Muchos textos y videos se han publicado sobre El Juego de Calamar, la exitosa serie sudcoreana de Netflix que tantos comentarios y memes ha generado. Confieso que le tuve algo de escepticismo por su escandaloso éxito, pero al verla no me decepcionó en lo absoluto.
En esta publicación yo pretendo, más que hacer un análisis de la película como tal, tratar de interpretar a esta exitosa serie desde lo social y lo político. ¿Qué nos dice esta serie sobre el conflicto social, las ideologías políticas y la condición humana?
Antes de seguir, quiero advertir que inician spoilers.
Muchas series que hacen crítica social o política de estos últimos tiempos (en especial las que provienen de este país) no caen en la tentación de analizar un conflicto social desde una postura ideológica y hacen el esfuerzo de hacerla, en la medida de lo posible, desde una postura lo más cercana a la neutralidad de tal forma que sea el espectador quien le de su propia interpretación en vez de dársela en peladita en la boca. Así sucedió con el Joker, con Parasite o El Hoyo y así ha ocurrido con esta serie (otras como la mexicana Nuevo Orden fracasaron rotundamente en esa intención).
El Juego del Calamar sabe jugar muy bien con las polaridades: para comenzar, esta dialéctica entre lo infantil e inocente (representado con los juegos y lo estético: los escenarios y las vestimentas que evocan a los uniformes deportivos escolares) y el lado más oscuro y sádico del ser humano. Aunque aparentemente incompatibles, una polaridad está integrada con la otra, dialogan entre sí y conforman un todo.
Las ideologías políticas
A grandes rasgos, la serie puede ser vista como una crítica a dos sistemas económicos antagonistas: el capitalista liberal y los regímenes socialistas autoritarios o totalitarios. De nuevo, esta es otra polaridad que dialoga y una no se puede explicar sin la otra. Los participantes del concurso son los perdedores del capitalismo liberal: las personas endeudadas, fracasadas, personas sin oportunidades y que han sido esclavizadas por el mismo modelo económico de tal forma que no tienen escapatoria. Los juegos son aquel socialismo autoritario que se presenta como respuesta a la problemática de los participantes (pareciera una mezcla de 1984 de George Orwell y el famoso experimento de la cárcel de Stanford): al entrar en ellos, los participantes pierden su individualidad, son un simple número para el sistema, al punto que durante mucho tiempo ni siquiera saben cuáles son sus nombres: todos visten con las mismas ropas y están sujetas a las mismas reglas, duermen en las mismas camas y comen la misma comida: «igualdad al fin y a cabo». Se les permite votar de tal forma que dicha elección sea la «voluntad del pueblo» y no una decisión individual. Ello les permite salir de ahí en un principio, pero ello no les preocupa a los organizadores, porque han creado los incentivos para que la gran mayoría de ellos regrese.
Aún con ese falso velo democrático e igualitario, todo el sistema está diseñado para beneficiar a los que están «arriba», al líder y a los «Vip» que serían algo así como los miembros más prominentes del politburó soviético o del régimen cubano. La única persona que ganaría algo es quien gana el premio que lo colocaría en una posición ventajosa en el mundo capitalista liberal al que ha regresado, pero en realidad regresa alienado, destrozado espiritualmente, de tal forma que se pregunta si su vida es realmente mejor que antes.
Ahí, en ese sistema, todos son prescindibles. Los líderes no tienen la mínima preocupación por los concursantes que son meros instrumentos para saciar sus intereses y necesidades, ya no solo por la dinámica sádica y despiadada del juego del que no se les dio previo aviso a los concursantes, sino porque no es siquiera un problema para los líderes que se maten entre ellos como ocurrió en el motín. Ahí se devela, tal cual régimen totalitario, que los ideales igualitarios eran más bien falsos y que siempre fueron un mero mecanismo de control. Así, lo igualitario se termina transformando progresivamente en un darwinismo social en el cual solo importa la supervivencia del más fuerte: ahí ya no son iguales, unos valen más (los fuertes, hombres jóvenes) y otros menos (los débiles, mujeres y ancianos).
Pero justo es este último detalle lo que hace que lo que se puede ver como una crítica al socialismo también pueda ser vista como una crítica al capitalismo. El hecho de que los participantes sean capaces de hacer cualquier cosa para ganar una cantidad de dinero tal que resuelva todos sus problemas es una alegoría de lo que el ser humano puede llegar a hacer por el dinero y cómo puede ser capaz de afectar a su entorno y las demás personas con ese fin. Si en la perspectiva socialista los individuos eran prescindibles para el sistema, para la perspectiva capitalista los individuos también son prescindibles para las ambiciones de quienes buscan codiciar el dinero a toda costa.
