate autoritario no solo va a golpear a la academia, sino a la vida democrática misma.
La propia Álvarez-Bullya, inspirada de forma arbitraria en Thomas Kuhn, ha dicho que viene a cambiar el «paradigma científico» en México porque, de acuerdo con ella, la ciencia en nuestro país es «neoliberal». Si la ciencia y la educación superior en nuestro país son neoliberales (cualquier cosa que ello signifique) entonces habrá que convertirlo en algo diferente, y ese algo diferente evidentemente tiene como pilar la visión personalista de la realidad desde la perspectiva de Andrés Manuel López Obrador. Ello no significa otra cosa que un intento de ideologizar y homogeneizar la ciencia y la educación de nuestro país.
Pero una cosa son las ambiciones de poder y otra es el juicio sumario de la historia. Ciertamente, López Obrador ha logrado construir una narrativa que sirve como una suerte de impermeabilizante ya que gracias a ésta, los magros resultados de su administración no tienen un efecto significativo en su popularidad. Sin embargo, en el ámbito académico e intelectual la historia es muy diferente. La reputación de aquellas personas que están atacando al CIDE y a la academia en general es producto de la comunidad académica y científica misma (tanto a nivel nacional como internacional): el reconocimiento de sus pares por su trabajo y sus contribuciones a la ciencia y el conocimiento es algo importante para quienes forman parte del mundo académico y no tanto el respaldo de la población en general que no suele estar muy interesada sobre asuntos académicos o científicos y de la cual no se suele explicar su reputación más bien reservada para las élites académicas (y que aún así, de acuerdo con encuestas, están a favor de la libertad y autonomía académica).
El problema es que el régimen no tiene siquiera una comunidad académica e intelectual que lo respalde (con excepción de unos pocos personajes como Lorenzo Meyer o Paco Ignacio Taibo, aliados del régimen) sino que más bien se la ha echado encima. El régimen está muy lejos de conformar una élite o siquiera una «contra-élite» académica como para que los perpetradores puedan refugiarse ahí y piensen que su reputación solo se ha perdido en un «insignificante sector elitista y neoliberal». No solo son los «neoliberales» los indignados, es que muchos personajes identificados con la izquierda política han repudiado sus acciones.
La postura de la comunidad académica nacional e internacional (incluyendo el pronunciamiento de algunos premios Nobel) ha sido en favor de la comunidad del CIDE y en contra de las ambiciones de Álvarez-Bullya y sus secuaces. Ciertamente, el poder es muy atractivo, pero éste es más bien temporal: ya no solo porque el régimen puede perder el poder mediante elecciones, sino porque siempre existe el riesgo de ser removido por el propio régimen producto de cálculos políticos (y vaya que la cabeza del régimen, López Obrador, ha demostrado ser poco leal con sus subordinados).
¿Se han puesto a pensar los perpetradores de este asalto al CIDE qué es lo que se va a decir de ellos en la comunidad académica cuando salgan del poder? La respuesta solo podría ser positiva en tanto la alternativa que promueven no es peor que el estado de cosas actual, pero el problema es que ni siquiera hay una alternativa y tan solo hay una hoja de ruta basada en el encono ideológico. Ni siquiera hay una élite académica que comulgue con su visión.
¿Se ha puesto a pensar el director sobre el repudio de toda la comunidad a la que pretende dirigir e incluso sobre la que ya dirigió (el Colmex)? ¿Se han puesto a pensar que el poder sin legitimidad alguna es poco más que un cascarón vacío?
El juicio de la historia lo va a escribir la academia y la comunidad científica, a la cual es mucho más difícil de convencer mediante narrativas y simbolismo. Dicho sea de paso, habría que señalar que en materia de narrativa han sido derrotados una y otra vez por la comunidad del CIDE: la opinión pública se ha puesto de lado de estos últimos y ha mostrado como villanos a los primeros. Dicha derrota narrativa no puede ser revertida mediante meras consultorías que los perpetradores desean contratar.
Ese juicio puede ser lapidario y, en vez de ser congratulados por haber llevado a cabo una «revolución Kuhniana», podrán ser recordados por ser artífices o cómplices del ataque a las instituciones educativas.