Uno que simpatiza con el Atlas y ve a su equipo llegar a la final sabe que está ante un momento excepcional. Ninguna persona que tenga menos de 70 años ha visto con sus propios ojos ver a su equipo campeón, ha vivido frustrado una y otra vez viendo las escasas glorias de su equipo, pero cuando ve a su equipo en la final piensa que, contra lo comúnmente esperado (que no llegue a la gloria), las cosas pueden ser diferentes.
El caso con el CIDE se siente muy parecido al del Atlas. No porque el CIDE no tenga glorias, al contrario, sino porque se encuentra en un conflicto tan asimétrico de poder que el sentido común, lo cotidiano, te dice que está casi condenado a perder, pero aquí también las cosas pueden ser diferentes.
En estos últimos meses (o más bien años) el CIDE ha sido maltratado, estigmatizado públicamente y ahorcado política y financieramente. El régimen considera que la institución es su enemiga por muchas razones: parece que le molesta que en esta institución se genere opinión pública o investigaciones que puedan no ser favorables al gobierno como ha ocurrido con cualquier régimen (aunque se pasa de largo que estudiantes y profesores le dieron su confianza en el 2018). Los mismos acólitos del régimen han dicho una y otra vez que la opinión pública del CIDE suele ser opositora.
El régimen insiste que el CIDE es «neoliberal», aunque para ser sinceros no han sabido explicar bien por qué. Dicen, sin pruebas, que el CIDE ha contribuido a un supuesto saqueo. La realidad es que el régimen parece seguir esa tradición iniciada por Juan Domingo Perón: «todo debe estar dentro del Estado y fuera de él» (como dijera Mussolini, una de las referencias del argentino) y que también adoptara en cierta medida el PRI autoritario.
El CIDE, como muchas instituciones educativas, es un actor incómodo para el gobierno, pero el CIDE es pequeño, por lo cual es más fácil intervenirlo y porque puede servir, como bien afirmó Jean Meyer, de laboratorio para una hipotética intervención posterior en instituciones de mayor calado. Somos un puñado de estudiantes y profesores luchando contra la avalancha de un régimen que si algo tiene de sobra es su oficio político, que no cuenta con una oposición efectiva (los panistas se toman fotos en sus propios eventos), que tiene una alta popularidad y cuyo líder carismático es una gran referencia para una cantidad nada despreciable de mexicanos.
Además, los sectores sociales en los que el régimen despertaría un mayor cólera si logra golpear al CIDE son aquellos de los que ya prescindieron desde antes: básicamente los sectores académicos y universitarios. El entonces candidato López Obrador sedujo a las clases medias con educación para llegar al poder, pero en cuanto llegó prescindió de ellos al tiempo en que comenzó a construir un coto de poder electoral dentro de las clases populares y menos privilegiadas a través de programas sociales con enfoque clientelar. Este es un problema, porque la base electoral del régimen está muy lejana y ajena de los sectores a los cuales el CIDE les podría importar: dirán en el régimen ¿cuál es el problema si acabamos con el CIDE, si los que se van a enojar son los mismos que ya nos odian?
Ahí el régimen tiene la narrativa a su favor. Si se meten con el CIDE podrán insistir en que ahí estudian muchos «privilegiados neoliberales». No le pierden nada, para muchos que no conocen la institución puede ser algo prescindible, aunque evidentemente el régimen no contará la historia completa: en realidad la composición del estudiantado se explica por el hecho de que la educación pública en México es paupérrima y el CIDE es un instituto de alto rendimiento. Lo sensato sería mejorar la calidad de la educación pública para que más gente de escasos recursos puede entrar (y aún así, en el CIDE hay historias de vida de gente que comenzó desde abajo, logró entrar y le cambió la vida).
A ello se agrega el revanchismo y orgullo del ejecutivo. Que el CIDE se salga con la suya implicaría una «victoria del neoliberalismo» y una derrota para él. Tal vez ello haga que pueda ser prudente evitar, por el momento, la confrontación directa con López Obrador. Tal vez por ello se haya optado hacer ver que el conflicto es entre el CIDE y Tellaeche o con Álvarez-Bullya. Ciertamente, la resistencia no es ni debería ser vista como un ataque al gobierno (cosa que el régimen podría aprovechar en materia de narrativa a su favor), sino como una defensa de éste. Ciertamente podría uno cuestionarse si esto es iniciativa directa del ejecutivo o de Álvarez-Bullya, pero al menos podemos deducir que el Presidente no se opone a las decisiones de la directora del Conacyt y tiene conocimiento de ellas.
Esa posición tan asimétrica, donde el CIDE es una institución muy pequeña (más allá de su influencia intelectual y académica) que se enfrenta a un enorme poder político con mucho oficio, poder que reside en aquellos sectores socioeconómicos más bien alejados de la academia y que, además, tiene el control sobre la narrativa, nos deja ver que las cosas no son nada fáciles.
Sin embargo, la reacción de las y los estudiantes en los espacios que se tuvieron con Tellaeche y la propia Álvarez-Bullya dan algo de esperanza. En el régimen pensaron que no sería tan complicado, que bastaba con ofrecerles quitar las colegiaturas, pero el estudiantado ha mostrado tener carácter y firmeza. Era evidente que Álvarez-Bullya estaba molesta y, como buena política, buscó chantajearlos, pero no lo logró, y ella terminó accediendo a asistir a un diálogo en el CIDE en condición de visitante y no de local. Las y los profesores, por su parte, han hecho su labor y han sido muy solidarios con sus estudiantes. Ambas partes (estudiantado y profesorado) se han mantenido muy unidas a pesar de los intentos de dividirlas.
Y ni que decir de aquellas personas que se la han rajado, que han acampado, que tomaron las instalaciones y llevan ahí varios días al tiempo que tienen que estudiar para los exámenes finales. El espíritu de lucha está ahí, muy vivo y si de algo podemos estar seguros es que se va a resistir y que la comunidad no se va a morir de nada.
También han logrado, cuando menos, la solidaridad de muchas instituciones educativas: de universidades (incluso no solo de México) académicos, intelectuales, ex alumnos. El conflicto que vive este instituto tan chiquito ha resonado en la opinión pública, se ha vuelto uno de los temas nacionales más relevantes en las últimas semanas y eso no es cualquier cosa.
La situación para el CIDE se ve complicada, es algo que lamentablemente no podemos negar, nuestra institución está en desventaja, pero como dijera el título de una de las canciones de The Smiths: hay una luz que nunca se va: hay una posibilidad de que las cosas sean diferentes, así como ese sentimiento que los aficionados del Atlas tienen con su equipo al ver que van a disputar una final.