Sospecho que esa atribución de bondad que se le da al pueblo, a los de abajo, tiene que ver con un discurso que tiene como propósito el sometimiento y el uso político de los que menos tienen.
Este discurso del pueblo bueno es una trampa, porque en esta supuesta dignificación se olvidan las condiciones en las que el pueblo vive: los de abajo son buenos y dignos, así su identidad termina atada a su condición social.
La bondad y la debilidad son dos conceptos que se suelen confundir (no solo en política, sino en general): puedo considerar bondadoso a aquel que no es capaz de hacerme daño ni de matar una mosca, pero no está claro si ello es por voluntad o por incapacidad. Muchas personas no son vistas como malas porque no tienen la capacidad para serlo o porque pesa una gran inseguridad sobre sus capacidades: yo no puedo matar a alguien si no tengo un arma, no puedo engañar a mi pareja si nunca me ha tentado otra persona, no puedo robar dinero del erario si no tengo un puesto público. El pobre tiene menos capacidades y herramientas que quien no lo es.
Si una persona tiene menos capacidad para valerse por sí misma, entonces tenderá a necesitar la ayuda de alguien más y cederá poder a ese alguien. Si yo tengo poder sobre aquel y no quiero perderlo, entonces lo dominaré: cortaré sus alas para que sea incapaz de rebelárseme o independizarse de mí mejorando un poco su condición de forma artificial. Por ello, estableceré una relación paternalista con aquel. Qué mejor idea que reconocer una supuesta bondad bajo la cual se esconda la idea de que el pueblo es incapaz e impotente y la cual me dé el permiso de presentarme como una suerte de gobierno-padre.
Esta idea de orígenes religiosos, propia de nuestra región de que la pobreza es una virtud y que tanto se ha propagado a lo largo de la historia sugiere, sospecho, el mismo fin: el pueblo es pobre y su pobreza es virtuosa. Lo que es virtuoso es deseable, entonces no hay necesidad de que dichas personas salgan de la pobreza: seguramente serán premiadas en otra vida u otro mundo.
Pero dentro de esa aparente virtuosidad y bondad, lo que se quiere decir es que el pobre es desválido, y como es desvalido, yo como gobierno o yo como patrón te voy a dominar so pretexto de una relación paternalista donde mi misión es protegerte y cuidarte. También por eso es pueblo: porque bajo esa etiqueta se elimina la pluralidad y la individualidad y con lo cual se desconoce su agencia. Son desvalidos (el ejecutivo afirmó más de una vez que son como animalitos), no pueden pensar por sí mismos, por tanto hay que cuidarlos y protegerlos porque, en el fondo, ello me da poder político.
Pero el concepto de pueblo bueno es falaz. La verdad es que el «pueblo bueno» S.A. de 4.T. puede ser igual de malvado que sus contrapartes de las clases altas. Los pobres pueden matar o pueden robar igual que los ricos pueden desfalcar o lavar dinero. La única diferencia es que el alcance de los que tienen más recursos es mayor (no porque sean más malvados, sino porque tienen más poder).
Lo que diferencia a los oprimidos de los que no lo son no es su altura moral, sino simplemente su condición de oprimidos. El oprimido puede ser, a la vez, opresor: un individuo que es oprimido por el régimen o que viva en condiciones deplorables puede oprimir a su esposa o a sus hijos en su hogar.
El pobre tampoco es más débil, el pobre se encuentra en una situación de desventaja (posiblemente injusta) frente a los demás, tiene menos acceso a herramientas para salir adelante más por su punto de partida que por falta de voluntad alguna. El pobre suele tener las mismas potencialidades que otras personas, pero suele no tener las condiciones ni las herramientas para desarrollarlas. El que dice emanciparlo (a través de relaciones clientelares) solo quiere perpetuar y reforzar ese estado de cosas para obtener poder de él.
En realidad, el pobre, si tuviera a la mano las circunstancias y herramientas idóneas (que nosotros, por ejemplo, sí tenemos) podría dejar su condición de pobreza. Pero al régimen le interesa tenerlos sometidos, porque ello es poder político, lo cual es muy común, sí, pero también inhumano. Por eso quienes prometen velar por ellos son los que terminan dejándolos más en la pobreza.