El 13 de noviembre fue el cumpleaños de López Obrador.
¿Y cómo no saberlo? Todos hablaron de ello, hasta parecía día festivo. ¡El cumpleaños del gran líder!
En mi ya no tan corta vida, yo no recuerdo a un presidente al que le hayan cantado las mañanitas en la Cámara de Diputados. Seguidas por un chiquitibum y un «es un honor estar con López Obrador» para concluir, la pleitesía al líder se hizo patente entre muchos de quienes dicen ser nuestros representantes.
En política nada es fortuito, nada es casualidad. Este mesianismo hacia la figura de López Obrador explica por qué nuestro presidente tiene casi el 64% de popularidad según Mitofsky a pesar de las malas cuentas que ha entregado. El dominio de la narrativa y los símbolos son lo que sostienen al régimen y por eso es que apela a ellos. AMLO sabe cómo llegarle a la gente, no fue en vano su recorrido por todos los municipios del país: ello le permitió conocer la idiosincrasia del mexicano, algo que la mayoría de los políticos de la maltrecha oposición, recluidos en sus oficinas, desconocen por completo: que AMLO desprecie a cualquier tipo de élite: la científica, académica, económica o de lo que sea le trae muchos réditos. Los que ponemos el grito en el cielo somos pocos, unos cuantos privilegiados de clases medias para arriba que en su conjunto somos minoría. La mayoría se siente identificada con el discurso porque sienten que por fin alguien los representa.
El festejo a López Obrador es también un despliegue de poder: se trata de mostrar que el presidente es querido, respetado y adulado. Se trata de hacerle recordar a los opositores que ellos no tienen ni remotamente una figura a la cual le aplaudan, le admiren y le celebren el cumpleaños; se trata de recordarles su insignificancia.
Ello no quiere decir que todos los aduladores realmente sientan esa admiración y amor genuino por el señor presidente. Se trata más bien de que AMLO ha logrado configurar los incentivos de tal forma que los políticos, influencers orgánicos y empresarios (como Paty Armendariz o Ricardo Salinas Pliego), en su ambición propia, consideren que adular al presidente les va a traer réditos políticos o beneficios económicos. Si en el PRI, un partido altamente institucionalizado, todo se trataba de apoyar fervientemente al partido y al régimen en el poder, en el caso del régimen de MORENA, partido poco institucionalizado, todo se trata de adular al líder. Que se sea de MORENA no es tan relevante: todo es cuestión de «estar con López Obrador», de resaltar su imagen, de presumirlo, de adorarlo, de recordar que es un transformador, un personaje histórico.
López Obrador lo sabe, sabe la conveniencia que hay detrás, pero ello no importa. Lo único importante es que los incentivos de los aduladores estén alineados con los intereses del régimen y los del propio Presidente. Los aduladores, en su ambición propia, terminan ayudando a consolidar esa imagen mítica del Presidente que tanta popularidad le trae y que tanto poder le da.
Es como el viejo PRI, es como la originaria pleitesía al señor presidente. Nada más que aquí lo único que importa es el propio presidente. Todo gira en su órbita.