Hace unos días un amigo me decía que el Covid-19 estaba poniendo a la democracia liberal a prueba. Yo contesté: es que en realidad no pasó dicha prueba.
Manifestaciones en contra de las vacunas, personas denominadas libertarias que se sienten «oprimidas» porque deben portar cubrebocas en espacios públicos. Muchas personas están muriendo porque ellas u otras no quisieron vacunarse y las que no han muerto siguen siendo reticentes a ponerse la vacuna. La pandemia ha puesto en serio predicamento esa idea de que la gente es racional y que por medio del intercambio de información tomará mejores decisiones, y eso es preocupante.
Los datos y la evidencia están contundentemente a favor de la vacunación y la sana distancia como medidas para reducir el número de muertes e infectados. Algo está pasando que muchas personas han decidido tomar decisiones irracionales que afectan a ellos mismos y a los demás tales como no vacunarse o no usar cubrebocas. Vacunarse puede no ser cómodo (los efectos secundarios llegan a ser abrumadores para los jóvenes), portar cubrebocas puede ser incómodo, pero esa incomodidad queda reducida a su mínima expresión comparada con las que causa el Covid y con los riesgos que esta enfermedad trae.
En el aire se respira un fuerte escepticismo cuyo origen la gente desconoce. Mucha gente no confía ya en la ciencia y muchos menos en las vacunas, creen que detrás de todo ello existe una conspiración, un «nuevo orden mundial», una élite, pero no saben a ciencia cierta cómo esa supuesta élite opera. Ante cualquier evidencia que se les presenta responden con ataques ad hominem: los medios oficiales están comprados y por tanto hay que rechazar a priori la información que publiquen, la ciencia está controlada por «los poderosos», la vacuna es mala porque las farmacéuticas no son confiables, pareciera que sus mentes ya están programadas para rechazar anticipadamente cualquier evidencia. Por el contrario, no son capaces de demostrar por qué la evidencia mostrada sugeriría una suerte de conspiración.
Si al antivacunas se le muestra evidencia concluyente, entonces se pondrá a la defensiva porque de aceptarla todo su soporte psicológico de reafirmación de identidad y pertenencia se vendrá abajo.
Creo que existen muchas razones por las que pasa esto. Es posible que varios de los escépticos (aunque no se puede generalizar a todos), sobre todo aquellos que pertenecen a movimientos o propagan esta información, necesitan sentir que pertenecen a algo que los hace sentirse especiales: «yo soy especial porque he abierto los ojos y me he dado cuenta de que hay una conspiración o conjura de la cual las mayorías no se han dado cuenta». A su juicio, las mayorías están adormiladas por los medios y el sistema, en tanto que ellos están despiertos y por ello son especiales. A la vez, sentir que pertenecen a un movimiento o a un sector de la sociedad «despierto» termina de reforzar su identidad: yo soy especial y pertenezco a algo.
Como dentro de esas posturas hay un sentimiento de pertenencia e identidad, entonces los incentivos no están configurados para dirigirse a la evidencia en tanto ésta pone en peligro dicho sentimiento. Si al antivacunas se le muestra evidencia concluyente, entonces se pondrá a la defensiva porque de aceptarla todo ese soporte psicológico se vendrá abajo. Para evitarlo, buscará información que, a su juicio, descalifique dicha evidencia (siempre de sitios web «alternativos» o de dudosa calidad, o, para no complicarse tanto, se limitará a cuestionar el origen así como su veracidad.
Podría pensarse que este fenómeno queda dentro de los linderos de estos movimientos compuestas de personas que recurren a estas teorías como soporte psicológico. El problema es que esas narrativas terminan circulando en el aire. Mucha gente escucha de forma recurrente «teorías» sobre Bill Gates, los chips y se asusta. ¿Será cierto? Lo escuché allá y acá, lo leí varias veces en WhatsApp Así, más gente comienza a adquirir cierto escepticismo basado en el miedo y se pregunta si es buena idea vacunarse.
Pero el fenómeno no se reduce a ello. La progresiva desconfianza en las instituciones en Occidente y la percepción de que los gobiernos representan cada vez menos a los gobernados y están más alejados de ellos agrava la situación. Si la gente desconfía de las instituciones o de las élites, entonces estas teorías le sonarán más plausibles.
Nadie en sus cinco sentidos pensaría que las farmacéuticas, los gobiernos o la prensa son hermanas de la caridad. Es evidente que nuestra condición humana hace que los intereses propios siempre estén merodeando por ahí, pero vale recordarles a los conspiracionistas que con la misma condición humana nuestra especie creó vacunas y medicinas que han salvado millones de vidas. Seguramente Astra-Zeneca y Pfizer están felices por todo el dinero que están ganando con la venta de vacunas a gobiernos, pero lo cierto es que la evidencia de que las vacunas funcionan para prevenir muertes es abrumadora y eso es lo que importa.