La condición humana
La visión de la serie sobre la condición humana no es tan pesimista como podría parecerlo. La serie bien expone la transformación que los individuos pueden llegar a experimentar al estar expuestos a situaciones de supervivencia límite donde el otro puede ser prescindible, donde el comportamiento humano no podría verse más allá de un simple juego de elección racional donde cooperar o no cooperar se explica solamente por meros cálculos motivados por intereses individuales. Así podría pensarse al principio, cuando los jugadores hacen equipos y colaboran para avanzar sabiendo que en una etapa posterior tendrán que enfrentarse en algún juego donde uno de ellos morirá. También ello puede verse a la hora de elegir a los integrantes de un equipo cuando se discrimina a la gente débil que represente una desventaja colectiva: las mujeres y los ancianos, aunque ello incluso implique romper pactos anteriores que existían: si el contexto cambia, la alianza que había formado en el pasado se vuelve un problema para mis intereses y, por lo tanto, decido traicionarla.
Es que la serie reconoce que el altruismo o el acto desinteresado pueden existir, y de hecho coexiste con el cálculo pragmático despiadado: he ahí otra polaridad que convive y que causa conflictos. Esto se puede notar cuando el personaje principal, Seong Gi-hun, es constantemente invadido por su incapacidad de prescindir del otro (exceptuando el juego de las canicas) incluyendo el juego final donde no es capaz de ultimar a su rival (y amigo) Cho Sang-woo. Él gana el juego porque su amigo, en otro acto de altruismo (aunque también algunos podrían suponer como acto de cobardía dado su nulo deseo de regresar a su vida normal en la que simplemente era un fraude), decide suicidarse. Desde una perspectiva meramente racional y pragmática esa postura podría no haber sido la más conveniente para Seong. En realidad, la suerte jugó a su favor. También vemos algo parecido en el mismo juego de las canicas cuando la amiga y contendiente de Kang Sae-byeok tira su canica al suelo para que Kang gane. Y por supuesto, el juego final, donde Oh Il-nam (el anciano) apuesta a Seong Gi-hun que nadie va a ayudar al vagabundo que ven desde la ventana. Al final, alguien llega a ayudarlo.
El papel de Cho Sang-woo es muy interesante porque plantea varios dilemas éticos: él representa a ese pragmatismo racional, frio y calculado que no está sujeto a ningún orden de valores más allá de la mera supervivencia (con excepción de su suicidio). En el juego de los vidrios, empuja al concursante que perdía el tiempo al no poner determinar sobre cuál vidrio podría saltar, lo que hace que muera. Este acto podría justificarse sólo desde una postura utilitarista, y es que es una exposición del clásico trolley problem donde mata a una persona para que más personas se salven.
Pero está también el caso del juego de las canicas. Cho Sang-woo engaña a su amigo para sobrevivir. Es cierto que se encuentra en una situación límite y que no ha roto ninguna regla del juego, pero ¿es justificable prescindir de alguien más de manera ventajosa en una situación así? ¿Que su acto sea legal de acuerdo a las reglas de ese contexto totalitario lo convierte en algo ético?
El mismo caso de las canicas es muy interesante, ya que en un principio el sistema les pide hacer parejas de dos haciéndoles creer que entre ellas van a colaborar con un propósito en común. Así, los jugadores seleccionan a la pareja que más estiman o a la que más confianza le tienen. De esta forma, el sistema coloca a los jugadores en un profundo dilema, ya que es más fácil prescindir de aquella persona que se detesta o se es indiferente que aquella persona que se estima. Algunos de los participantes son capaces de prescindir del otro para sobrevivir, incluso con engaños como en el caso de Cho Sang-woo, pero otros prefieren sacrificarse para que su pareja sobreviva.
Conclusión
El Juego del Calamar es una serie despiadada que no se la piensa dos veces antes de presentar la peor y más perversa faceta del ser humano, pero tampoco es que sea pretencioso con ella, al contrario. No es una mera serie con mucha sangre que quiera vender a través de ella, sino que justifica su presencia con un muy buen guión cuya solidez es evidente desde el primer capítulo. Al igual que ocurrió con Parasite o con Dark, que la obra no provenga de los cánones occidentales-estadounidenses sobre cómo hacer cine ni se ajuste a ellos le da un mayor valor: es una serie muy popular, pero no es una llena de clichés o de recursos para atraer a las audiencias. Es, me parece, una crítica social sincera y ello se nota en el trabajo.