Bin Laden está muerto. Algunas personas dirán que al final perdió porque él está muerto y los Estados Unidos siguen de pie, pero esa es una interpretación muy frívola.
La realidad es que Bin Laden ganó la guerra.
A Osama Bin Laden lo mataron en 2011, una década después de los atentados, cuando ya no a mucha gente le importaba, cuando ya se había hecho a la idea de que EEUU había sido vulnerado y cuando ya había regresado a su vida cotidiana. Lo asesinaron cuando ya el daño (aquello que Bin Laden quería) estaba hecho.
Es que Osama Bin Laden logró lo que quería: logró desestabilizar a los EEUU en muchos sentidos:
1) Creó un profundo sentimiento de vulnerabilidad no solo en Estados Unidos sino incluso en todo Occidente (la cual sería ratificada con ataques posteriores en tierras europeas). Estados Unidos ya no era aquel país seguro y cuasi invencible. Atacaron varios de sus símbolos más importantes: el comercial reflejado en el World Trade Center y el militar reflejado en el Pentágono. Si el político (la Casa Blanca o el Capitolio) no sufrió daños es porque los pasajeros secuestrados del vuelo que iba a ese lugar se rebelaron y derrumbaron el avión.
2) Orilló al gobierno estadounidense a tomar decisiones precipitadas y basadas en el miedo que mermaron su reputación en todo el mundo. Una de las principales «armas» con las que los imperios se sostienen son aquellas narrativas que le dan legitimidad endógena (dentro de su pueblo) como exógena (fuera del país). La Patriot Act mermó la legitimidad endógena y tanto Guantánamo como Abu Ghraib mermaron profundamente el discurso de que Estados Unidos es un país comprometido con los derechos humanos.
3) Logró exhibir a Estados Unidos como un país ineficiente en materia estratégica y militar, lo cual a su vez merma su imagen como país poderoso. Desde el mismo atentado (que también se explica por deficiencias en los servicios de inteligencia) la incursión en Irak donde nunca existieron armas de destrucción masiva, hasta la desastrosa salida de Afganistán en el régimen de Joe Biden que terminó en mano de los talibanes (previo acuerdo con Donald Trump).
4) Todo ello acentuó una suerte de profundo remordimiento nacional (incluso occidental) por los actos cometidos en Estados Unidos y los países occidentales a lo largo de su historia. Todas las críticas decolonialistas y análisis basadas en la teoría crítica o corrientes posmodernas que tomaron auge en la izquierda académica estadounidense se podría explicar, entre otras razones, por todos los eventos que siguieron al atentado e incluso los que le antecedieron (como la intervención estadounidense en Medio Oriente en el contexto de la Guerra Fría). No es que hacer una autocrítica sea algo malo, en lo absoluto (y menos si hablamos de las torturas que ocurrieron en Guantánamo y Abu Ghraib). El problema es que, como respuesta al miedo y el rencor por parte de quienes deberían haber mantenido la calma, se expuso a un Estados Unidos que no se parece mucho a aquel que repite la narrativa o los valores de los padres fundadores.
5) Todo ello deslegitimó y desarmó, de una u otra forma, a los Estados Unidos como imperio: cualquier acción vista como «imperialista» es señalada por la opinión pública (incluso si se trata del menor de los males), incluso si se trata de un acto en defensa propia. Estados Unidos ya no es el «país que promueve la democracia en el mundo» sino aquel que engulle a países de todo el orbe para dominarlos. Este remordimiento causó que se revisitaran todos los actos pasados del imperio estadounidense en el pasado y se les juzgara con más determinación. ¿Nagasaki e Hiroshima? ¿El golpe de Estado a Allende? ¿Los iran-contras? ¿Vietnam? ¿La desastrosa incursión en Irak?
6) Las teorías de la conspiración no son algo nuevo, pero ciertamente el 9/11 inauguró una nueva tradición que se extiende hasta nuestros tiempos con los antivacunas y terraplanistas y que tienen como constante la desconfianza en las instituciones. Como es difícil imaginarse que un país tan «poderoso» fuera vulnerado de tamaña forma, entonces es más cómodo imaginar que es el gobierno el que está mintiendo, el que hizo todo. Dicha desconfianza en las instituciones explica también el ascenso de líderes populistas como Donald Trump. ¿Qué habría pasado con la candidatura de Trump si el 9/11 no hubiese ocurrido? ¿Hubiera ocurrido? Y si lo hubiera hecho ¿Habría ganado?
7) El terrorismo islámico no solo no está neutralizado sino que, de alguna manera, ha estado en su apogeo en los últimos años. Los diversos atentados en París como el de Charlie Hebdo o Le Bataclan, los de Bruselas, los que ocurren constantemente en Medio Oriente. Qué decir del talibán recuperando Afganistán o del Estado Islámico. Ello ha afectado también la confianza institucional y ha despertado reacciones xenófobas en varias partes de Europa.
Si 9/11 no hubiese ocurrido, EEUU sería más fuerte hoy y Occidente sería más fuerte que hoy. Bin Laden sacudió al imperio con poquísimos recursos (humanos, tecnológicos, militares, económicos) comparados con la abismal fortaleza estadounidense. Nomás mencionarlo suena a tremenda humillación para muchos. Y como Osama Bin Laden o Al Qaeda no son un país o una entidad parecida, entonces se vuelve difícil construir un enemigo. Por eso, tras su muerte, la herida del 9/11 no se cerró. No se ha cerrado, las imágenes nos siguen dando muchísimos escalofríos e indignación.
Bin Laden ganó y EEUU perdió. Bin Laden está muerto, pero partió sabiendo que había conseguido lo que quería. Incluso no tuvo la oportunidad de atestiguar por completo su victoria que terminó reforzada por diversos acontecimientos de la última década.