Crear una conspiración tal como la dibujan los escépticos es muy complicado porque en una conspiración a gran escala la verdad sería fácilmente exhibida con evidencia. Si alguna farmacéutica o un conjunto de farmacéuticas formaran parte de una conspiración (con chips 5G o con virus inoculados), aquellas que no formen parte tendrían muchísimos incentivos para desnudarlas y así ganar una gran posición en el mercado. Si las vacunas tienen un chip, ¿de verdad nadie habría sido capaz de comprobarlo? ¿de verdad nadie habría poder tener acceso a una dosis de vacuna para analizarla y ver qué es lo que contiene?
Si con base en fake news algunos han hecho negocio con el dióxido de cloro, imaginemos una farmacéutica que ponga en evidencia a las otras con información veraz.
Pensar en una conspiración en gran escala implica ignorar de forma rampante la geopolítica. Si Pfizer y Astra-Zeneca pertenecen al bloque occidental ¿entonces Cansino y Sputnik V sí son confiables? ¿O viceversa? (el mismo nombre de la vacuna rusa muestra los intereses geopolíticos del país para ganar poder blando salvando a gente del virus como una forma de competir con Occidente). ¿Por qué todos los gobiernos que tienen profundas diferencias las harían completamente del lado para formar parte de una conspiración?
Por un lado, una conspiración en la que participen bloques antagónicos sería imposible dado que los mismos intereses que, dicen los conspiracionistas, buscan a través de ella (controlar a la población, hacerse ricos vendiendo vacunas que “la gente no necesita”) están muy inmiscuidos con sus intereses geopolíticos donde sus diferencias son irreconciliables. Por otro lado, si uno de los bloques formara parte de la gran conspiración, el otro tendría muchísimos incentivos para denunciarlo públicamente porque ello pondría en grave predicamento su legitimidad a tal grado de modificar el orden geopolítico.
Es necesario explicar de una forma muy sencilla y transparente por qué vacunarse es importante, cuán seguras son y cuántas vidas se salvan gracias a la vacunación
Dicho esto, para la existencia de una gran conspiración sería necesaria una gran “coalición estable” de muchos agentes que en realidad son antagónicos o cuyos intereses están lejos de estar alineados entre sí. Además, al tratarse de una conspiración de gran calado donde estarían involucradas muchísimas personas (agentes de gobiernos, de farmacéuticas, de la prensa y demás), el riesgo de que información se filtre no solo sería muy posible, sino prácticamente inminente.
Por el contrario, los intereses de los gobiernos y las farmacéuticas más bien parecen estar alineados con los de la población (y no porque sean hermanas de la caridad). Los gobiernos saben que el Covid tiene un impacto en la economía, lo cual puede afectar su legitimidad y su permanencia en el poder (en el caso de los países democráticos). Para las farmacéuticas la venta de vacunas es un negocio, y es más negocio si el producto funciona y muestra eficacia, porque además de la venta de vacunas, decir que Pfizer o Astra-Zeneca desarrollaron las vacunas impacta positivamente sobre su imagen institucional. Por el contrario de lo que los conspiracionistas creen, existe transparencia sobre cómo es que se han creado estas vacunas, qué contienen y cómo funcionan.
A los necios difícilmente se les podrá hacer cambiar de opinión: descalificarán toda la evidencia porque, como ya mencioné, no se trata de llegar a la verdad sino de mantener su soporte psicológico en pie. Lo que sí se puede hacer es que todo este ruido que estos colectivos y agrupaciones causan no causen efecto alguno en las demás personas. Evidentemente, no se puede atentar contra la libertad de expresión que las personas tienen, aún cuando sus posturas sean completamente absurdas, pero sí se puede exhibir cuán ridículas son sus posturas y que la gente comprenda por qué son ridículas y por qué no les debería tomar la mínima consideración.
Es válido que la gente tenga dudas y escepticismo, máxime que las vacunas se desarrollaron en tiempo record. Por ello es necesario explicar de una forma muy sencilla y transparente por qué vacunarse es importante, cuán seguras son y cuántas vidas se salvan gracias a la vacunación. Quienes saben de medicina, de estadística y números lo tienen muy claro, pero la gente generalmente no es buena con los números y los datos y no tiene amplios conocimientos sobre el tema: encabezados que hablan sobre coágulos o trombosis como efectos secundarios, aunque ello sólo ocurra en una de un millón de personas, puede ahuyentar a gente de las vacunas e incluso caer presas de todos estos discursos conspirativos. Muchas veces esto ocurre porque la prensa tiene más interés en crear títulos sensacionalistas y no termina de contextualizar la información.
El problema es grave, porque el discurso antivacunas mata y hay que dejarlo en claro: puede matar a los mismos «escépticos» así como a las personas con las que mantienen contacto. No son pocas las personas escépticas que han muerto o han enfermado de gravedad porque no se vacunaron o no tomaron medidas. También se ha convertido en un cáncer para la misma democracia liberal, para la confianza en las instituciones (los antivacunas te insisten en que desconfíes completamente de ellas) e incluso terminan orillando a gobiernos a tomar medidas que restrinjan la libertad de movimiento de las personas para evitar que el virus se propague dado que las personas mismas no son capaces de ser responsables y tener cierto autocontrol.
Ser antivacunas no es un acto de «liberación» de «pensar fuera de la caja», o de «despertar». Es un acto de irresponsabilidad, un acto que atenta contra la integridad de personas inocentes.