Ahí en las redes sociales, a través de algunos activismos e influencers, parece estarse formando (o reviviendo) una cierta «derecha dura» en el país. Muchos de ellos se definen así, «soy de derecha dura». Dicen defender a Dios, la familia, la vida y el libre mercado: así mismo dicen combatir la «ideología de género», el comunismo (cualquier cosa que se pueda entender por eso) y la corrección política. Son nacionalistas y antiglobalistas. Básicamente, constituyen una reacción ante los movimientos que consideran como progresistas como el feminismo, los colectivos LGBT, el multiculturalismo, el combate al cambio climático, el orden mundial multipolar y sus instituciones (como la ONU, la Unión Europea y diversos). Tienen una cuenta en Twitter llamado sublevados que tiene, al día de hoy, poco más de 16 mil seguidores.
Esta derecha dura no es un clivaje aislado de nuestro país sino que se extiende por gran parte de América Latina gracias a las redes sociales. Tienen fuertes simpatías con Donald Trump y con Vox, gustan de escuchar lo que Agustín Laje tiene que decir. Algunos incluso se han expresado a favor de líderes iliberales como Orban, el presidente de Hungría y algunos otros no reconocen la derrota que Trump sufrió en las urnas. Por ello, sus credenciales democráticas no están del todo claras.
Sería un despropósito definirlos como fascistas. El uso del término es meramente retórico y no se les podría encuadrar dentro del fascismo si tomamos el término con seriedad tal como lo define Roger Griffin. El fascismo tiene una faceta revolucionaria que esta derecha dura no tiene ni tampoco posee los alcances xenófobos que el fascismo llegó a poseer. No es tampoco algo nuevo en nuestro país: era algo que ya vivía en los sectores más conservadores y reaccionarios del PAN que, por un momento, parecieron quedar arrinconados frente al ala más tecnocrática y centrista que tomó las riendas del partido. Vox, que es una de las referencias de este clivaje derechista, es un partido de derecha dura, pero que ciertamente no alcanza el ultraderechismo del movimiento de Le Pen.
La derecha dura mexicana dice combatir el comunismo y consideran en su mayoría a López Obrador como una suerte de encarnación o amenaza. Paradójicamente, tienen algunas coincidencias ideológicas con él. Ambos son nacionalistas y apelan constantemente a símbolos religiosos. Como López Obrador, suelen sostener un discurso polarizador que divide a la sociedad entre nosotros y ellos (donde engloban a todo lo que consideran «izquierda» como si se tratara de una sola cosa: desde liberales como los Krauze hasta marxistas duros). Ambas facciones suelen atacar a los medios de comunicación (uno por decir que están vendidos a la derecha, los otros al progresismo) y, aunque a diferencia de López Obrador, hablan de libertades más que de una cruzada moralizadora por parte del país, la realidad es que lo que ellos entienden por libertades deben estar cuadradas en su ideario conservador. Si el conservadurismo de antaño siempre tuvo su corrección política, no hay nada que garantice que este nuevo conservadurismo no la tenga. No parecen apostar tanto a una sociedad abierta (en el sentido popperiano) sino más bien a un cambio hegemónico no solo político sino cultural, donde el conservadurismo o el nacionalismo se conviertan en el nuevo statu quo.
Afirman que no son homofóbicos y que solo están contra la «ideología de género». En el caso de Vox, se oponen al matrimonio igualitario solamente de forma semántica: es decir, no se oponen a la figura jurídica que permite que dos personas del mismo sexo se unan y no se oponen del todo a la adopción homoparental, aunque Santiago Abascal acota que las parejas heteroparentales deberían tener preferencia. Dado que la sociedad española es más liberal en estos asuntos, no estoy seguro si todos los integrantes de la derecha dura mexicana estarían dispuestos a hacer esas «concesiones», que más bien es, en el caso de Vox, la manifestación del conservadurismo en un contexto más liberal. Agustín Laje, referente en América Latina de esta derecha dura, es opositor de cualquiera de estas figuras.
Es difícil que esta derecha dura alcance trascendencia para las elecciones del 2024 y muy difícilmente vamos a ver a un conservador de derechas con tintes confesionales suceder a Andrés Manuel López Obrador. No parece, al día de hoy, ser un movimiento mayoritario en el PAN y es posible que, en el contexto actual, no sea políticamente viable cargarse muy a la derecha en las elecciones del 2024 dado que podrían perder el voto del centro que está enojado con el régimen actual además de que haría insostenible la alianza «va por México», que de algo ha servido para contrarrestar aunque sea un poco más al vendaval de la 4T en las elecciones pasadas.
Ello no quiere decir que no sea posible que en el futuro este movimiento no pueda cobrar mayor relevancia, para ello el sector más conservador tendría que apropiarse del PAN (lo cual veo complicado en el corto plazo con las pugnas actuales) o simplemente fundar un partido nuevo.