No es falso, pero no es verdadero

Nov 3, 2021

El juicio y la ética se ha perdido. No hay una guía ideológica o de principios bajo los cuales este régimen se rija: lo único que queda es la visión personalísima del Presidente y su ambición por el poder.

No es falso, pero no es verdadero

La jóven que se encarga de relatar las «fake-news» en la mañanera (esa puesta en escena donde, con el velo de un supuesto fact-checking, se lincha a los opositores) hizo una afirmación muy curiosa pero que habla mucho sobre la esencia de este régimen. Cuando hizo referencia a un estudio donde se colocaba a México como uno de los países más corruptos del mundo afirmó que «no es falso, pero no es verdadero».

Esa frase describe muy bien el profundo nihilismo (decir relativismo ya sería hasta piropo) en el que éste régimen ha caído. Todos sabemos que los políticos mienten y engañan, tienen incentivos de sobra para hacerlo, pero cierto es que este régimen ha caído ya en un profundo cinismo.

Pero cuando hablo de nihilismo no hablo de una amoralidad sino de inmoralidad: la ética y la moral se niegan no por el no reconocimiento de su existencia, sino por su reconocimiento y posterior atropello. El régimen pretende ser moral (más que los regímenes anteriores) y pretende una superioridad a partir de ellas. No solo eso, sino que la pregona como nadie más. Este régimen y, en especial, el propio López Obrador, nos dice a los mexicanos cómo es que debemos de pensar y qué postura deberíamos tener ante ciertos hechos. Pero la moral que pregona AMLO no tiene fundamentos: se dice progresista, pregona valores conservadores y actúa contraviniendo aquello que presume y pregona de tal forma que no queda nada. Esta paradoja es propia no solo de AMLO, sino de populismos tanto de izquierda como de derecha como el de Donald Trump o Nicolás Maduro en la cual no hay siquiera una base moral desde la que se parte (aunque se pretenda lo contrario) ya que el único punto de apoyo que existe es el poder.

López, tal como Moisés y sus tablas con los mandamientos, nos dice que no debemos mentir, robar, ni traicionar, pero tanto él como su gobierno han mentido, robado y traicionado una y otra vez. Así, los principios que promueven no solo son meramente contextuales o relativos, sino que son un mero artilugio político. Se presume que se promueve algo, pero el gobierno mismo está completamente exento de su cumplimiento.

Algunas personas insisten en que AMLO gobierna desde la «ideología», pero están equivocadas ya que no parecen existir siquiera principios políticos o ideológicos que guíen al gobierno. Prueba de ello es que es complicado ubicar al régimen dentro del continuo derecha-izquierda. Lo que existe es una visión del mundo personalísima y muy subjetiva del Presidente. Ella no se revela explícitamente: hay que adivinarla estudiando los actos pasados y presentes del personaje y develarla removiendo el velo que representan todos los artilugios retóricos bajo los cuales el régimen construye una narrativa legitimadora. Algunas partes son muy obvias (su visión anacrónica sobre muchos asuntos públicos y políticos) aunque otras no tanto.

Alguna vez Peña Nieto decía que no tenía ideología sino que buscaba resultados. Aunque ciertamente la figura de Peña Nieto también tenía una visión cuasi-nihilista de la política y de principios éticos (vaya, no se puede decir mucho más del líder de un gobierno tan corrupto como el suyo), lo cierto es que su programa de gobierno (sus políticas públicas) tenía una suerte de base política-ideológica algo visible bajo la cual partía (aunque lo negara el mismo Peña Nieto). Es paradójico, porque Peña negaba la ideología en tanto que AMLO la presume, pero sus definiciones son tan vagas, ambiguas y retóricas que no queda nada: significantes como «neoliberalismo» y «conservadores» que sirven para polarizar a la población entre gobierno y oposición pero que en realidad no significan nada. A diferencia del gobierno de Peña, el actual es ideológicamente impredecible: AMLO se dice progresista pero desdeña la ciencia y acusa al feminismo de ser una herramienta para que los «neoliberales» sigan saqueando. Dice que los «otros» son conservadores, pero él mismo insiste en transmitir principios cristianos que contravienen el Estado laico y tiene una visión tan anacrónica del mundo y la política que lo mantiene demasiado alejado del liberalismo.

Entonces lo falso puede ser verdadero y lo verdadero falso, porque los hechos se definen solamente en torno a los intereses del régimen: fuera de ello no hay nada, tan solo vacío.