No comparto ese gran entusiasmo por la victoria de Gabriel Boric en Chile en un sector de la población e incluso en la comentocracia, pero tampoco comparto ese fatalismo que se respira en la derecha y que ya condenó de inicio a Chile en la desgracia y me explico.
Comprendo el entusiasmo por Boric, sobre todo partiendo de las protestas y la profundamente inconformidad que hacían de la sociedad de Chile, de acuerdo con Latinobarómetro, una de las que reflejan un mayor descontento con el estado de cosas. Basta con ver los datos. A pesar de que los chilenos son de los que más apoyan la democracia como valor político son quienes más afirman que ésta no ha funcionado bien en su país. Los chilenos son los que más creen que la igualdad de oportunidades o la seguridad social está menos garantizada, es el país que cree que el acceso a la salud es más injusto y de los países más pesimistas en cuanto el futuro económico de su nación. Ciertamente, cuando uno revisa las cifras y las contrasta con las de otros países parecería existir una grosera incongruencia (es de los países más ricos y con mejor calidad de vida), pero lo cierto es que los individuos suelen generarse expectativas con relación al contexto en el que se encuentran y Chile, después de un enorme crecimiento en la primera década del siglo XXI, se ha estancado en muchos ámbitos.
En ese sentido, el triunfo de Boric es una suerte de catarsis para los chilenos que votaron por él: una suerte de creencia de que las cosas pueden ser diferentes, de que habrá mayores oportunidades, una mejor calidad de vida, mayor acceso a la educación, una mejor seguridad social o mejores servicios de salud. Sin embargo, no me queda claro si Boric podrá traer todo ello o si lo que propone sea el camino indicado. No son pocos los casos en los que se deposita la confianza en un mandatario que termina desilusionando, y lo cierto es que el progreso va mucho más allá de lo que un político pueda hacer en un sexenio.
Una de las cuestiones que se suelen cernir sobre los gobernantes de izquierda es si su propuesta de extensión de derechos o servicios no terminará por poner obstáculos a la inversión o al crecimiento económico. Como vaya a configurar ello el gobierno de Boric será muy importante y en ello residirá el éxito o el fracaso de su gobierno. Ello no solo reside en la calidad de sus propuestas sino en la capacidad para negociarlas y en el diseño de políticas públicas. ¿Cómo crear cierta confianza en el empresariado para que no lleven sus inversiones a otro lado? Lograr esta expansión de tal forma que el aparato productivo no se vea afectado no es, por lo general, una tarea fácil.
No me parece que todas sus propuestas sean convincentes y, en mi opinión, creo que debería reformar y no sé si abandonar algunas de ellas si desea que su gobierno termine en buen puerto. Al final, sigue respirándose en su programa algo de ese idealismo que no se sabe bien a bien si podrá ser aterrizado en políticas públicas funcionales.
Pero tampoco comparto ese terrible pesimismo que se respira en la derecha conservadora: ¡Chile ya está condenado! ¡Se va a convertir en Venezuela! ¡El comunismo ha llegado al país andino! Su postura, sin embargo, es comprensible dado que en el colectivo Chile representa el éxito del liberalismo económico y la existencia de ese país es uno de sus estandartes.
Aunque Boric aparenta estar «más a la izquierda» que los centroizquierdistas que han gobernado en ese país, me cuesta mucho trabajo concebirlo como un equivalente al populismo latinoamericano. En todo caso, me parecería más equivalente a figuras como Bernie Sanders.
Primero, porque él no es un populista (en el sentido académico del término): no hay un evidente discurso confrontativo entre buenos y malos, del pueblo contra las élites. Su discurso y sus propuestas tienen un tono más programático: habla sobre reformar las pensiones, el empleo, un sistema de salud universal. Su moderación en las elecciones (que no suele ser típica dentro de los izquierdistas populistas) revela cierta flexibilidad.
Ciertamente, hace algunos años (ocho, para ser exactos) mostró cierto entusiasmo con la izquierda bolivariana, pero en tiempos recientes ha sido más bien crítico de Nicolás Maduro, ha apoyado a la oposición cubana y ha condenado a la dictadura de Nicaragua como puede verse en este texto que escribió hace tres años.
Segundo, porque la izquierda populista latinoamericana es conservadora, reaccionaria y tradicionalista. Boric, en cambio, refleja los valores posmaterialistas que relucen en las nuevas generaciones: el discurso sobre las mujeres, el ecologismo, inclusión y sostenibilidad (eso que para AMLO es «neoliberal»). El paradigma bajo el que opera es, en este sentido, muy distinto. Ese posmaterialismo explica por qué Boric obtuvo votos entre los más jóvenes mientras que Kast obtuvo más votos en las personas de mayor edad.
Tal vez ello explique por qué parte de la opinión pública siente cierto entusiasmo: Boric les parece algo más parecido a una socialdemocracia «europeísta» que va a llegar a desterrar a la vieja izquierda populista que tanto detestan. No sé si termine siendo un socialdemócrata como desean y menos creo que destierre a la izquierda populista la cual seguirá existiendo mientras las condiciones de pobreza e instituciones débiles que la alimentan exista en la mayoría de los países, pero dudo mucho que vaya a convertirse simplemente en un Maduro.
Otra razón por la que no comparto ese profundo pesimismo tiene que ver con el desarrollo económico e institucional de Chile. Las izquierdas populistas aprovechan la pobreza (para crear relaciones clientelares), la debilidad institucional y la falta de cultura cívica para echar raíces en los países que gobiernan. Me parece que Chile logró avanzar en la primera década de este milenio a un estadio superior que tal vez solo comparten países como Uruguay y Costa Rica, donde la cultura de la sociedad es más avanzada y donde las instituciones funcionan mejor, y me parece que Boric es un hijo de esa nueva realidad. Tanto Kast como él después de las elecciones mostraron una institucionalidad y valor cívico que es de plano inexistente en otras naciones de nuestra región.
Por último, la izquierda lleva tiempo gobernando en Chile y, por tanto, tiene una base desde donde partir. Además, Boric tendrá que trabajar con esa centroizquierda moderada para tratar de impulsar su agenda, tendrá que trabajar en coalición con ellos. No se trata de un experimento completamente nuevo como lo suelen ser los liderazgos populistas que irrumpen y destruyen todo lo que hay para «comenzar de nuevo». Todo esto sin olvidar que Boric no tendrá mayoría en el Congreso, lo cual puede fungir como dique de contención ante las propuestas que puedan sonar más polémicas e irracionales.
Gabriel Boric será un experimento interesante para observar desde fuera. ¿Repetirá los mismos errores, o podrá mostrar que en América Latina una izquierda moderna y democrática, lejos de los cánones del populismo latinoamericano, es posible? ¿Le callará la boca a los derechistas que lo tildan como una desgracia, o les dará argumentos a estos mismos para que les digan a los hoy entusiastas de su triunfo «te lo dije, no podía saberse»? Ello lo dirá el tiempo.