En México, el voto de la clase media ha terminado siendo muy relevante en los resultados electorales. En 2018, ésta ejerció un voto de protesta en contra tanto del régimen de Peña Nieto como de la partidocracia votando por Andrés Manuel López Obrador. Desde luego no todos quienes conformamos la clase media votamos por López Obrador, pero el voto de los clasemedieros en su favor fue determinante. En este año, fue la misma clase media la que ejerció un voto de protesta, pero en su contra. La clase media (muchos de los cuales habían votado por él en 2018) atiborraron las filas de las casillas e hicieron de esta elección intermedia la más concurrida.
Hoy, López Obrador está muy molesto con quienes conformamos la clase media: nos tachó de aspiracionistas y de ser personas fácilmente manipulables (por Reforma y quién sabe cuántos medios más). Los clasemedieros, dice, somos conservadores, gente insensible con la pobreza, que solo pensamos en nuestras aspiraciones, nuestros títulos de maestría y doctorado. Somos muy malos, sí, bien malos.
Pero a López Obrador se le olvida cómo nos golpeó en estos tres años de gobierno. El presidente ignoró a la clase media cuando, sorprendentemente, decidió no apoyar a los pequeños empresarios en la pandemia: gente con PyMES, restaurantes y demás se fueron a la quiebra porque quedaron desamparados, y con ellos, también los que tenían un empleo gracias a ellos. El presidente también nos ignoró con los constantes ataques a la ciencia, cuando hizo abruptos recortes a las becas y cuando eliminó fideicomisos. ¡Y cómo no olvidarlo! Ignoró a la clase media al mostrar un terrible desdén hacia las mujeres en muchos sentidos: no le importó en lo absoluto la violencia de género y, jurando ser izquierdista, tomó la misma postura que esos machitos que siempre repiten frases como «a los hombres nos matan más» o «se lo buscaron por cómo iban vestidas».
Era obvio que el desencanto de la clase media iba a llegar, pero resulta que no lo apoyamos porque nosotros somos muy manipulables, resulta que nos hacen coco-wash de forma muy fácil. Seguramente el Reforma ha de tener mensajes subliminales o algo así.
López Obrador nos reclama por el hecho de ser aspiracionistas, que somos de lo peor querer buscar subir peldaños en la pirámide socioeconómica, como si ello fuera algo malo (claro, en tanto no se busque por medios ilegales). A López Obrador se le olvida que justo esa aspiración es la que ayuda a naciones a prosperar, se le olvida que el mercado no es un juego de suma cero. Quienes quieren subir peldaños creando su changarro o su pequeña empresa tienen que generar empleos de los cuales se benefician más personas.
Malas noticias para López Obrador, los de abajo también son «aspiracionistas». La diferencia estriba en que, en muchas ocasiones, no tienen los recursos para escalar por la escasa movilidad social que existe en nuestro país. Ellos también aspiran a ser como quienes están más arriba de ellos. ¿Y saben qué ha hecho López Obrador para generar mayor movilidad social en estos tres años? Absolutamente nada.
Contrario a lo que dice el presidente, con excepción de algún libertario dogmático, casi nadie está en contra de que existan programas sociales para ayudar a los que menos tienen o a quienes se encuentran en una situación más vulnerable. Lo que se ha criticado es la visión clientelar de los programas de éste régimen que busca capitalizarlos políticamente, lo que se ha criticado también es el pésimo diseño de los programas de este gobierno que los vuelve muy ineficientes.
Si bien es innegable que en estos últimos días han aparecido algunas lamentables expresiones de clasismo en las redes y que deben repudiarse categóricamente, es un despropósito generalizar a todos por los comentarios de unos cuantos. Voy más allá: el presidente es clasista. Cuando López Obrador afirma que a los pobres hay que tratarlos como animalitos a los que hay que auxiliar, está mostrando lo que es el clasismo en su máxima expresión: él, quien se encuentra en una posición ventajosa y privilegiada, trata a quienes se encuentran en una posición no privilegiada como inferiores a quienes él, desde su posición de privilegio, se encarga de definir y encuadrar sin siquiera considerar su libre agencia: los que menos tienen deben ser leales al régimen que busca auxiliarlos a través de mis programas sociales.
Cuando habla de programas sociales, como sugiriendo que nosotros queremos que se eliminen para que los pobres queden en el más terrible desamparo, López Obrador nos recuerda que el dinero es «del pueblo». La afirmación sería cierta si hablara del «pueblo» como toda la sociedad en su conjunto: los individuos pagamos impuestos y esperamos que el gobierno los administre eficientemente en beneficio del bien común. Queremos que existan mejores servicios públicos, mejor educación, un mejor sistema de salud público, mejores carreteras, infraestructura.
Pero cuando López Obrador habla del pueblo habla de «su pueblo», ese en el que las clases medias no cabemos. Ese pueblo es aquel sector de la sociedad del que el presidente espera lealtad y una cierta forma de sumisión (y del que, en realidad, no recibe tanta como esperaría). Es ese «pueblo» en el que reside (o espera que resida) su poder. Entre líneas se puede comprender que entonces el dinero, más que ser de la gente, es del régimen. Si el régimen se asume como tutor de «su pueblo» (al cual hay que tratar como animalitos y no como personas con libre agencia), entonces es el régimen el que dispone de él y el que dice qué se va a gastar, en qué, por qué y para qué sin que «su pueblo» tenga algo que decir sobre ello, porque recordemos qué pasa cuando se disiente con el régimen, los clasemedieros lo sabemos muy bien. Así, termina de tomar forma la trampa conceptual: un traslado de la gente a un soberano que reside en el presidente, muy en la tesitura de Luis XIV.
Es muy claro que López Obrador está enojadísimo con las clases medias. Ellas le quitaron la posibilidad de alcanzar la mayoría calificada en el Congreso. Cualquier aspiración de extender su mandato o reelegirse ha sido neutralizada, así como cualquier intento de acabar con las instituciones democráticas. Ellas le quitaron el bastión, el corazón de su proyecto, la Ciudad de México, quienes votaron incluso por el PAN, no porque fueran conservadores ni mojigatos, sino porque de verdad ya estaban hartos.
Pero la gente tan solo expresó libremente y de manera democrática su sentir en las urnas. Todo lo demás es causa de la gestión de López Obrador y sus compinches, aunque no lo quiera reconocer.